Hace ahora un año entrábamos en un camino asfaltado por esa incertidumbre que provoca ese no saber hacia dónde se está yendo. Hace hoy justo un año que el Gobierno decretaba el estado de alarma con el objetivo y la esperanza de contener a un virus del que poco se conocía. Se iniciaba una etapa que, para desgracia de tantos, trajo consigo pérdidas humanas y una crisis económica y social sin precedentes. Pero surgió una solidaridad espontánea e inmensa, una empatía hacía todas aquellas personas que lo pasaban mal porque tuvieron que cerrar sus negocios o se vieron sin trabajo o en un ERTE. Nació una Córdoba solidaria que tendía sus manos para ayudar sin reparos ni peajes. Tal fue el caso de la plataforma sin ánimo de lucro que crearon la Fundación Miguel Castillejo y la correduría de seguros Rastreator, cuyo único fin era facilitar el contacto entre personas con necesidades concretas de ayuda y personas voluntarias que pudiesen cubrirlas durante el estado de alarma por el coronavirus. Soporte técnico profesional de abogados o psicólogos, clases para menores, realizar la compra o salir a un recado de primera necesidad. En aquellos momentos de confinamiento total, aquello lo era todo.

En el Parque Figueroa, la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción se convirtió en una suerte de balsa en medio de la tempestad para numerosas familias (hasta 150 se llegaron a contabilizar) que vieron diezmada su situación económica y que se encontraron con una mano delante y otra detrás de un día para otro. A través de su Cáritas parroquial comenzó a recoger alimentos y otros productos de primera necesidad, a principios de abril, atendiendo a la demanda de este tipo de ayuda que empezó a ser conocida gracias a su párroco, Ángel Roldán.

En los primeros meses del estado de alarma, Cáritas parroquiales atendieron a más de 37.200 personas de unos 12.586 hogares solo en la provincia de Córdoba.

Un militar ayuda a un voluntario en el Banco de Alimentos Medina Azahara. FRANCISCO GONZÁLEZ

También el Banco de Alimentos Medina Azahara se convirtió en un flotador que no daba abasto para repartir alimentos a los más necesitados. Una demanda que creció de manera tan desproporcionada que el propio presidente de la entidad, Carlos Eslava, se vio en la obligación de lanzar un mensaje de socorro ante una situación que estaban dejando vacíos sus almacenes de Campo Madre de Dios. También las cadenas de supermercados jugaron un papel decisivo en la Córdoba solidaria, realizando numerosas donaciones de productos alimenticios además de higiene y limpieza tanto a Cáritas como al Banco de Alimentos.

La Universidad de Córdoba tendía también su mano, llegando a un acuerdo con el Ayuntamieto de la capital al ofrecer las instalaciones del Colegio Mayor Séneca ubicado en el campus de Menéndez Pidal, un gigante de cinco plantas y doscientas habitaciones que serviría para albergar al más de un centenar de personas sin hogar mientras se prolongase el estado de alarma.

Personal y usuarios del Colegio Mayor Séneca FRANCISCO GONZÁLEZ

La difícil situación llegó arrasando como una honda expansiva. Unos fueron arrastrados y otros se mantuvieron anclados y dispuestos a ayudar, a pesar del miedo y las dudas. Toda la sociedad cordobesa se volcó con los más afectados en unos momentos en los que tanto entidades públicas como privadas de todo tipo y condición estuvieron dando un gran ejemplo de generosidad y altruismo.