«Echo de menos interactuar con ellos en clase», afirma Juan Manuel Arjona, profesor de Estadística en la Universidad Loyola Andalucía, cuando se le pregunta por cómo está afrontando la nueva docencia telemática. Y es que, a diferencia de otras provincias como Sevilla, en la que siguen las clases presenciales, los alumnos y profesores de las universidades de Córdoba han tenido que adaptarse a las clases on line como medida para evitar el contagio. Para Juan Manuel, profesor desde hace 27 años, la dinámica de la clase varía e intenta paliar la distancia de explicar a un aula vacía buscando la interacción continua con los alumnos. A pesar de confesarse «afortunado» por contar con un grupo de alumnos participativos que lo «motiva», reconoce la dificultad de impartir una clase sin poder verle la cara a los estudiantes: «Yo veo que están conectados 35 alumnos y yo no puedo saber si los 35 están atentos a la clase, es imposible de saber».

La realidad de las clases ha cambiado, indudablemente. Se ha pasado de un contacto directo en el que el profesorado y alumnado se miraban a la cara, a una fría pantalla en la que aparecen unos círculos con iniciales que se iluminan cuando algún alumno interviene. No hay rostros, se enseña a meras voces, ya que el uso de las cámaras es prácticamente inexistente. En el caso de Javier Escudero, estudiante de un máster de Ingeniería Industrial, confiesa que solo la ha conectado «2 o 3 veces en lo que llevo de cuatrimestre», y en el caso de las clases de Andrea Fernández, estudiante de Educación Social, afirma que de «60 personas la ponen 2».

Esta nueva situación requeriría, en principio, el empleo de una metodología más participativa, que buscara mantener la atención del alumno y sentir su presencia a través del ordenador a pesar de no poder verlo, como es el caso de Juan Manuel. Sin embargo, no siempre es así. Para Javier, depende de la asignatura, pero «lo normal es que el tío cuente su rollo y cuando pregunta si se escucha o si lo hemos entendido uno dice que sí y sigue, no hay mucha participación». La experiencia se repite para Andrea, que destaca la dificultad de intervenir en una clase on line con 60 personas, a lo que se le suma una falta de «adaptación» por parte de los profesores que «no están preparados para que la gente participe».

Una situación altamente difícil, a la que muchos profesores y alumnos no han sabido adaptarse. Por parte de los profesores, no solo está el problema de no saber reconfigurar las clases al formato on line de forma eficaz para captar la atención del alumno, sino que muchas veces la carencia viene del dominio de las tecnologías por un profesorado, en general, «mayor», según afirma Andrea. Por parte del alumnado, Juan Manuel lo tiene claro: la clave es la motivación. «Al alumno que está motivado creo que el canal le puede dar igual o casi igual, no habrá una diferencia sustancial. Aquel alumno que su grado de motivación es un poco menor, estar en clase le ayuda a estar más atento. Se distrae menos que si está en su casa que los motivos de distracción son mayores», asegura.

Para Andrea, su aprendizaje se está viendo mermado y afirma que está aprendiendo «bastante menos porque se limitan a leer un Power Point». En el caso de Javier, sin embargo, no es así. «Salgo de la misma manera aprendiéndolo on line que presencial», afirma al haber comenzado el máster en modalidad presencial y, tras un cuatrimestre, haber visto modificada la configuración de sus clases. Su mayor inquietud es en relación con cómo puede afectarle en el mundo laboral: «Me da un poco de miedo que las empresas, a la hora de contratar a titulados con este máster, les eche un poco para atrás que nos lo hayamos sacado los de mi generación en época covid, que digan que estamos menos preparados que los que lo hayan hecho presencial».

A la falta de motivación de algunos alumnos se le suma las distracciones y comodidades de cursar las asignaturas en casa, que indudablemente afectan al proceso de aprendizaje. Para algunos supone estar en pijama durante las clases, como es el caso de Andrea, «me quedo en pijama, por supuesto», aunque otros llegan al extremo de quedarse «en la cama con la tablet o el ordenador escuchando la clase», según afirma Javier. Aunque no todos llegan al punto de seguir las clases desde la cama, es cierto que las distracciones se hacen más atractivas teniendo en cuenta que el profesor no los está viendo y que algunas jornadas de estudios se extienden hasta 5 o 6 horas seguidas, asegura Andrea.

Asimismo, esta nueva docencia on line ha puesto de manifiesto la importancia de llevar a cabo una evaluación continua. Ante la incapacidad de realizar todos los exámenes y pruebas evaluables presenciales que el profesorado considerara oportunos y con las garantías necesarias, se ha optado, en muchos casos, por una sobrecarga de trabajo, «una media de 5-6 trabajos a la semana nos mandan», asegura Javier.

Unos exámenes, que en principio son presenciales, aunque esto puede cambiar en cualquier momento. En el caso de la Universidad Loyola, los exámenes que suponen un mayor porcentaje de la nota se están haciendo en modalidad presencial para «tener mayores garantías sobre la justicia de la nota», asegura Juan Manuel. En el caso de la UCO, la realización de exámenes ha suscitado polémica, al menos en la Facultad de Ciencias de la Educación, a la que pertenece Andrea, que asegura que existe un gran descontento con las condiciones de los exámenes entre sus compañeros del grado de Magisterio, pues «tuvieron un examen en el salón de actos, metieron a 70 personas apoyados en carpetas en lugar de una mesa».

El covid-19 ha sacado a relucir la falta de evolución de la educación y ha puesto de manifiesto la necesidad de la interacción con los alumnos más allá de un mero asentimiento, y el desarrollo de metodologías que atraigan a quedarse a escuchar y aprender en unos tiempos en los que desconectar es tan fácil como apagar el micrófono.