Cuando los libros de historia relaten los efectos que tuvo la pandemia del coronavirus en el año 2020, revelarán las cifras de muertes, de contagios, la crisis económica que generó, las tensiones políticas, la brecha digital, las desigualdades, pero probablemente pasarán por alto el impacto positivo que tuvo en las vidas de un reducido número de personas.

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La declaración del estado de alarma y el confinamiento asociado obligó al Ayuntamiento de Córdoba a crear un dispositivo para alojar a las decenas de transeúntes sin hogar que vagaban por las calles incumpliendo la norma. Costó tiempo y varios intentos fallidos encontrar el sitio adecuado, pero el 26 de marzo, el Colegio Mayor Séneca, cedido por la Universidad de Córdoba, recibió por primera vez a 73 personas sin hogar. Desde entonces, ha llegado a alojar a más de un centenar aunque muchos se fueron y ahora quedan unos 60. Salvo que se prorrogue el estado de alarma, el Ayuntamiento prevé cerrar este refugio el próximo 8 de junio.

Pepa tiene 60 años y ha vivido en la calle 21. "Estos dos meses confinada han sido buenos para mí, estar aquí me ha servido para reflexionar y darme cuenta de muchas cosas, me gustaría recuperar a mi familia y tener un sitio donde vivir tranquila, en la calle no hay amigos y menos si eres mujer, me han robado, pegado y violado, me da miedo volver», confiesa, «estuve enganchada a la cocaína para olvidarme de todo, pero ahora estoy limpia; si comes, duermes bien y te sientes protegida, no te hace falta nada de eso".

J. A. tiene 64 años y llegó al Colegio Mayor en ambulancia. "Tenía un aspecto horrible,con el pelo largo y pegado como con pegamento y era alcohólico", recuerda alguien que lo vio, "un voluntario lo duchó, lo vistió con ropa limpia y le cortó el pelo; después de estas semanas aquí, es otra persona". Desde que entró, no ha tomado ni una gota de alcohol y le están arreglando los papeles para cobrar una prestación económica. "Este sitio me ha cambiado la vida", asegura J.A., "ahora tengo ilusión, parezco otro, me siento bien, pero no sé qué va a pasar cuando tenga que irme a la calle, desde que soy pobre no tengo familia".

Javier, otro usuario, lo mira desde una silla, callado. No quiere contar su historia, bebe a pequeños sorbos una manzanilla caliente porque está nervioso y hace días que duerme mal. La coordinadora del centro muestra la nota de agradecimiento que les hizo llegar hace unos días. "Escribo esto porque soy muy tímido. pero quiero agradecerles lo que han hecho con los que las personas que estamos en situación de calle, gracias por todo, he recibido cariño y amistad, os merecéis mil aplausos, gracias por hacerme sentir bien, han hecho que me tome la vida con alegría, no tengo palabras, gracias de corazón". Se disculpa por no poder hablar. "Si te cuento mi vida, me pongo a llorar y no quiero", confiesa, "ojalá pudiera quedarme aquí".

Entre los confinados en el centro, hay una veintena de musulmanes a los que el estado de alarma sorprendió en Córdoba. Jaime tiene 51 años. "Aquí nos han tratado muy bien, no nos podemos quejar, todo el equipo ha sido muy bueno, muy humano, estar aquí me ha dado fuerzas para cuando salga a la calle buscar un trabajo". Es el plan de muchos de ellos, aunque la realidad laboral no da como para tener demasiadas esperanzas, al menos en Córdoba. "Yo me moveré por ahí como he hecho siempre", afirma Rafael, de Lérida, "no queda otra".

Acostumbrados a dormir con un ojo abierto y a desconfiar de todo el mundo, este tiempo les ha permitido crear vínculos que pensaban imposibles con otra gente de la calle. Y eso que algunos tienen un carácter fuerte. Como Sebastián, de 74 años, licenciado en Historia por la UNED. "Estaba viviendo en un hostal cuando empezó esto y me vi en la calle hasta que me hablaron de este sitio", comenta, "soy guía turístico clandestino desde hace 45 años y no tengo ninguna paga, así que sin turistas, no sé de qué voy a vivir cuando salga". La asistenta social le está ayudando a solicitar una ayuda, "me veo en la calle hasta que abran los hoteles y gane algo para pagar".

A Miguel Ángel, un cordobés de 42 años exempresario arruinado, el confinamiento le pilló en Proyecto Hombre, en una cura de desintoxiación. "Cuando se declaró el estado de alarma, me tuve que ir y acabé aquí", explica, "esta experiencia nos ha cambiado a todos, yo tengo trabajillo y cuando salga terminaré la desintoxicación, pero ¿qué va a pasar con los compañeros?, cada uno necesita un tiempo para levantar cabeza", insiste. Por eso ha creado un movimiento en redes contra el cierre del Colegio Mayor Séneca. "Salir de la calle es posible, se ha demostrado aquí, pero se necesita tiempo para volver a ser persona y recuperar la autoestima, echarlos a la calle otra vez sería muy cruel".