Primer día de la fase 1 en Córdoba y la gente se apresura a tomar la calle para recordar hábitos aparcados durante casi tres meses. El primero, a primera hora, desayunar en la calle. De momento, y pese a la amenaza de lluvia que planea por la ciudad, tendrá que ser en una terraza (el interior de los bares aún está vetado). Y la primera lección es muy sencilla: la prisa mata. En esta nueva normalidad, tomar café y tostada en un bar ha dejado de ser un gran placer para convertirse en algo ortopédico, higiénico y lento, al menos en esta primera fase. Lo del café rápido antes de entrar a la oficina se acabó. Quien quiera rapidez, tendrá que desayunar en casa.

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El reto inicial consiste en encontrar un bar abierto. Solo uno de cada cuatro lo hacen hoy y, entre ellos, hay muchos que lo harán al mediodía y a primera hora de la mañana cuesta localizar cafetería salvo que se acuda a alguna gran avenida. Sin terraza, no hay negocio y, de momento, solo se han lanzado a abrir los que antes del covid tenían grandes terrazas y eso que, pese a tenerla, el negocio se reduce a la mitad, igual que las mesas y el personal, por más que el trabajo se haya multiplicado.

Desinfectante antes de la consumición

Superado el primer obstáculo, con el bar localizado en la retina, toca esperar que una mesa se quede libre y, cuando ocurre, que el personal acuda a desinfectarlo todo. "No, no te sientes hasta que lo desinfecte", advierte la camarera, que ha dejado de portar un pequeño trapo para cargar una gran caja llena de productos desinfectantes. "Primero lejía y luego, aclaramos la mesa", explica al novato, "y para terminar, dame las manos que te eche este spray desinfectante". Todo es muy higiénico, pero es lo que hay y el cliente trata de llevarlo con filosofía. Cuanta más seguridad sanitaria ofrezca un bar, más lento será el servicio.

Mascarillas y mesas a dos metros

Mascarillas y mesas a dos metros Una vez sentado, con la mesa limpia, toca decidir. ¿Dónde pongo ahora la mascarilla? Quizás debería haber un perchero para colgarlas mientras desayunamos. Si es una mujer, busca a toda prisa algo donde envolverla y depositarla con la mayor seguridad posible. Si es un hombre, quizás la coloque en la mesa o la baje hasta la barbilla mientras desayuna, lo que aumenta el peligro de que se manche durante el masticado.

Las mesas están colocadas a dos metros de distancia, sobre un cuadrado dibujado en el suelo. "Qué estrés", se aventura a comentar un cliente, y alguien le responde desde lejos. "Sí, todo muy raro, la verdad". Al cabo de un rato, la camarera vuelve para servir el desayuno, con todos los productos debidamente colocados como en la bandeja de un hospital, salvo la mantequilla, que viene en un recipiente de plástico al aire libre. Y entonces surgen las dudas en la cabeza del que desayuna. ¿Esta taza estará limpia, habrán cogido los cubiertos con la mano? La camarera lleva guantes, pero ¿y si no los ha desinfectado antes de coger todo esto? ¿Debería usar la servilleta que me ponen o me voy sin limpiarme la boca?

Miles de preguntas se agolpan en la cabeza mientras se ataca tímidamente a la tostada y se hace de tripas corazón para tomar el café en esa burbuja higiénico sanitaria difícilmente compatible con el placer de desayunar en la calle. No es culpa de la cafetería, es culpa del maldito coronavirus.

Con tarjeta, aunque sea solo un euro

Luego, llega el momento de pagar y de tocar el dinero. Dicen que es mejor pagar con la tarjeta, pero da cosa pagar un euro y pico por esta vía, así que el cliente saca el arsenal de monedas y paga. Las manos vuelven a estar contaminadas, pero ya no hay spray de salida y tampoco lleva gel hidroalcohólico, así que saca la mascarilla con las manos sucias y se la coloca mientras espera para pagar. Al cliente se le escapa un suspiro mientras mira el reloj, impaciente. La vida se ha ralentizadlo, toca acostumbrarse.