Un 43% de jóvenes acuden a consulta con patologías de ansiedad asociadas a la situación de pandemia, llegándose a detectar, aunque en menor medida, algunos casos de depresión. Según la psicóloga sanitaria Antonia Alba, es la crisis actual la que está condicionando este amplio margen de adolescentes que están desarrollando este tipo de problemas, si bien, «calculamos que son aproximadamente un 73% los que realmente necesitan ayuda, pero no todos la piden y son más las chicas las que, finalmente, recurren a ella». 

Según la experta, las redes sociales tienen una parte asociada al desarrollo de estas patologías, aunque en esta situación de aislamiento obligado pueden ofrecer un aspecto positivo. «Las relaciones con sus amigos son muy importantes para los adolescentes y en este entorno más prohibitivo la manera de seguir en contacto con sus círculos es en este ámbito virtual». De esta forma, el móvil para los adolescentes se ha convertido en algo imprescindible. «Si antes era importante, ahora lo es mucho más», señala Alba. 

La consecuencia que se deriva de este exceso es la alta probabilidad que tiene esta franja de población de desarrollar una adicción. «En su desarrollo evolutivo son menos tolerantes a la frustración y mucho más impulsivos porque aún no tienen desarrollado por completo el lóbulo frontal» asegura la especialista. 

En estos casos lo más recomendable es acudir a un profesional que pueda ofrecer apoyo y estrategias de enfrentamiento que variarán en función de cada caso, si bien subraya Alba que «desde luego, lo que no hay que hacer es restringirles el uso de los dispositivos móviles y, por tanto, de sus relaciones sociales porque eso generaría un problema aún mayor». Lo más habitual es recurrir a terapia conjunta de padres e hijos con el objetivo de enseñarles a generar pactos y habilidades en la resolución de conflictos. «Ambas partes han de llegar a ciertos compromisos flexibles a la hora de marcar límites» subraya. Estas patologías, de no ser tratadas a tiempo, pueden derivar en un trastorno ansioso depresivo o en un trastorno depresivo grave.

Ismael Melero es miembro del Colegio de Psicología de Andalucía Occidental y coordinador del servicio de orientación y asesoramiento psicológico para jóvenes, que está financiado por la delegación de Juventud del Ayuntamiento de Córdoba. Este profesional muestra su sorpresa por los casos con los que se está encontrando, jóvenes con buena formación académica pero «muy hundidos» porque se les ha roto el esquema de vida que tenían. Así, explica Melero que sus grupos de referencia, que son sus iguales, los han perdido al estar tanto tiempo en casa, por lo que, al final, «se ven obligados a sustituir a sus iguales por los padres, como cuando eran pequeños, y eso es un desastre que está generando una cantidad de discusiones familiares, malestar y rechazo que hacen que esos progenitores vuelvan a esa función de padres con unos adolescentes que ya no son niños, con los que usan herramientas infantiles tipo castigo, reprimendas verbales o chantajes, y eso lo único que hace es incrementar la problemática y generar en el adolescente mayor reactividad».

Coincide este experto en que ahora hay mucha más dependencia de las redes sociales, dándose, asimismo, un aumento de casos de persecución y acoso a través de éstas. «Tener un entorno social que se gestiona a través de un móvil genera muchas disputas con los padres», apunta el especialista, que asegura que en estos casos «lo que estamos haciendo es un llamamiento a la reflexión de ambas partes para que entiendan que son un sistema familiar que influye de manera positiva o negativa en el otro, siempre teniendo en cuenta que no hay culpables en todo esto, sino que es producto de una situación que es pasajera. Hay que trabajar mucho el autocontrol». 

Dentro de los grupos de edad, el de 23 a 30 años es el que presenta más bloqueo y frustración porque es cuando acaban su formación y se preparan para acceder al mercado laboral, acompañado esto de la idea de independencia. Apunta Melero que «la experiencia laboral, exponerse a nuevas situaciones, va aportando poco a poco nuevos roles a la personalidad de estos jóvenes que, gracias a eso, poco a poco se van estabilizando, pero eso ahora no lo tienen. Se encuentran en una etapa de su vida en la que no pueden avanzar, se han estancado y no solo es que carezcan de una estructura, sino que, además, no la pueden diseñar y se ven limitados, con el consecuente chasco que eso supone», concluye Melero.

La irritabilidad y los nervios solo empeoran la situación

En la etapa infanto-juvenil (de 10 a 18 años) son los padres los que van buscando pautas para saber cómo gestionar una situación en la que se encuentran perdidos y sin recursos efectivos para poder lidiar con sus hijos. «El castigo deja de ser eficaz, los progenitores acaban perdiendo los nervios y se genera un ambiente de agresividad que solo empeora la relación», apunta Ismael Melero. Es una espiral en la que los padres aumentan la irritabilidad y «realmente están haciendo de modelo negativo para los propios hijos». Por su parte, Antonia Alba asegura que los adolescentes carecen de estrategias de enfrentamiento suficientes porque no tienen experiencia, y esto acaba por desbordarles.

También los menores de 7 a 10 años llegan a consulta con patologías de este tipo. «Ahora no pueden relacionarse en el colegio y a esto se suma la carga de la educación en casa que recae, sobre todo, en las madres que teletrabajan, que acaban desarrollando tendencias ansiógenas que, a su vez, trasladan a sus hijos, que también lo acaban padeciendo». Antes de la pandemia, dice la psicóloga, «no existían estos índices de ansiedad».