María (nombre ficticio de una trabajadora que ha facilitado su testimonio a este periódico) afirma que «tengo 22 años cotizados con más de 270 contratos» a pesar de que, en ocasiones, ha trabajado durante años para la misma empresa. «Mi vida laboral tiene 12 hojas», destaca, y pese a esta inestabilidad continúa aferrándose a cualquier oportunidad que se le ofrece para ganar un salario.

Comenzó a estudiar una formación profesional como cocinera, pero lo abandonó. No obstante, buena parte de su experiencia laboral está relacionada con la hostelería. Consultada por si la falta de un título ha podido influir en su situación, señala que «el mercado laboral está así, no depende de que trabajes más ni menos. No depende de mí».

A sus 45 años, recuerda que trabajó durante ocho años para una residencia de ancianos «con contratos cortos, como mucho, de siete meses haciendo una baja. Otros duraban uno o dos días. Había semanas que trabajaba y otras que no. Te llamaban para el mismo día o en el mismo día te decían mañana no vengas. No tenías nada seguro, ni planes ni nada».

También trabajó para un hotel. «Entré limpiando platos, me pasaron a cocina... Y el día que iba era un contrato. Algunos días trabajaba y otros no, pero te avisaban con más tiempo. Estuve tres años y medio encadenando contratos», apunta. Además, ha sido empleada en bodas y en una juguetería en las campañas de Navidad durante años. «Lo positivo es que en todos los sitios he estado asegurada y por las horas que más o menos me han dicho. Es una suerte, porque a mucha gente no la aseguran», valora.

En cuanto a las desventajas de esta inestabilidad, destaca que «es un descontrol, sobre todo, cuando tienes niños. Lo mismo los levantas a las seis de la mañana que a las nueve. No tienes horario, siempre los tengo yendo y viniendo».

María comenta que a lo largo de su trayectoria laboral ha firmado dos contratos indefinidos. El primero, cuando tenía 23 años de edad y trabajaba en un bar, pero no le convencían las condiciones («descansaba solo los lunes y trabajaba todo el día», precisa) y quiso cambiar de empleo. «En aquel tiempo, encontrabas más trabajo. Ahora cuesta un poco más», admite. La segunda vez ocurrió cuando trabajaba como auxiliar administrativo para una empresa de la construcción, pero esta cerró.

Después de casi un año en paro en el que ha sido empleada por una empresa de limpieza y por la referida juguetería, ahora es cocinera en un centro de educación especial. Allí cubre una baja y «lo tienen todo muy controlado, los horarios y los descansos. Miran mucho por los trabajadores, esto me parece una maravilla», subraya. María indica que «sería un sueño quedarme en un sitio, pero es muy complicado».

Apuesta por remontar

Otra experiencia de inestabilidad laboral es la que ofrece Isabel Millán, que a sus 43 años de edad ha visto cómo la crisis sanitaria generada por la pandemia de coronavirus y las medidas adoptadas para frenar su avance han impactado en el sector al que se ha estado dedicando profesionalmente, la hostelería en establecimientos de juego. «En la hostelería de salas de juegos y bingos se suele hacer así, al menos, en la experiencia que yo tengo se van encadenando contratos», detalla.

Isabel recuerda que trabajó en un bingo, se marchó a Galicia y cuando regresó a Córdoba volvió a pedir empleo al mismo lugar. «Estuve tres años prorrogando los contratos mes a mes. Lo haces porque te hace falta, porque si no, vas a la calle», apunta. Entre otras vivencias, hace referencia a una ocasión en la que «nos dijeron, a tres compañeras, que teníamos que firmar un papel para hacernos fijas. Firmamos una renuncia al finiquito y a nuestros derechos, en teoría, a cambio de que nos hicieran fijas, pero al cabo de los meses nos fuimos todos a la calle».

En la sala de juegos fue enlazando contratos de 10 o 15 días con los que cubría el puesto de compañeros que estaban de vacaciones. «A lo largo de cinco o seis años, en los dos sitios tuve más de 20 contratos», estima. Isabel cree que «en Córdoba, básicamente, vivimos para la hostelería y el turismo, y hay muchas personas en condiciones precarias, pero nadie quiere denunciar porque saben que se van a quedar sin trabajo».

Ahora está desempleada desde hace más de un año e intenta buscar oportunidades en otros sectores, porque estudió psicología pero no tiene experiencia en ese campo. «Echo un montón de currículos y no me llaman ni para una entrevista, es frustrante», lamenta.

«Estoy donde quiero estar»

La de Lucía (otro nombre ficticio de una joven que ha facilitado su testimonio) es una historia que invita al optimismo. Después de ocho años opositando para acceder a un empleo como maestra en el sector público, las necesidades educativas generadas por la crisis sanitaria la han llevado a lograr un puesto en un centro de San Pedro de Alcántara (Málaga). «Nos llaman las covid», afirma en referencia a las profesoras que realizan labores de refuerzo.

Sin embargo, llegar hasta ahí no ha sido fácil y consultada por su experiencia laboral recuerda que «he hecho de todo a nivel deportivo y trabajando con niños», mientras que en el último año «he cambiado de trabajo cuatro o cinco veces». Entre sus ocupaciones han estado los servicios complementarios de un colegio, la enseñanza de gimnasia rítmica, un gimnasio, las clases ya como maestra en un concertado y, por fin, la llegada al público.

Lucía se muestra muy agradecida con los diferentes lugares donde ha trabajado. En los últimos días, además, ha conocido que la Junta de Andalucía prorroga los refuerzos durante todo el curso y esto le ha dado algo más de estabilidad. «Me gustaría tener mi propia clase, pero estoy aprendiendo muchísimo y estoy muy contenta porque estoy donde quiero estar. No me he equivocado», asegura después de todo.