Paul Preston (Liverpool, 1946) comparte con McCartney la cuna y el título de Sir, que la reina de Inglaterra concedió en 2018 a este historiador británico e hispanista, miembro de la Cátedra Príncipe de Asturias de Historia Contemporánea española. Sus biografías de Franco, Juan Carlos (El rey de un pueblo) o Santiago Carrillo (El zorro rojo), y libros como La Guerra Civil española. Reacción, revolución y venganza o el último, Un pueblo traicionado, le han granjeado un pelotón de fieles detractores que proponen declararlo persona non grata, y de otros tantos que aplauden agradecidos su empeño de historiador por desvelar los episodios más oscuros de nuestro pasado reciente. La pandemia le ha impedido viajar a Córdoba para participar en los Congresos del bienestar de la Ser, pero la tecnología le permitió conversar ayer con Juan Cruz bajo el epígrafe Drama y vodevil de la corrupción. Esta entrevista fue telefónica; en el perfecto castellano de Sir Preston.

¿Por quién y por qué España ha sido un pueblo traicionado?

En ningún momento he querido decir que España fuera diferente. Lo que cuento ahí había que contarlo, pero hay muchas conclusiones que se podrían aplicar a cualquier otro país del mundo y sobre todo de Europa. Del libro saqué una especie de ecuación matemática que realmente contesta a su pregunta: corrupción más incompetencia política igual a división social. Eso significa que la víctima es el pueblo. Ahora mismo diría lo mismo de lo que ocurre en Gran Bretaña con el Brexit.

¿Cuál ha sido el peor periodo de corrupción de este país desde la restauración borbónica, en 1874, cuando comienza su libro?

Ha habido tres periodos tremendos. Si hubiera una liga de corrupción sería difícil decir cuál fue el peor: la dictadura de Primo de Rivera, la dictadura de Franco y la España actual, desde mediados de los años 90 hasta 2015. Quizá la peor, el franquismo por ser el periodo más largo.

¿Qué piensa de la frase que Santiago Abascal pronunció la semana pasada diciendo que Pedro Sánchez es el peor presidente de España de los últimos 80 años?

Pienso: menuda chuminada. Si vamos a hacer una liga de malos presidentes hay bastantes, y yo desde luego no incluiría a Pedro Sánchez en los primeros tres.

¿Detrás de la corrupción solo hay codicia?

Hasta cierto punto se puede decir que sí, pero es difícil de entender. Es comprensible que la gente quiera dinero o comodidades, pero lo que es más difícil de entender es la codicia, ya sea de un futbolista o de un empresario corrupto. Se convierten casi en coleccionistas del dinero. Me pregunto: ¿cuántos coches puede un hombre conducir o en cuántas casas puede vivir? En el caso de España, como en el resto de países, hay una codicia generalizada de los corruptos, pero luego hay otra cosa que es el sistema de financiación de los partidos, el dinero que necesitan para sus campañas electorales. A los que fueron los responsables de recaudar ese dinero, como el famoso caso de Bárcenas, les pasó que, cumpliendo su deber, vieron lo fácil que había sido recaudar mucho dinero y tuvieron la tentación de meter un porcentaje en su propio bolsillo.

En 800 páginas entiendo que habrá salvado a alguien de la política española de los últimos 150 años.

Por supuesto, pero me pone en cierta dificultad. Para mí el gran político de los últimos 150 años de la historia de España es Juan Negrín, sin ninguna duda. También podría decir un conservador como Antonio Maura, lo que ocurre es que, en el sistema en el que tenía que funcionar para mantenerse en el poder, tuvo que aprovecharse de los servicios de un corrupto tremendo como fue Juan de la Cierva, el gran manipulador de las elecciones. Salvaría también a Adolfo Suárez, cuyo papel se ha subestimado en la introducción de la democracia en España. Cometió errores, pero todos los cometemos. Si tuviera que construir la liga que usted me está obligando a hacer también le daría un puesto a Felipe González.

Como biógrafo de Franco, ¿no ha encontrado en este personaje histórico ningún resquicio por el que se cuele la empatía?

No sé si he entendido bien la pregunta, ¿me pregunta si yo quiero a Franco?

Querer veo yo que sería excesivo, solo le pregunto si salva algo del personaje histórico.

He escrito biografías puras como la de Franco, Juan Carlos o Carrillo; luego, otras biografías más cortas como Palomas de guerra, que son la vida de cinco mujeres. También hay biografías en este último libro, Un pueblo traicionado. Siempre me ha interesado la personalidad de los personajes históricos. Eso es fascinante para un biógrafo, pero a veces resulta contradictorio. Le doy ejemplos. Primero voy a hablar de la diferencia de hacer una biografía de alguien a quien conoces y de quien no. Yo hice la de Juan Carlos sin conocerle y por mis investigaciones me salió un retrato muy positivo de él. Conocerlo me confirmó la imagen de persona amable y atractiva que yo tenía. Otro caso, al revés, fue el de Santiago Carrillo, al que conocía y tenía cierta estima, pero al estudiar su vida encontré cosas que me horrorizaron, como la eliminación de camaradas del PCE en los años 40 y 50, por no hablar de Paracuellos y todo eso. Otro caso, el de un político a quien yo admiraba cuando hacía mi tesis doctoral, Indalecio Prieto, pero luego tuve que reconocer que tenía algún defecto de personalidad y que eso influía en su gestión política. En suma, todo eso es lo mejor de ser biógrafo: intentar conocer a personajes históricos. Un buen libro biográfico es aquel al que al lector, después de leerlo, le queda la sensación de haber conocido al personaje y para crear esa ilusión tú mismo como autor tienes que creerlo. A mi me chifla ese trabajo.

Entonces, definitivamente, de Franco no va a decir nada bueno.

Francamente, de Franco conozco algunas anécdotas que muestran un humor cruel que a veces te hace reír, pero en general yo he encontrado muy poco positivo del personaje. Le podría contar alguna de sus ocurrencias, pero...

¿Cómo pasará a la historia Juan Carlos I -del que usted dijo sentirse decepcionado- y qué debería hacer Felipe VI para no terminar como su padre?

Eso son dos preguntas que dependen, además, del cocktail que tenemos delante: la pandemia, el calentamiento global y Donald Trump. Si el mundo sobrevive a eso y de aquí a 50 años sigue habiendo historiadores y libros, creo que el juicio de la historia sobre Juan Carlos será muy positivo. No soy futurólogo, pero creo que los historiadores van a centrarse en las grandes hazañas políticas de Juan Carlos en los años 70 y los primeros 80, y las últimas cosas de corrupción y mujeres, intentando meterme en la cabeza de esos historiadores le digo, son cosas a las que van a dar menos importancia. Felipe VI tiene el pecado original de no ser su padre, en el sentido de que hay pocos monárquicos convencidos en España pero había, aunque ahora habrá menos, muchos juancarlistas. Ese legado de Juan Carlos se ha perdido con las últimas revelaciones. Felipe VI ofrece de positivo a España, que es un país muy conflictivo, una jefatura del Estado neutral. Felipe ya ha hecho un esfuerzo para distanciar la Casa Real de la corrupción, no sé si tanto como él quería, y ahora tiene que centrarse en intentar ser lo que siempre intentó ser su padre: rey de todos los españoles. Eso incluye ser rey de andaluces, gallegos, vascos, valencianos y catalanes. Felipe no puede seguir los puntos de vista extremistas de un partido u otro, sea nacional o regionalista. Si no hace eso, la Monarquía tiene posibilidades de sobrevivir.

El Gobierno ha aprobado esta semana el anteproyecto de una nueva ley de Memoria Histórica, ¿qué futuro le augura a la norma? ¿Piensa que las cosas se han hecho demasiado rápidas?

El proyecto reciente no he podido leerlo, porque estoy involucrado en un trabajo muy complicado sobre la pandemia, y me es difícil hacer comentarios. Lo que dije que fue insuficiente fue la ley de Memoria Histórica del 2007. De la nueva, por lo que me han contado, hay elementos que si yo hubiera redactado ese proyecto no los hubiera incluido, pero creo que es un esfuerzo por hacer las paces. He dicho antes que España es un país muy conflictivo, hay una larga historia y mucha gente que por el gran lavado de cerebro que se hizo en los años de la dictadura aún piensan que Franco era bueno y había salvado España. Por tanto, cualquier intento de hacer las paces finales, aunque sea a regañadientes, tiene que tener eso en cuenta. Para nosotros que hemos luchado por la memoria histórica esto es difícil de tragar, pero creo que era la única vía de futuro.

Usted tuvo el primer contacto con España allá por los años 60, ¿no se cansa pese a todo de nosotros? ¿Le seguimos pareciendo interesantes?

Por supuesto. A finales de los años 60 tuve mi gran flechazo con España, que se convirtió en un matrimonio estable. Ha habido algunos deslices, pero creo que nos seguimos amando mucho.

¿Qué es lo que más le fascina de España y qué es lo que más detesta?

Lo que más me gusta de España es difícil... Son todas cosas gastronómicas. Me chifla la paella, la fideuá y la tortilla española, que me parece uno de los grandes inventos del mundo. También me gusta la música española: Falla, Granados, Albéniz... Me gusta muchísimo la literatura española. Leo mucha novela española.

Le quería preguntar, precisamente, si como historiador es capaz de leer novela histórica. A Almudena Grandes, por ejemplo, que está haciendo esa especie de ‘Episodios nacionales’ de la guerra civil y la dictadura.

En general, no soy muy de novela histórica, sobre todo cuando se tratan temas que conozco. Eso me causa problemas. Si es una novela, qué digo yo, de Dulce Chacón, eso sí que me gusta porque puede captar el ambiente de una época. El problema es cuando se meten figuras reales. Si en una novela salen, por ejemplo, Manuel Azaña o Juan Negrín, personas que he estudiado a fondo, y ponen en su boca unas declaraciones, pienso: éste, en toda su vida, jamás, habrá dicho eso. Igual funciona para la novela, pero a mí me dificulta la lectura. Habiendo dicho eso he disfrutado como un enano de las novelas de Almudena Grandes, salvo cuando mete a un personaje real.

Le interrumpí antes y no dejé que nos contara qué detesta de España. Dígalo con cariño que somos muy susceptibles.

Vamos a ver, vamos a ver. Hombre, hay algo que detesto igual en Gran Bretaña: los trolls. Por ejemplo en mi caso, hay gente que me ataca de la forma más absurda, con insultos personales. No sé si eso es español, creo que no, porque también pasa en el twitter de Gran Bretaña. Realmente estoy intentando contestar a la pregunta, pero no sé... Bueno, no me gustan los callos.

Eso es porque no ha probado los de Casa Luis.

No sé, pero es verdad, me cuesta en serio contestar una cosa que detesto en España. No se me ocurre nada más que lo de las polémicas injustas.

¿Podría haber contado la historia contemporánea de Inglaterra con la misma libertad que lo ha hecho sobre la española?

Sí, por supuesto, lo que ocurre es que no es tan interesante. ¿Libertad? Yo incluso diría que más porque aquí los archivos han estado abiertos. Cuando yo empecé a trabajar en España era dificilísimo acceder a un archivo. La gran diferencia es que de la época que yo he cubierto, en Inglaterra ha sido menos interesante. Lógicamente hay episodios como la Segunda Guerra Mundial muy interesantes. Pero respecto a la libertad no conozco ningún caso de censura contra un libro de historia en Inglaterra.

Usted tiene su casa en Inglaterra, ¿no es así?

Sí, vivo en Londres, pero siempre he hecho viajes constantes a España. Este año con la pandemia no ha sido posible. Mi mujer está que se sube por las paredes porque no hemos podido ir este verano a la casa donde vamos cada año en la costa de Huelva.

¿Conoce Córdoba, supongo?

Sí, pero menos. Le voy a contar una anécdota. La primera vez que estuve en España fui a un pueblo de Málaga, y un día uno de los vecinos me preguntó qué quería hacer al día siguiente, a lo que le contesté que quería ir a Córdoba. «No vaya usted a Córdoba --me dijo--, allí no hay más que cozas viejas» (dice imitando cierto acento andaluz).

Hombre es una manera de verlo, lo malo es si usted le hizo caso.

Bueno, aquel día sí, porque estamos hablando de los 60 y no había muchas alternativas de transporte, pero sí que he ido después. Hablando en serio, tengo remordimientos de no conocer a fondo Córdoba y un remordimiento por el congreso del fin de semana. Si no hubiese sido por la pandemia me hubiera encantado ir y quedarme unos días más para conocer mejor la ciudad.