Hace unos días falleció Juan Salas Gómez, porcunense de nacimiento y cordobés de adopción. El hueco sentimental que deja en muchos de nosotros, simplemente, no se cubrirá.

Científico y agricultor, como usualmente se denominaba a sí mismo con orgullo, forma parte de la historia más brillante del aceite de oliva virgen de los últimos 40 años. Su labor, tanto en el Laboratorio Agroalimentario de Córdoba, como sus múltiples aportaciones al sector del olivar y del aceite, están escritas con letras de oro en ese libro de la vida que la historia escribe por sí misma y que nada ni nadie puede modificar.

Hombre austero, sencillo, discreto, juicioso y con el saber del que conoce. Su fino sentido del humor era, sencillamente, inolvidable. Amigo fiel de sus amigos, a los que decía, en ocasiones, lo que no les gustaba oír, como debe ser, se ha ido como a él le gustaba hacer las cosas, con discreción y al pie de sus olivares.

Para muchos de nosotros, que lo amamos, la noticia ha sido como el estruendo de un trueno en la quietud y soledad de la noche. Muchos, que aprendimos de su sencilla sabiduría, no nos repondremos de su pérdida.

Descansa en Paz, amigo.

(*) El autor del artículo es Químico y exjefe del Panel del Ministerio de Agricultura