Hace casi una década, en enero del 2011, entraba en vigor la nueva ley antitabaco, que prohibía fumar dentro de los establecimientos. En aquel momento las terrazas ganaron adeptos, sobre todo, entre los fumadores, y solo en sus seis primeros meses aumentó un 30% la demanda de licencias para colocar mesas y sillas en el exterior. Calefacciones y toldos, muchos de ellos verdaderos habitáculos, se convirtieron en elementos comunes en la calle e indispensables para mantener clientela en invierno. Cuando están a punto de cumplirse diez años de aquello, el covid le echa un pulso a la hostelería, que encuentra en la vía pública su aliado. Las terrazas dan un respiro al sector y mesas y sillas se convierten en elementos vitales en tiempos del coronavirus, en los que la mayoría de los clientes buscan el aire libre.

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Con la desescalada, y debido a la reducción de aforos en el interior y en las terrazas y a la distancia de seguridad, Urbanismo permitió ampliar los espacios utilizados para instalar mesas y sillas sin sobrepasar el número autorizado. Desde entonces no ha sido raro ver veladores en lugares en los que no es habitual. El Moriles de Ciudad Jardín puede instalar desde entonces seis mesas y sillas en la acera del parque Juan Carlos I, que se suman a las que se ubican en la parte que le corresponde de su fachada. «Fuimos de los primeros en la concesión», relata Rafael Cordón, «y se valoró muy bien, se ha utilizado en verano y seguiremos mientras contemos con esa medida porque al cliente le da seguridad». Consumir en el exterior se ha convertido en una preferencia y los hosteleros, conscientes de ello, se adaptan. «Ahora hacemos reservas para la terraza, antes no», señala. «Las terrazas son vitales, lo normal es que nadie quiera estar dentro ni aunque se ventile el interior», añade. El problema de estos espacios es que, al ser provisionales, no tienen elementos para resguardarse de la lluvia.

En el espacio en el que termina el Marrubial y empieza la avenida de Barcelona, en un solar que dejó libre hace un par de años la demolición de la vivienda número 4 de Álvaro Paulo, expropiada por Urbanismo para la ampliación de la vía y evitar el cuello de botella que se produce, es frecuente ver veladores cuando antes estaban solo en la parte que hay junto al banco Santander. A pesar de tener sitio en la segunda planta, «los clientes prefieren la terraza», asegura Jesús Becerra, trabajador en Más que Cañas, negocio «abierto en tiempos revueltos», ya que solo lleva «tres semanas y media».

Un poco más, un mes, lleva abierto Okapi en María la Judía, donde es frecuente ver ahora veladores no solo junto a las fachadas, sino enfrente, en el acerado del parque. «Nosotros tenemos concedidos doce y podemos colocar seis aquí y otros seis enfrente», señala Rafa Gutiérrez. Aunque no puede comparar los ingresos actuales con los anteriores al covid, sí percibe la bajada de ventas por la restricción de horarios, que ha ido a más.

«Abrimos pocas horas y apenas hay tiempo para vender», lamenta Francisco Jiménez, de Toffee, un bar de la avenida de Barcelona que usa la acera de siempre pero que con la ampliación puede colocar dos mesas al volver la esquina. «Entre semana el negocio está flojo y mejora el fin de semana» pero «no se llegan a cubrir los gastos», indica. Con la limitación de aforo interior, la terraza es la tabla de salvación. «La gente es reacia a entrar dentro, quiere calle», afirma.

Hay negocios que no tenían mesas y sillas fuera, solo dentro, pero con la pandemia se han visto obligados a solicitar el permiso para colocarlas, como ha ocurrido en la Regadera, en la Ribera. Adrián Caballero señala que «a la gente le empezó a dar miedo estar dentro y tuvimos que poner veladores» y «ahora todos quieren comer en la terraza». A pesar de que no es partidario de ellos, admite que «sin veladores, la crisis afectaría más, aumentaría más la pérdida de ventas».