Tener un trabajo no siempre es garantía de escapar a la exclusión social. En la casa de Toñi Maldonado y su marido, padres de una hija de 10 años y dos mellizas de seis, el sueldo que entra en casa llega justo cada mes para afrontar todos los gastos de una familia numerosa. «Compramos nuestra casa en el Campo de la Verdad, en la zona alta del Cerro, cuando éramos jóvenes y no teníamos hijos, firmamos una hipoteca que empezó a subir y a subir hasta pagar 700 euros de lo que solo amortizábamos 30, según supimos después». Cuando ella quedó embarazada de las mellizas, ella se quedó en paro y empezaron los problemas para abonar la mensualidad. «Después de casi diez años pagando, no nos quedó otra que firmar una dación en pago», recuerda Toñi, que consiguió negociar un alquiler social con el banco. «Empezamos hace 6 años pagando 50 euros al mes, luego subió a 150 y ahora llevamos dos pagando 356 euros», explica, «no entendemos por qué ha subido tanto en tan poco tiempo». Según Toñi, reciben una ayuda de la Junta al alquiler que se acabará después del verano y temen que cuando esto ocurra, incapaces de afrontar el pago, tengan que abandonar la vivienda. «Si ganas mil euros, ante los Servicios Sociales parece que eres rico porque es evidente que hay familias que están peor que tú, pero tener un trabajo hoy en día no significa que vivas holgadamente, sobre todo, si tienes una familia numerosa a la que alimentar, vestir, un alquiler y unos suministros que pagar cada mes».

Toñi afirma que el sistema está fomentando que las familias se conviertan en ocupas. «En el barrio, hay muchos que se han metido en las casas dando una patada a la puerta», por lo que reclama medidas para que los alquileres sociales como el suyo se mantengan con cuotas asequibles. «Yo no quiero que me regalen el alquiler, necesito mantener mi casa, que hemos reformado nosotros a pesar de que ya no es nuestra, pero no puedo pagar un alquiler que me obliga a elegir entre comer y pagar, la cuota tiene que adaptarse a nuestros ingresos», sentencia.