En la pobreza se entra muy fácilmente, pero de ella es muy complicado salir. Un revés en el trabajo, un divorcio, una mala racha puede dar al traste con la economía de una familia, si no viene de lejos la precariedad, pero salir del agujero una vez se está dentro cuesta mucho más.

María lo sabe bien. Huérfana de padre y madre, hija única y madre de una niña de cinco años, ha tenido que salir adelante sola como ha podido después de sufrir malos tratos durante años hasta lograr separarse del padre de su hija. «Trabajaba en un supermercado hasta que con el confinamiento lo tuve que dejar para quedarme con mi hija porque no tengo con quién dejarla», explica, «me despidieron y he estado cobrando el paro hasta este mes, unos 600 euros». En los próximos meses, cobrará 420 euros y ya tiene facturas pendientes de los meses pasados. «Cuando yo quiera, puedo volver a mi puesto, pero ¿qué hago con la niña?», se pregunta, «en el momento en que haya un positivo y la pongan en cuarentena, yo no puedo decir que falto al trabajo».

El año pasado, se apañaba con una compañera y la ludoteca del barrio, el Sector Sur, pero con el covid covidno puede hacer ni una cosa ni la otra. «Me han dado una moratoria de la hipoteca y alguna ayuda de alimentos, pero es muy difícil estar al día con 600 euros».

Basi, vecina del Guadalquivir, se ha quedado sin casas que limpiar desde el confinamiento. «Antes tenía unas horas de lunes a viernes y ahora solo un par de días», explica, «además iba a un taller de Mujeres con Solera donde me daban una beca semanal que ahora está cancelado». Madre de dos hijos, desde que empezó el confinamiento se pasa los días pensando de dónde sacar para pagar y comer. Según su relato, acude a Cruz Roja, a las parroquias, «pero somos muchos pidiendo», afirma. «Mi marido antes salía a la chatarra, pero la furgoneta está sin seguro y si la coges, te multan encima», lamenta. Ahora está a la espera de que le corten la luz por impago desde marzo, «pero cuando eso pase, la tendré que enganchar, lo digo abiertamente, he intentado fracturar la deuda y nada, ojalá tuviera dinero para pagar esas facturas». En su casa, no faltan problemas familiares, pero tiene claro que hará «lo que sea para dar de comer a mis hijos, como haría cualquiera».

La situación en Moreras no es más halagüeña. En casa de Enrique o de Miguel se las ven y se las desean para llenar la olla todos los días. «A los que dicen que vivimos de las ayudas, me gustaría verlos vivir de esa limosna», comentan. En casa de ambos, a diario se juntan más de una decena de personas a comer. «Los hijos y los nietos no tienen ni para la luz, así que se vienen a casa de los abuelos, que hacemos malabares con la pensión para sacar a todos adelante». En casa de Miguel se juntan ocho en dos habitaciones mientras esperan que algún día sus hijos tengan un piso en el que meterse.

Según Enrique, «las ayudas no ayudan, aquí no hay internet, la gente no tiene dinero ni sabe cómo arreglar los papeles y te piden mil papeles para marearte y que te aburras». El miedo al covid les lleva a no llevar a los niños al colegio. «Te mandan advertencias por absentismo, pero si no tenemos ni para mascarillas y estamos todos juntos en un piso con personas mayores enfermas, ¿qué hacemos?, esto hay que vivirlo».

Chache, en Palmeras, es otro muro de lamentaciones de todo el barrio. Carmen, una vecina, lleva sin agua desde hace meses. «Somos siete en la casa y tenemos 400 euros así que no puedo pagar las facturas», explica Carmen llorando a lágrima viva, «he pedido una ayuda de emergencia y la trabajadora social dice que no me toca hasta el año que viene, pero ¿qué hacemos, de qué vivimos mientras tanto?». Según Chache, la situación es desesperada «y si en época de bonanza nadie movió un dedo para arreglar esto...», se pregunta. Luego mira a Carmen y rectifica «no podemos rendirnos, aquí vamos a estar para luchar lo que haga falta».