No hay datos estadísticos ni un estudio que determine que el testimonio de maltrato de Rocío Carrasco haya sido detonante de un mayor número de denuncias o consultas por violencia de género; no se ha estudiado, pero sí hay constancia del efecto espejo que ha provocado en muchas víctimas. Antonio Agraz es psicólogo del Instituto Andaluz de la Mujer en Córdoba y afirma que desde que empezó a emitirse el programa «muchas mujeres que acuden en busca de ayuda hablan de que les pasa lo mismo que a ella». Según Agraz, ese mecanismo de espejo es el que los psicólogos utilizan en las terapias de grupo para hacer que las mujeres sean conscientes de las actitudes de violencia a las que se ven sometidas y que tienen interiorizadas de tal modo que no consideran que sea una forma de maltrato. Y es que muchas mujeres conviven con la violencia verbal, psicológica, física o sexual asumiendo el sufrimiento que les conlleva, pero sin oponer ningún tipo de resistencia hasta que algo les hace ver que lo que viven no es para nada normal.

«Poner a la víctima ante un espejo es la forma más eficaz de hacer que reaccionen y, en ese sentido, este programa, que ha tenido una gran repercusión mediática y que han visto muchas mujeres, puede tener un efecto positivo en la sociedad al hacer público el modus operandi del agresor», comenta Agraz, que alude a «cómo los maltratadores utilizan tácticas para que su víctimas justifiquen su comportamiento violento y no sean capaces de salir del círculo». El llamado síndrome de Estocolmo no les deja interpretar de forma objetiva su realidad, coloreada por ese falso sentimiento de amor o enamoramiento que anestesia el dolor y les impide buscar una salida. «En esa fase, las mujeres no se pueden cuestionar nada, ellas mismas sienten vergüenza y no comparten con nadie el maltrato del que son víctimas», explica Antonio Agraz. El testimonio de Rocío Carrasco, en el que describe situaciones concretas y la manipulación que el supuesto agresor puede ejercer para camuflar ese maltrato, puede haber servido de ayuda a muchas mujeres de todas las edades que han padecido circunstancias similares y que hasta el momento «no habían llegado a aceptar que lo que pasaba en su casa, en su relación de pareja, era violencia de género». 

Dar ese primer paso no es tarea fácil, según Agraz, que recalca que las mujeres que acuden al IAM llegan tapando al maltratador, a su pareja, al padre de sus hijos y para ellas poner la denuncia «es lo último que se plantean». Acuden para poner remedio a un problema al que no ponen nombre porque la violencia es muy sutil, no es solo el maltrato físico, también hay señales que no desatan las alarmas de forma tan evidente como el control constante de los movimientos, el tener que pedir permiso al marido para cualquier cosa o la total dependencia económica. «Nuestra función en el IAM es ofrecer información a las mujeres para que identifiquen lo que les pasa y conozcan los recursos psicológicos, jurídicos y sociales que tienen a su alcance», destaca. Desde el plano psicológico, «la atención grupal es fundamental, ver reflejado tu sufrimiento en otra persona es la mejor manera para saber lo que te pasa». En ese sentido, Rociíto ha sido tan solo el espejo en el que otras han visto su reflejo.