Complicado (o imposible) será sacarse de la cabeza la palabra confinamiento. No hace falta decir que esto también ocurrirá con otros términos como pandemia, coronavirus o inmunización (menos mal). Ya ha pasado más de un año desde que las calles del mundo entero se quedaran desiertas para hacer frente al covid-19, que a día de hoy sigue muy, pero que muy presente. Al igual que ocurriera en otros lugares icónicos del globo, en Córdoba las calles también se mantuvieron en silencio día tras día, sin apenas personas cuyas pisadas rompieran la tranquilidad poco frecuente en zonas como el entorno de la Mezquita-Catedral.

A medida que la pandemia avanzaba también lo hacía el conocimiento sobre el virus, además de unas medidas restrictivas que iban adaptándose a cada momento y que, eso sí, nunca volvieron a ser tan duras como las de los primeros azotes del covid-19. Dos estados de alarma después (tres, si se cuenta el decretado únicamente para Madrid), la situación apenas se parece a la que se dibujaba durante los primeros días de la crisis sanitaria.

Ahora cabe preguntarse: ¿Se parece la Córdoba de ahora a la de hace unos meses? ¿Hay algo que la una con la de hace un par de años? Por muchas pandemias que lleguen y muchas situaciones excepcionales que se vivan, hay cosas que nunca cambian. En esta ciudad, sus habitantes ya estaban acostumbrados a silencios, calles vacías, avenidas sin tráfico o aparcamientos en lugares donde, normalmente, dejar el coche es una tarea casi imposible. Y lo estaba desde mucho antes del covid.

Mezquita | Las colas de mayo FRANCISCO GONZÁLEZ

Mezquita | La escasez de julio. FRANCISCO GONZÁLEZ

Está claro que el verano y Córdoba no se llevan bien (o se tratan estupendamente, según la óptica desde la que se mire). Aquí la gente está curada de espanto y sabe que no tiene que salir a la calle en ciertas horas del día por si el mercurio espera en posición amenazante en la esquina. Los cordobeses buscan la sombra por inercia, saben dónde están los termómetros públicos y son conscientes de que si la sed aprieta y hay que beber de una fuente lo mejor es dejar el agua correr durante un buen rato. Quienes viven aquí saben que esta ciudad se queda vacía cuando llega el verano, que en julio y agosto es imposible reunir a tu grupo de amigos al completo o que como dejes el coche al sol el volante te puede dar varios disgustos.

Hay cosas que son perpetuas, pero si de algo ha servido el coronavirus es, entre otras muchas cosas (la mayoría malas), para permitir hacer comparativas y observar cómo en periodos cortos las imágenes que se muestran ante nuestros ojos pueden dar un giro de 180 grados.

Puerta del Puente en verano. FRANCISCO GONZÁLEZ

Puerta del Puente con la llegada de turistas. FRANCISCO GONZÁLEZ

En Córdoba, además, la apertura del movimiento entre provincias y días más tarde el fin del estado de alarma (con la posibilidad de viajar entre comunidades) coincidieron con el Festival de los Patios, su cita turística por excelencia. Esto supuso que se mezclaran las ganas de disfrutar de la primavera de los cordobeses oriundos con el deseo de viajar tras meses sin poder hacerlo.

El tiempo invitaba a salir a la calle y los patios ofrecían su mejor versión a los turistas. Las calles volvieron, casi sin tiempo de adaptación, a la vida y dejaron estampas que bien podrían ser de años anteriores si no fuera por el hecho de que todo el mundo llevaba la obligatoria (por aquel entonces) mascarilla.

Sin embargo, todo pasa. Ahora, apenas dos meses después, esta ciudad en poco se asemeja a la que recuperó la libertad allá por mayo. Y aquí es donde se puede hacer esa citada comparativa. Si alguien quiere pasear ahora mismo por Córdoba apenas tendrá que colocarse la mascarilla si se cruza con alguien, porque apenas tendrá interacciones. Tomarse una caña a las puertas del Correo no será tarea difícil porque apenas habrá gente, tampoco aguardarán mucho los turistas que quieran visitar la Mezquita-Catedral y conseguir mesa en algún restaurante del Casco Histórico no precisará si quiera de una llamada previa para reservar. Sobre esto último sí cabe decir que a lo mejor es un poco complicado, más que nada porque puede alguien llevarse la sorpresa de que su bar favorito esté cerrado a cal y canto.

La Puerta de Almodóvar vacía. FRANCISCO GONZÁLEZ

Bullicio en la Puerta de Almodóvar. FRANCISCO GONZÁLEZ

Un paseo por las calles más icónicas de la ciudad al mediodía de un domingo de julio deja la frente plagada de gotas de sudor, pero poco más. Eso sí, el apocalipsis todavía no llega y quedan turistas valientes que eligen Córdoba antes que la costa para pasar unos días de vacaciones veraniegas. Y son turistas, porque cordobeses hay pocos (estos sí que tiran para la costa o para la parcela en cuanto tienen ocasión).

Lo confirman quienes tienen jornada laboral dominical, básicamente camareros de la zona de la Judería (aquí la restauración se mantiene abierta casi al 100%, mientras que un poco más arriba, en el centro, los cierres domingueros son más habituales). Uno de ellos, postrado en la puerta del restaurante donde trabaja (restaurante que, a su vez, se sitúa junto a otra icónica puerta) asegura que «hay más turistas de lo que yo me pensaba, a lo mejor es porque está esto [Córdoba] más barato».

Esto último puede conformar, sin duda, una razón de peso, aunque el atractivo de la ciudad no se esfuma por el calor. Sí se esfuman es el bullicio, la rebeca del bolso por si refresca por la noche y cualquier tipo de aglomeración. Las comparaciones, para quienes las quieran, ahí están y las imágenes siguen dejando claro que esta ciudad ya sabía quedarse vacía mucho antes de que llegaran palabras como covid o confinamiento.