La dulce niña Carolina que perseguía a M-Clan en el 2001 cruzaba Cruz Conde susurrando a los cordobeses por el domado asfalto de la vía comercial por excelencia el pasado miércoles. Dos músicos callejeros la invocaban en su 20 aniversario. El centro de Córdoba, por aquella época, disponía de una arteria infectada de tráfico. Un par de carriles en dos sentidos atravesaban a la población diaria, amontonada en las aceras por costumbre y por el embiste de los vehículos. En metro y medio de escalón, Antonio se abría paso a codazos, con una carretilla cargada de zapatos, entre potenciales clientes, trabajadores y vecinos. Desde la zapatería Salvador, cercana a Ronda de Tejares, hasta el Salvador de abajo, junto a Las Tendillas, esquivaba los coches mientras pensaba en no ser uno de los tantos atropellados que había por entonces, para descargar la mercancía en la otra tienda de su suegro.

El 2011 y una decisión política dieron la espalda al humo y alejaron el tráfico. La gente no tardó en colonizar la céntrica calle con paseos de media mañana y tarde, rutinas de maletines y jaleos de ropas seleccionadas y de grandes marcas que se fueron sumando. La peatonalización eran aquellas losas coloridas que querían florecer de esperanza sobre el crudo. La revitalización económica y los rimbombantes trajes morales de la movilidad sostenible se hallaban en el camino de los cordobeses. Entonces, llegaron los días grises.

Antonio (i). Propietario de La Romana, fundada en 2015 en la Ribera. FRANCISCO GONZÁLEZ

El miércoles apenas podía verse el sol sobre Córdoba. La calle cumple una década de su renacimiento. Antonio, que conoció la asfixia del tráfico, felicita su tranquilidad. Pero celebraciones apenas ha habido más allá de las mesas llenas en las terrazas de los bares o la circulación constante de gente, que dan honor a su fin. De aquella época quedan pocos. Quizás tres o cuatro negocios. Desde 1974, Salvador mantiene sus letras metálicas. Los demás huyeron de la subida de alquileres y la falta de clientes. Y sus restos lucen vacíos, en alquiler, en venta. ¿El problema es la calle?, se pregunta Juan Miguel Escribano. Y mientras trata de recordar otros tiempos desde su joyería, piensa en la crisis. Entre la incertidumbre puede afirmar que la tristeza ha invadido los esqueletos de las tiendas, que aparcar en el centro resulta complicado y que los últimos 10 años han sido malos. Pero a él le gusta peatonal. Para Antonio, «el que quiera la calle antigua no la ha vivido ni ha estado trabajando 20 años aquí». Él lleva más de 30, una tercera parte sin camiones de mercancías, autobuses o coches aparcados furtivamente sobre la acera. La gente llegaba al volante y, si no había rastro de policías, paraba, compraba y se marchaba. «Si se pierde económicamente no es por la calle», dice. Y dirige su visión al cielo sobre el que crecen estas losas.

Juan Miguel Escribano | Propietario de la joyería Escribano. FRANCISCO GONZÁLEZ

La bendita Ribera

En la Ribera, el suelo mantiene un color rosado después de una década. Aquel año, los vecinos, desde los pisos y las aceras, contemplaban el avance de la piedra. Y una pregunta quedó allí mismo fosilizada: «¿Por qué no continúan?». Antonio es el primero en Ronda de Isasa y, desde su taberna, La Romana, mide la valoración del entorno por las veces que los turistas lo agarran del brazo para decirle: «¡Qué bonito!». Porque la manga peatonal, entre Caño Quebrado y Santa Teresa de Jornet, para él alcanza el nivel de «bendición». Ya se lo comentaban quienes vivieron la carretera nacional como estafeta de viajantes.

Aquel lejano bar de carretera bajo la apariencia de Hostal El Triunfo. Luego, con el tiempo, llegaron las calles y las terrazas. Finalmente, el actual pasillo del casco histórico.

De aquella época pervive el deseo del avance peatonal sobre la Ribera. Y las losas rosas, y la esperanza en el turismo de unos tiempos que se entrelazan y giran. Y son un ciclo. La peatonalización se estanca, como el aire de los días grises. Y las nubes pesadas sobre Córdoba.