En un pleno de Córdoba le da tiempo a usted a ver Lo que el viento se llevó, Los diez mandamientos y hasta que a Judá Ben-Hur lo envían a galeras a remar partiendo del puerto de Tiro, siempre que estos tres largos se exhiban sin anuncios. Además, si es habilidoso, al mismo tiempo que ve la televisión puede tricotar con una mano y para su prima del pueblo una bufanda de ochos (888888888888888) y hacer pestiños con la otra, mientras repasa mentalmente la lista de los Reyes Godos y las fechas de cumpleaños de los hijos de sus cinco mejores amigos. Entre película y película puede aprovechar para hacer una serie de dominadas con el palo de la fregona, poner una lavadora de color, abrirse una cuenta en Instagram o una lata de berberechos y, entre las 6 y las 8 de la tarde, tomarse un café (ojo, no un carajillo) en la cafetería (ojo, que no en un bar) de su barrio, mascarilla mediante.

Habrá hecho todo esto, mientras que los 29 ediles que conforman la Corporación, el secretario del Pleno, la interventora, un ordenanza, el informático y los asesores municipales habrán dado oficialidad a la sesión plenaria --la última ordinaria del extraordinario año 2020-- con el debate y votación de 8 mociones 8 (algunas de ellas con doble turno de intervención de los seis grupos... ¡Ay, ese reglamento hecho para cuando solo había tres partidos!), la toma de conocimiento de un puñado de dictámenes y las clásicas protestas a las puertas de Capitulares, que congregaron de nuevo a la Policía Local y a comerciantes y hosteleros de la Judería (menos mal que ha vuelto a abrir la Mezquita-Catedral).

Eso sí, con 8 horas y pico de discursos (debatir está bien, pero lo bueno si breve...), nadie podrá decir que los señores capitulares no se ganaron el sueldo. Otra cosa es analizar qué de todo lo hablado, aprobado o rechazado tendrá una aplicación práctica o un beneficio para los contribuyentes, porque en 8 horas y pico hubo sitio para todo, incluida la quincalla, un apagón de luz, la declamación de unos versículos de San Mateo y hasta la lectura de una epístola en el turno de ruegos y preguntas. También hubo tiempo, --lo vio la cámara (los plenos siguen siendo en parte telemáticos) y lo inmortalizó--, para que uno de los concejales del equipo de gobierno diera tres cabezaditas y se quedara como nuevo. Pobre hombre, si es que eso no hay quien lo aguante.

Así, juzguen ustedes mismos, la idoneidad de las propuestas: dos mociones del PP para debatir la nueva ley educativa o ley Celaá, cuando el Ayuntamiento no tiene competencias en educación (solo es responsable de la limpieza y el mantenimiento de los colegios públicos) y sobre la autonomía financiera de las comunidades o el conocido como dumping fiscal de Madrid; una moción de Vox en la que se proponía establecer «un bloqueo naval» para impedir la llegada de personas en patera a las costas españolas (si vienen con visa no nos importa) y la penalización de las oenegés que ayuden a inmigrantes (moción que ha sido vapuleada incluso por Cáritas); otra de Ciudadanos para la reforma del sistema de dependencia en España (cuando en el Ayuntamiento aún no han sido capaces de sacar adelante el contrato millonario de este servicio, que acumula ya dos prórrogas); y, triple salto mortal con tirabuzón, una moción elevada por IU y Podemos, formaciones presentes en el Gobierno de la Nación, para instar al Gobierno de la Nación o sea a sus propios partidos para que a su vez insten a la ONU a que organice de una vez un referéndum en el Sáhara (paz y justicia para el pueblo saharaui, esto lo digo de verdad).

Menos mal que se aprobaron dos mociones de carne y hueso a las que podremos seguirles el rastro porque tienen traducción empírica: una para conceder ayudas al deporte base de la ciudad (defendida por el PSOE) y otra para activar ayudas para el sector de la cultura cordobés (que defendieron IU y Podemos). A estas hay que añadir una moción más de los socialistas, que no se aprobó, pero que hablaba de la situación de la Gerencia de Urbanismo.

Con esta fenomenal batería de propuestas, los concejales dieron el do de pecho, mientras en las calles del centro ya no se escucha música, después de que, como saben, la cantante local Valeria Delgado se «viniera arriba» y ante un público harto, pero que muy harto de este 2020, cantara por Mariah Caray (pronunciar en inglés solo si se ha consumido anís) y se liara parda. A este paso son capaces de prohibir el pastelón cordobés y el roscón de reyes, porque está claro que el tostón nos lo quieren seguir dando ellos. ¿No es para quererlos?