Mascarilla, gel hidroalcohólico, distancia de seguridad y temperaturas de más de 40 grados asfixian al ciudadano cordobés y no cordobés. El coronavirus ha transformado el escenario sanitario, económico y también social. Los chapuzones en piscinas públicas ya no son como antaño y el agua es el mejor antídoto contra el calor infernal que marcan los termómetros.

Tan solo el 9,6% de los hogares andaluces pueden bucear en sus piscinas, lo que ha provocado el disparo en la demanda de una industria pionera: el alquiler de piscinas privadas. Se podría considerar un auge recíproco de oferta y demanda al que ha asistido la consolidada plataforma francesa Swimmy, instalada en territorio español tras tres años de su nacimiento con Raphaelle de Monteynard. Pero el negocio de tal índole, popularmente conocido como «el Airbnb de las piscinas», no solo dota de intimidad, disfrute y tranquilidad a multitud de familias y amigos, sino que se ha convertido en un modelo de inyección económica en estos tiempos tan desafortunados. «Para la mayoría de propietarios es un plus, un ingreso complementario. Aunque para algunos, con el coronavirus ha pasado a ser su principal ingreso», declara la directora de comunicación de Swimmy, Anaïs Ferrández.

En este catálogo de piscinas el precio en la ciudad de Córdoba oscila entre los 8 y los 15 euros por medio día y persona.

A pesar de que el prototipo de ofertante español suele ser el colectivo de mujeres pertenecientes a una clase social media-alta, el perfil del anunciante cordobés difiere: varones que viven en zonas periféricas a la capital y que brindan un buen refrescón a escasos kilómetros de la ciudad. En lo que concierne a demandantes, Ferrández asegura la diversidad de clientes. Desde familias, grupos de amigos, soplar las velas de cumpleaños hasta celebrar un enlace matrimonial. La inscripción a este servicio es gratuita, tanto para los huéspedes como para los propietarios y el pago se realiza íntegramente en el sitio web, favoreciendo el contacto entre ambas partes del servicio. Y es que el panorama provocado por el covid-19 ha beneficiado a la startup triplicando la demanda respecto al año anterior y multiplicando por ocho la cifra del negocio. Es decir, la necesidad se desbordó desde el 25 de mayo, cuando la mayoría de Comunidades Autónomas estrenaban fase 2. Los rebrotes que están emergiendo en Córdoba tampoco son impedimento para abandonar el día de piscina.

Desde Swimmy vienen desarrollando un control vía telefónica para no exceder las 10 personas y supervisar el aforo en propiedades privadas. «Hacemos un seguimiento de las zonas con más rebrotes y cada reserva que se hace se chequea. No podemos mirar para otro lado», explica Ferrández.

Inspirada en esta plataforma, emerge la española Piscilovers, una iniciativa empresarial de similares atributos que opera principalmente en Cataluña para dar respuesta a este verano atípico marcado por las restricciones sociales. Su intención es expandir a cada rincón de la nación este proyecto. Como alude la co-directora general, Sara Orozco, «Piscilovers nace de mi socio Sergi a las dos semanas del confinamiento, pues este verano iba a ser complicado por el miedo de la gente a ir a la piscina y playa».

La llamada «economía colaborativa», como Blablacar, Drivy o SamBoat, que aterrizó en España hace no mucho es un concepto bastante criticado por «hacer más ricos a los ricos», según Ferrández. A lo que la comunicadora responde que «las personas que piensan eso, no han captado la esencia de Swimmy. Nuestro concepto es el disfrute, no todos tienen la posibilidad de ir a la piscina». Y es que, como entienden desde la empresa, la felicidad se comparte.