Dicen que no hay mal que por bien no venga y puede que, en esta ocasión, el refrán tenga sentido. Y es que si bien es cierto que el estado de alarma y el coronavirus privó este domingo a Julio Anguita de ser objeto de uno de esos grandes funerales que hubiera movilizado a autoridades de toda España, tampoco es menos cierto que quizás recibió, después de todo, la despedida que le hubiera gustado tener.

Tímido y discreto, por más que al escucharlo hablar cueste creerlo, el coronavirus le hizo el favor de suprimir lo superfluo que rodea a todo funeral para dejarlo en la esencia de la parte más humana, la de la gente cercana, los que de verdad admiraron a Julio en la distancia corta, los compañeros de viaje en el día a día, mujeres y hombres acompañados por hijos y nietos que conocieron la historia del primer alcalde de la democracia reciente, los vecinos de Córdoba que le admiraron desde la coincidencia o la disidencia política, los que confiaron en su honradez y no dudaron en rendir grandes honores a un hombre de honor.

[Así hemos contado en directo el último adiós a Anguita]

El caso es que el pueblo siempre encuentra la manera de honrar a las figuras que admira, por más trabas y virus que se crucen en su camino. Y ayer encontró la forma de hacerlo dos veces. Se había corrido la voz en la ciudad de que el traslado del féretro con los restos mortales de Julio Anguita abandonaría el salón de plenos en dirección al cementerio de la Fuensanta a la hora del Ángelus, o del vermut, según para quién, a las 12.00 horas, y una pequeña multitud con mascarillas, separada por el metro reglamentario, se concentró antes de esa hora frente al Consistorio. Poco después, el Ayuntamiento informaba de que la salida se produciría a las cinco de la tarde, pero para cuando se difundió, el reloj marcaba las doce y los presentes decidieron expresar sus condolencias con un aplauso, un largo, larguísimo aplauso. Antes de eso, ya se había improvisado un pequeño altar en el velatorio paralelo, celebrado a pie de calle, a la menor distancia autorizada de la capilla ardiente oficial.

En lugar de guardar un minuto de silencio, como es habitual en los actos institucionales, el pueblo de Córdoba optó por usar sus palmas, esta vez, para abrazar a distancia a la familia del exalcalde. 25 minutos duró el emocionante homenaje ciudadano.

Es curioso que un virus de nombre tan monárquico como el coronavirus pretendiera robar honores a un republicano de pro como Julio Anguita, paradojas del destino que el propio devenir de los acontecimientos hizo cambiar de rumbo. Entre los que pasaron por allí, se pudo ver a un discreto Vicente Amigo que, emocionado, desde un segundo plano, quiso «apoyar a la familia con su presencia». Recordaba con ilusión que el hijo de Anguita, el periodista fallecido en la guerra de Irak Julio A. Parrado, fue a verlo cuando actuó en Nueva York e hizo una reseña en el diario El Mundo, algo por lo que sigue agradecido. «Me he quedado con ganas de hacer amistad con Julio Anguita, siempre ha sido un referente para mí, he coincidido con él alguna vez en La Corredera y lo he respetado y admirado siempre».

También se pudo ver a camaradas de partido como Marcelino Ferrero, el que fuera concejal de Ferias y Festejos en el Ayuntamiento de Córdoba, con lágrimas en los ojos, roto por la emoción. «Es ley de vida, pero es que Julio era una de esas personas inteligentes, transparentes como el agua que ha demostrado su honradez y su integridad toda la vida y que para mí será como el Cid Campeador, que ganará batallas también después de muerto por el ejemplo de vida que deja», confesó, «los jóvenes deberían fijarse en él, en su coherencia y en esa forma de entender la política».

María José Moruno, compañera de partido y exconcejala del Ayuntamiento de Córdoba, se unió también al sentido aplauso en memoria de su amigo. «Creía que me afectaría menos, por la edad debemos estar preparados, pero hacía mucho tiempo que no sentía tanto la muerte de una persona», aseguró consternada, «no he tenido mucha relación fluida con él, siempre he sido muy independiente, pero una cosa es cierta, cada siglo deja tres o cuatro personas que son un ejemplo por su humanidad y Julio es una de ellas, sin duda», sentenció.

A su lado, Antonio, amigo anónimo del exalcalde, vecino del barrio de La Magdalena, lamentaba la pérdida: «Nos va a hacer falta, no hay muchos como él», dijo, aunque según Moruno, «quizás su corazón no pudo resistir el dolor de lo que está pasando». El aplauso de la mañana fue, en realidad, solo el ensayo general del aplauso de la tarde, que congregó a un millar de personas en la puerta del Ayuntamiento, donde esperaban dos coches fúnebres cargados de coronas de flores del Parlamento Andaluz, el Congreso de los Diputados, IU, el PCE, Podemos, Juventudes Comunistas, el Gobierno de Andalucía, el presidente del Gobierno, el Ayuntamiento de Córdoba y familiares y amigos de Julio y de los suyos. Autoridades locales, miles de flores, banderas de la República y semblantes serios en respetuoso silencio tras un mar de mascarillas.

Esa fue la estampa que precedió al último y definitivo aplauso, un clamor unánime que estalló al mismo tiempo que el cielo empezaba a llorar. El ataúd, cubierto por la hoz y el martillo, salió del Ayuntamiento y cada uno se despidió a su manera. Unos levantaron el puño entonando La Internacional, otros se persignaron en señal de respeto y la mayoría simplemente aplaudió calle abajo en una larga cadena humana hasta la Ribera del río, desde donde el cortejo fúnebre siguió su camino. Pocos vieron a la familia más cercana, que no quiso exhibir su dolor. Antes de irse, Carmen, prima de Julio Anguita, definió al hombre que conoció con tres palabras: Bueno... de corazón, fuerte... en sus convicciones y formal... siempre fiel a su palabra.