El agua irrumpió en sus vidas dos veces el mismo año. En el 2010 cientos de viviendas se vieron sorprendidas en febrero por la crecida del río que, cuando ni siquiera se habían recuperado de aquella pesadilla, hizo estragos de nuevo en diciembre. Hoy, 6 de diciembre, se cumplen diez años de la segunda ola de aquella doble riada que fue especialmente virulenta con casas ubicadas en parcelaciones del entorno del aeropuerto, pero también golpeó zonas urbanas como la calle de la Barca de Alcolea. De aquella desagradable historia queda hoy, además de la rabia que aún sienten sus protagonistas, la sensación de que nada se ha hecho para evitar que se repita. Es más, pese a que el riesgo de inundación persiste, en zonas con viviendas en primera línea de río como Guadalvalle se continúa residiendo en casas que hace una década quedaron precintadas y se sigue construyendo.

Si en febrero hubo más de 800 viviendas desalojadas entre la zona del aeropuerto, Majaneque, Las Cigüeñas, Alcolea, Encinarejo, El Cañuelo, La Forja y Quemadillas, en diciembre la cifra fue algo menor pero se acercó al medio millar. Las lluvias empezaron el día 6 y no dieron tregua durante varios días. Llovía sobre mojado.

En ambas riadas el Ayuntamiento se volcó con los damnificados y el resto de administraciones intentaron poner de su parte, pero las ayudas económicas apenas llegaron a un tercio de los que las pidieron y otras medidas como sufragar el alquiler a cambio de derribos fracasaron. Que no se debe edificar en los dominios del río y que hay que limpiar y desembalsar con precaución fueron moralejas de aquella crecida, que como recuerdo dejó la escollera del aeropuerto.

En el cauce

Aunque el agua llegó a los tejados de muchas viviendas, fue especialmente destructiva en Guadalvalle, donde una decena de casas ubicadas junto al río quedaron precintadas por Urbanismo para que no se volviera a residir en ellas e, incluso, hubo expedientes de demolición y varios derribos tras otra crecida en el 2013. Dos años después, en el 2015, familias que no tenían donde ir volvían a residir allí y algunas fueron realojadas por Vimcorsa.

Sin embargo, tal y como adelantaba este periódico hace un año y relataban vecinos del entorno, se han seguido vendiendo terrenos, se ha construido en espacio que dejaron libres los derribos y hay viviendas precintadas ocupadas otra vez. El presidente de Urbanismo, Salvador Fuentes, se comprometió a investigar esa situación, que persiste hoy, cuando se continúa edificando, y, tras el susto que dio en diciembre la borrasca Elsa, anunció que demolería catorce viviendas ubicadas junto al río y que antes se reuniría con los afectados para buscar soluciones, cosa que no ha ocurrido. Fuentes asegura que mantiene el plan previsto, «que no se ha puesto en marcha por el covid», y que «se actuará por razones de seguridad, porque están en zona inundable», pero antes «hay que ver la situación de los residentes».

Huellas de desolación

En Guadalvalle es donde se perciben más las huellas de la doble crecida. Allí se puede ver el esqueleto de una casa devorada por los escombros y se vislumbra, entre ruinas y vegetación, la desolación que dejó el agua cuando arrasó todo lo que encontró a su paso. «Fue un desastre», asegura Antonio Fresco, que lleva viviendo allí más de veinte años y recuerda cómo «el agua llegó hasta la farola de la puerta de su casa». Para él nada ha mejorado y «siempre estamos con el miedo», «el río está que es una pena» y «no hacen nada, solo cobrar, que el IBI bien que lo cobran, y no tengo derecho a nada». Vecinos que han llegado después de las inundaciones son conscientes del riesgo que corren viviendo junto al río, pero «¿dónde vamos?», se preguntan, «¿qué soluciones nos van a dar?».

Para otra vecina, Elena Moyano, que lleva en la zona quince años, las inundaciones fueron «un infierno, se les fueron de las manos» por los desembalses, a lo que se sumó que «nadie limpia el río». El agua sepultó su casa en febrero y llegó hasta la mitad en diciembre, pero no fue una de las precintadas, ya que «no tenía ni una grieta». A pesar de que la amenaza del agua siempre está ahí, asegura que no tiene miedo y que no quiere perder su casa ni que le den un piso.

Cerca, en la Altea reside Julio Cortés, que formó parte de la plataforma de Afectados por las Inundaciones. «En diciembre nos pilló más preparados», asegura, «pero da rabia saber cómo se gestionó la crecida». Diez años después, «el abandono» que siente «es total», «no se ha hecho nada» y, encima, «han convertido en inundable Córdoba entera», en referencia a las zonas urbanas que aparecen en los mapas de la CHG. Cortés insiste en que «nos tienen que dar una solución, no hemos incumplido la normativa, en los noventa nos dejaron construir, el Ayuntamiento y Urbanismo han consentido que se construya y lo siguen permitiendo».

En Fontanar de Quintos vive Ángel Patilla, que nunca olvidará el 6 de diciembre del 2010. «Era mi cumpleaños y empezó a llover y al día siguiente había agua y mucho lodo por todos lados», señala. Desde entonces, «no se ha hecho nada», lamenta, y «brilla por su ausencia la limpieza del río y de los arroyos».

En Alcolea, María Castillo tiene «muy malos recuerdos» de aquel año, «se me ponen los pelos de punta de pensarlo, tienes tu casa montada y en un momento ves los muebles flotando». En su caso, el agua subió más de un metro la primera vez y algo menos la segunda y aún recuerda «el olor a humedad». Otro vecino, Ramón Fernández, señala que, más que pasar miedo, sintió «impotencia».

Francisco León impulsó hace una década la plataforma de Afectados por las Inundaciones del Guadalquivir, que preside, con «el objetivo de promover la limpieza del río, de crear escolleras y evitar inundaciones». Desde un primer momento tenía claro que las inundaciones no fueron provocadas por la lluvia, sino por los desembalses, que estaban en manos de la Agencia Andaluza del Agua. Su idea es ejecutar un proyecto entre Alcolea y Encinarejo que evitara inundaciones y ofreciera nuevos espacios de ocio, y que ayudaría a excluir muchas viviendas de la zona inundable y a legalizarlas, pero «nadie hace nada».

Más que mapas

El presidente del Consejo del Movimiento Ciudadano, Juan Andrés de Gracia, muestra su preocupación porque «diez años después no se haya resuelto nada más allá de un mapa de inundaciones». De esa manera se refiere al que ha elaborado la CHG, que, a su juicio, no es suficiente, sino que hay que tener un plan de actuación para evitar que la historia se repita.

La CHG, que ha limpiado en dos ocasiones el río y encauzado y acondicionado varios arroyos, asegura que todas las administraciones «tienen competencia en la gestión de estos episodios». La CHG ha trabajado en la elaboración del plan de gestión de riesgo de inundación, que tiene tres fases (evaluación preliminar, mapas de peligrosidad y protocolos de actuación) y en estos momentos está revisando las áreas de riesgo.

La inundabilidad es difícil de atajar. Solo en suelo no urbanizable hay identificadas 1.400 viviendas con riesgo y en urbano, 8.500. Aunque en la teoría se ha avanzado con inventarios municipales sobre suelo no urbanizable, nuevas normativas andaluzas relativas a las parcelaciones y mapas de la CHG que indican dónde está el peligro, en la práctica todo sigue igual.