Para que luego digan que el trabajo de los Reyes de España es cosa fácil. Ni siquiera los expertos asesores que deben estudiar al milímetro cada detalle de las visitas institucionales de la Casa Real fueron capaces de esquivar el sofocante calor que, a hora punta, presidió la visita fugaz aunque rentable en términos de promoción, a Córdoba de Sus Majestades en su gira por España para conocer la nueva normalidad tras la pandemia del coronavirus. No sabemos qué comieron ni dónde el matrimonio real, pero después de su paso por el Polígono Sur de Sevilla, donde el público concentrado no dudó en pedir «más trabajo y menos caridad» a los Reyes, se montaron en el AVE para llegar a Córdoba a esa hora en la que todos los termómetros de la ciudad marcan sus máximos, pasadas las 18.30 horas.

En algún momento, el Rey, que debió sudar «tinta», como dicen en mi pueblo, en su visita sevillana, encontró hueco para cambiarse de camisa, dejando la guayabera atrás para cambiarla por una camisa azul de rayas de lo más discretita. Había órdenes de que en Córdoba no se siguiera el protocolo de indumentaria que acompaña a estos actos. Y menos mal porque, de haberse cumplido, igual habría sido necesaria una unidad móvil de rescate anti lipotimias.

La reina Letizia, por su parte, también «delgada como un lápiz», según la describió una mujer nada más verla en su entrada a los patios, no necesitó siquiera cambiarse de ropa o zapatos. Con el mismo modelo y el mismo peinado hacia atrás, aguantó estoicamente el calor cordobés de finales de junio, con un aviso naranja de por medio, durante los minutos que transcurrieron entre su bajada del coche en la Puerta de Sevilla y su entrada al paraíso climático que les ofreció el patio de San Basilio 44, donde a buen seguro respiraron hondo sin mascarilla para recuperar el aliento.

Eso solo lo vieron unos cuantos, ya que los medios, a los que en cada una de las visitas reales se nos controla con perros incluidos para ver si portamos algún elemento u olor subversivo, apenas se nos deja colocarnos a varios metros de distancia para verlos pasar de lejos. Cualquier ciudadano de a pie puede acercarse más a Sus Majestades que la prensa, conducida cual rebaño por la seguridad real. Gajes del oficio.

En la misma Puerta de Sevilla, un poco antes de la hora convenida, esperaba la comitiva oficial compuesta por el alcalde de Córdoba, José María Bellido; la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo; el presidente de la Junta, Juanma Moreno Bonilla; la presidenta del Parlamento andaluz, Marta Bosquet y la delegada del Gobierno andaluz, Sandra García.

Tras la primera ronda de disparos de las cámaras, entre las que las distancias de seguridad brillaron por su ausencia, la prensa fue trasladada para dar paso a las autoridades. Valga subrayar la exigente prueba a la que se sometió en la visita real la eficacia tanto del calor como elemento matador del virus como las mascarillas, de todo tipo, color y grosor, que fueron las únicas barreras de protección tanto para la prensa como para los súbditos arremolinados en torno a sus Reyes, que por esta vez mantuvieron a raya su afán de chocar las manos para evitar contagios multidireccionales de coronavirus.

En el interior del primer patio, según relató el presidente de la Asociación Amigos de los Patios, Miguel Ángel Roldán, los Reyes se deleitaron con una interpretación músico vocal del Vito cordobés, haciendo gala de tradiciones locales, y se entrevistaron con tres de los artesanos que tienen sede en este patio, que cultivan el arte del guadamecí, el cordobán y los perfumes creados con esencias de Córdoba. «La reina es muy aficionada a la filigrana, fíjense en los complementos que lleva siempre, y se ha interesado mucho por conocer el trabajo de nuestro artesano», explicó Roldán. No se fueron de manos vacías. Todo hay que decirlo. Y aunque no pueden aceptar regalos institucionales, sí que se llevaron algunos detalles como un abanico y funda hecho en cuero, un cuadro con una maceta de plata de filigrana y varias esencias. «Desde la asociación, les regalamos un pin de una maceta a ella y el libro El Alma de los patios a él», sentenció Roldán. Entre obsequio y obsequio, no desaprovecharon la ocasión de invitarles a venir el año que viene en mayo para respaldar el centenario del concurso municipal de patios, aunque no hubo compromiso oficial de venir.

Acabado el periplo en el patio de San Basilio 44, el Rey salió encantado y, a preguntas de los periodistas, dijo: «Es precioso. Esperamos que mucha gente de todos lados vengan a visitar los patios». Esa fue la frase más... bueno, la frase, la única frase que escuchamos de sus labios en Córdoba, en un intento de animar al turismo a conocer los encantos de la ciudad, capaces de impactar a los mismísimos Reyes de España.

De ahí y tras otra ronda de disparos fotográficos, se introdujeron en el otro oasis patiero, El Patio de la costurera, todo un primor en el que le esperaban cinco cuidadoras de esta tradición de larga experiencia, que se deshicieron en elogios con los Reyes a su marcha. «Encantadores, amabilísimos, se han interesado por el concurso, el turismo, por las macetas y las plantas y, especialmente, por los aperos de cocina que tenemos», explicó Marichel, una de las propietarias, después. Entre las asistentes, figuraba Ana de Austria, una clásica de los patios del Alcázar Viejo, cuyo nombre sorprendió al Rey, según relató ella, interesándose por su árbol genealógico.

Las cinco mujeres fueron las mejores embajadoras de la fiesta declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y también tuvieron su obsequio para los jóvenes monarcas, en concreto, dos hueveros que llamaron la atención de Letizia y que les fueron entregados para disfrute de la princesa e infanta. «Para cuando se tomen los huevos pasados por agua», explicó una de ellas. Después de esa visita, los Reyes se fueron volando. Volando vinieron en AVE y volando se fueron en avión.