Si algo ha traído de bueno la pandemia a las cofradías ha sido la autenticidad, el quitar lo accesorio para centrarse en lo auténtico, en lo verdadero, en buscar las verdaderas raíces de la Semana Santa, tan alejadas de toda esa parafernalia que nos encanta pero que sin duda no es lo fundamental. Ayer, viendo caminar a Jesús Nazareno por las naves de la Catedral se podía constatar todo esto, el Señor en una sencilla parihuela escoltado solo por cuatro cirios y a sus pies un elegante calvario de rosas rojas. El incienso y la música del órgano que reverberaba en las bóvedas de la Catedral pusieron el resto para vivir un Vía Crucis sobrecogedor.

Tras la recepción del delegado diocesano de hermandades y cofradías, Pedro Soldado, tomó la palabra el obispo de la diócesis, Demetrio Fernández, que introdujo a los asistentes al Vía Crucis. A continuación se inició el piadoso rezo por el interior de la Catedral, con las estaciones reflexionadas por el cofrade de Jesús Nazareno Fermín Pérez Martínez.

Entre estación y estación avanzaba el cortejo, que este año, a consecuencia de la pandemia, se ha visto modificado. Así, solo acompañó el hermano mayor de cada cofradía, tanto penitencial como de gloria, seguidos de la junta de gobierno de la Agrupación de Cofradías con su presidenta, Olga Caballero, al frente y cerrando el cortejo el obispo y las demás autoridades civiles, entre las que se encontraba el alcalde de la ciudad, José María Bellido.

A lo largo del recorrido se colocaron las hermandades encargadas de señalizar cada estación, un recorrido que concluyó en el altar mayor de la Catedral, donde Fermín Pérez leyó la última estación, «Jesús resucita de entre los muertos», y a continuación un último padrenuestro con la mirada puesta en la secular imagen de Jesús Nazareno, que vestía túnica roja y portaba una sencilla cruz de madera.

El solemne acto concluyó con las palabras del obispo, quien insistió que en estos días de Cuaresma «la Iglesia nos invita a preparar el corazón para la Semana Santa». El prelado lamentó que este año no se va a poder tener en las calles «esa expresión espléndida, pero llegará esa ocasión», mientras tanto, «vamos preparando el corazón ante nuestros titulares viviendo la Cuaresma y Semana Santa con mayor hondura», señaló.

Esa hondura a la que se refería el obispo es la que se pudo ver ayer junto a Jesús Nazareno, una imagen que sabe mucho de enfermedades, de soledad, de ayuda a los desamparados, no en vano, es el titular del hospital que lleva su nombre y que durante siglos ha sido un referente asistencial de la ciudad, siendo el guía y protector del padre Cristóbal de Santa Catalina, como también recordó el obispo, quien animó a los presentes a profundizar en la vida y la obra de este beato tan vinculada a la ciudad de Córdoba.

Ayer empezaba oficialmente en Córdoba la Cuaresma, con hondura, con fondo, con ganas de encontrar en Jesús Nazareno esa esperanza que hoy buscamos para salir cuanto antes de esta pandemia y volver a citarnos con esta bendita imagen, pero ya en una tarde de Jueves Santo.

Mientras, solo queda disfrutar de esta atípica Cuaresma, disfrutar de instantes tan bellos y auténticos como los que ayer se vivieron en las naves del primer templo de la diócesis, donde las nubes de incienso, la música del órgano, el solemne caminar de Jesús Nazareno y el rezo sincero nos hicieron retrotraernos a una autenticidad penitencial de otras épocas, una autenticidad que mucha veces se echa en falta en este maravilloso mundo de las cofradías.