Claudia regresó ayer antes que sus compañeros porque volvió a Córdoba en avión. «Yo me mareo mucho y me pongo a vomitar, estaba mentalizada de venir en barco, pero cuando plantearon la posibilidad de coger un avión vi el cielo abierto», explica. Le sorprendió que después de todo lo ocurrido, nadie les pidiera ningún papel para regresar a la península. «Ni a nosotras ni a nadie, todas las medidas de seguridad se han concentrado en el barco, pero para montar en el avión, no hacía falta test ni nada». Cuenta que lo que le impactó al llegar a Mallorca fue «la falta de medidas de seguridad, todo dependía de lo que cada uno quisiera hacer, pero no había control de ningún tipo, todo muy light y la mayoría de la gente iba sin mascarilla, los turistas y la gente de Mallorca». Serena, en casa, cree que la imagen que se ha dado de lo ocurrido no deja en buen lugar a los jóvenes. «En el hotel, la gente estaba muy rebelde y hay quienes perdieron los papeles, pero al final en estas cosas pagan justos por pecadores, yo no me he sentido secuestrada ni me he quejado por la comida, algo que da impresión de malcriados», comenta, «se me hizo largo el encierro y aunque entendía que había que colaborar, yo tenía claro que no era contacto estrecho de nadie y que no tenía sentido que nos aislaran». Después de lo vivido, afirma que el viaje le ha enseñado que «en un momento todo lo que se ha conseguido durante año y medio se puede perder». Cree que se ha criminalizado a los jóvenes, aunque en parte lo entiende. «Han salido chavales quejándose por la comida y cosas así y nos han metido a todos en el mismo saco».