El flamenco cordobés ha perdido uno de sus más acreditados aficionados. Son 70 años años que han jalonado una vida por y para este arte al que Rafael López Recio consagró y que compartía con su otra pasión que era su familia en la que su inseparable esposa Antoñita, fue el pilar fundamental que le acompañó hasta el final como ejemplo de compañera del hombre bueno en la más amplia significación machadiana.

Quienes conocimos a Rafael nos dimos cuenta desde el primer momento que el cante era su patrimonio pasional y una forma extraordinaria de encarar la vida, de verla con el sentido grande, de narrarla desde una perspectiva aristocráticamente flamenca, algo fácil de apreciar en la cotidianidad peñista en la que la constitución, allá por los 70 del mítico Rincón del Cante del que fue socio fundador con Paco Ruiz, Paco Dios, Ángel Barrilero, Antonio Pino, su gran amigo Juan Aguilar y otros grandes aficionados, fue testigo de su enjundia flamenca, jonda y plena de facultades.

Posteriormente, la Peña Fosforito y la Flamenca de Córdoba serían los intimistas recintos donde nos sorprendía su capacidad exponencial cuando cantaba la caña, el mirabrás, la soleá, la seguiriya y las tonás, entregándose sin fisuras, con el talante que lo definía como lo hizo en el Concurso Nacional de Cante Jondo de Córdoba, que en su edición de 1959 compitiendo con Fernanda y Bernarda de Utrera, la Perla de Cádiz, Antonio Ranchal y el patriarca gitano de melena leonada que fue Juan Talegas, mereció el reconocimiento de Ricardo Molina ensalzándolo como uno de los más firmes puntales de la afición cordobesa.

Ya dijimos en su momento, que personas como Rafael López Recio son reveladoras a la hora de definir el carácter y la actitud del hombre de nuestra tierra, capaz de extraer desde lo sencillo lo más estimulante que ofrece una vida sin grandes aspavientos , pero centrada en su trabajo que en su caso era el entrañable taller de joyería donde con el fondo de las voces de Caracol, Fosforito, Rafael Romero “El Gallina” y Pepe el de la Matrona, entre otros, animaban con su eco la indesmayable constancia del buril y la broca diamantada para una mejor consecución de la bella pieza de encargo que una vez acabada parecía adornada con el aura flamenca de su creador.

Se nos ha ido un patrimonio flamenco netamente cordobés. Una vida prodiga en emociones que ahí está como ejemplo para las nuevas generaciones de aficionados y como memoria para los que guardan todavía las viejas esencias flamencas de nuestra tierra.