La madre de A. P. tiene 81 años y ha pasado el confinamiento en una residencia. En el 2018, solicitó la ayuda a domicilio, pero nunca llegó, así que tuvo que conformarse con la teleasistencia durante varios años. Tenía problemas de movilidad y como vivía sola en un segundo sin ascensor, salía poco. En marzo del 2019, cayó enferma del corazón y aunque temieron por su vida, logró salir adelante. Cuando volvió a casa, con sobrepeso y dependiente total, habría requerido una plaza concertada en una residencia, pero la Dependencia seguía sin llegar, así que sus hijos tuvieron que usar el «colchoncito de ahorros que ella tenía» para pagar una plaza privada. Según Ponferrada, «la más barata vale 1.700 euros al mes», por lo que no sabe qué hubiera sido de ella de no tener ese dinero guardado que ya está a punto de agotarse. Con el grado 3 de dependencia concedido en septiembre del 2019, esperan la elaboración del plan de atención individualizado que le dé derecho a una plaza pública desde febrero, momento en el que la pandemia se cruzó en su camino.

Alojada en una residencia pequeña y familiar, Ana y sus hermanos están muy contentos del trato que recibe, aunque la salud de su madre se ha deteriorado mucho en los últimos meses. «Sufre Alzheimer, demencia vascular y deterioro cognitivo mixto», explica, «y hasta la visita del neurólogo hemos tenido que pagar», señala. Desde que empezó el estado de alarma, su madre «llora a todas horas», asegura, «en su residencia no ha habido ningún caso, pero ella no entiende lo que pasa, ha dejado de hablar, tiene una depresión enorme y se siente abandonada por la familia». Hasta que empezó la pandemia, sus hijos y sus nietos la visitaban a diario y la sacaban a pasear.

Las videollamadas no la consuelan, echa en falta «los abrazos y los besos que no le podemos dar», afirma Ana, «puede que el covid no la mate y se muera de pena». En esta situación, reclama para su madre y el resto de residentes atención psicológica por parte de la administración y animación cultural para quienes están aislados. En su opinión, «son los grandes olvidados, es inhumano». La única alternativa que se les ofrece es llevarse a su madre a casa, algo que no pueden asumir por las circunstancias familiares.

Sentada en un sillón, sin leer ni ver la televisión, «lo único que le quedaba era la visita de las tardes» y la imposibilidad de ofrecerle ese afecto «nos corroe a ella y a nosotros», asegura. Los continuos brotes y la posibilidad de que pasen meses antes de que salga una vacuna, les hace temer por su madre, por lo que pidenfórmulas que les permitan dar cariño a los suyos sin ponerlos en peligro.

«Estoy segura de que se puede y creo que hay que hacerlo por ellos». El aislamiento afecta también a quienes viven solos en sus casas. De ahí que en Pozoblanco, un grupo de voluntarias de la Plataforma en defensa de los mayores lleven dos meses practicando Visitas sin contagio a mayores que han pasado el confinamiento solos. De momento, ya son 15 quienes los han llamado (722 29 49 07 y 600 66 73 08) para paliar su soledad.

«Empezamos haciendo visitas en la puerta y luego entramos en las casas a charlar con elloscon mascarilla y manteniendo siempre las distancias», explica María José Vázquez, «hay mucho miedo, pero es peor la soledad».