Pepa Hervás (29 de noviembre de 1927 - 15 de agosto de 2020) es una de las primeras mujeres que se incorporaron al mundo laboral durante la posguerra. La dictadura franquista había supuesto un retroceso en la participación de la mujer en tareas profesionales ajenas al hogar. La situación era aún más excepcional en Andalucía, pero con su padre exiliado por el régimen fascista, comenzó a trabajar antes de la edad legal en la delegación en Córdoba de la Compañía Telefónica Nacional de España. Allí desarrolló siempre su actividad laboral, como telefonista, instructora rural y delegada en Cádiz, Almería y Madrid, para finalmente ser la primera Supervisora de Ventas, el máximo cargo que hasta los años 90 podía desempeñar una mujer en esa empresa. Cuando las redes sociales se limitaban a un panel de madera atravesado de cables, conmutadores y clavijas, sus dedos y sus palabras pusieron en contacto a abonados, familiares, socios, amantes y rebeldes.

Durante la Transición, imprimió empatía, sonrisas y soluciones a los usuarios de góndolas de mesa y pared, teléfonos de baquelita y dial giratorio, antes de que la atención al cliente derivase en una trampa robótica e inútil. En Cañero, la gente acudía a su casa a llamar por teléfono cuando se averiaba la única cabina del barrio. Condujo, sin recibir un sola multa durante 40 años, con la misma elegancia con la que plantaba un esqueje de jazmín, diseñaba una camisa de seda, cantaba un tango de Gardel o preparaba un ponche con fino y huevo. Leyó a todos los poetas españoles y a los mejores narradores de América del Sur y del Norte y nos inculcó a sus hijos la pasión por la literatura, el cine, el teatro y la música, y nos dio el mejor motor de nuestras vidas: la curiosidad. Madre coraje y persona cabal, previsora, puntual, espléndida, dedicó su vida a atender a su familia, a hacerse preguntas, a buscar recursos y a regalar, con generosidad infinita, cariño, educación y lealtad. Luchó infatigablemente para que el mundo fuese un lugar más amable, y ordenó sus días y sus sueños sobre un contraste fértil de lucidez e inocencia.

GABRIEL NÚÑEZ HERVÁS