El 15 de marzo, la plaza de San Felipe iba a acoger la fiesta de reinauguración de un bar. El Otro (antiguo Portos) pasaría a llamarse Botánico y su nueva propietaria, Laura García, daría oficialidad así a su camino como propietaria, papel que jugaba desde diciembre del 2019. Si entra en vigor la fase 2 el lunes, su bar abrirá y podrá acoger en su terraza a un aforo del 50% sobre el inicial. «Eso no supone conseguir un 50% de la recaudación» se apresura a explicar Laura a sabiendas de que solo podrá atender a un máximo de 10 personas al mismo tiempo. «No podré tener clientes dentro del bar ni en las barritas de la fachada», asegura. Sus dos empleados continuarán en ERTE hasta que el gobierno lo permita. Ella invirtió su energía, «los ahorros, la capitalización del paro y todo se ha caído en saco roto», se lamenta. «Aguantaré hasta que los números me digan que no es posible». Ofrecerá a su conocida clientela «seguridad y limpieza» y, al menos durante las primeras semanas, reservas para grupos.

Peor lo tiene Román del Río, propietario del histórico Bar Baleares, en la avenida Medina Azahara. Lleva 40 años en esta calle y 18 en el local donde el lunes abrirá pero sin rescatar del ERTE a sus dos trabajadores. «Iré yo solo para atender las cuatro mesas de dentro». «¿Y si se sienta una persona a tomar un café en cada mesa, qué hago si viene un quinto cliente?», se pregunta. Su público habitual es el de desayuno en barra y ese, por el momento, lo ha perdido ante la imposibilidad de atender en la barra a nadie como medida de seguridad por el coronavirus. Román ha pedido poder poner tres mesas fuera, ocupando el espacio de dos aparcamientos, pero «de Urbanismo me mandan a Movilidad y no se aclaran». Este hostelero dice estar dispuesto a pagar, si es factible, la reforma de su acerado para ampliarlo y poder acoger mesas, pero asegura que nadie en el Ayuntamiento le ha explicado qué posibilidades hay para estas propuestas.

Más incierto es el futuro para un mítico bar del centro El Correo, que este domingo cumple 89 años. Ya no será habitual ver a sus clientes agolpados en Jesús y María, al menos, a corto plazo. «Posiblemente no pueda abrir», lamenta Manuel Carrasco. A Manuel no le interesa la reapertura a pesar de que ha llegado a un acuerdo con el arrendador del local, al que está pagando la mitad, «pero eso no soluciona el problema, sino que nos dejen tranquilos y se pueda abrir al 100%». Si las cosas no cambian, asegura, «estoy abocado al cierre, yo y unos pocos más». Y no solo eso, vaticina que «el 20 o el 25% de todos los negocios que han abierto de aquí a un mes o mes y medio estarán cerrados otra vez». El Correo es otro de los bares que ha tenido que recurrir al ERTE, que ni siquiera ha cobrado el empleado que tiene. Tampoco le compensa trabajar solo por los gastos que tiene que afrontar. A la poca rentabilidad que puede obtener, se une el problema de las aglomeraciones que se pueden formar «y me busco un problema». De momento, ha decidido esperar a ver qué pasa este verano.

«Lo peor es no poder abrir ni saber cómo», señala el presidente de Hostecor, Francisco de la Torre, que asegura que «la situación es muy delicada y todos tendremos que adaptarnos a las nuevas normas». De la Torre piensa que si siguen las limitaciones, «el cierre de compañeros será más acentuado de lo que se preveía».

Para bares pequeños y sin posibilidad de veladores la única opción son las mesas altas que, aunque Urbanismo anunció su prohibición, las elude en la resolución que dictó y en la que no permite barriles ni barras. Las mesas podrían permitirse si no están pegadas a la pared, no obstaculizan el paso y mantienen distancias, aclara su presidente, Salvador Fuentes, pero también deben ser autorizadas.