¿Cómo te gustaría llamarte? Jade. ¿Por qué? Me gusta porque es una piedra verde preciosa que da suerte. Pero vale muy cara. A Jade le cuesta quitarse la gorra. Quizá aún se avergüenza de su pelo rubio. Quizá aún guarda aquel momento cuando la engañaron y le raparon para que nadie la mirara. «Hasta quedarme calva». ¿Te puedes quitar la gorra, por favor? Lo hace con pudor, como si se estuviera desnudando, y deja lucir una melena brillante, alborotada. Quizá ni es consciente, pero al desprenderse de su gorra está desafiando a sus miedos y a un pasado cruel.

La vida de Jade, como la de tantas mujeres que se ven obligadas a ejercer la prostitución, está plagada de miedo. Es la palabra que más repite mientras se toma una Pepsi en el habitáculo donde vive, que no alcanza la categoría de casa. Sin baño, se lava en un barreño; sin cocina, prepara la comida en un hornillo oxidado que compró por ocho euros y que ya le ha dado más de un susto, en concreto tres chispazos; con un solo mueble, donde guarda conservas, patatas y cebollas, su ingrediente favorito; sin ventanas, solo unos plásticos para evitar que entren las moscas, pero que no detienen al frío. «En invierno duermo con el jersey y las mallas». Con una puerta de madera ajada y sin pestillo, solo amarrada con una cuerda que engancha por dentro y un candado que no protegería ni a una bicicleta. «Claro que me da miedo». En la pared hay varias estampas de vírgenes, un Jesucristo y un rosario roto; debajo, un paquete de tabaco, su único vicio. «No lo puedo dejar; ojalá, lo he intentado muchas veces». Todos los días reza antes de dormir. ¿Te sirve creer? «Yo no pierdo la esperanza».

Se sienta en la cama y se enciende un cigarro. Ahora mismo no tiene ningún ingreso. Aún así le quedan ganas de bromear y de sonreír cada vez que le hago una fotografía. Se siente importante, dice. «Tengo fotos que te quedas flipado. Mira --me enseña el móvil--, me hago fotos todos los días. ¡El aburrimiento!». Varias moscas sobrevuelan nuestras cabezas. «También hay garrapatas, pero de momento no me ha picado ninguna». El frigorífico se lo regaló un amigo; es el único mueble que no ha cogido de la basura. «Pero lo tengo apagado» Cuatro perros merodean la casa. «Les doy pan, pero a veces se lo roban las ratas. ¿Tú no fumas, no?».

Conforme las palabras y los pasos de Jade avanzaban, la película se iba gastando. Un carrete Ilford HP Plus 400 con 36 disparos fue testigo del paseo y la conversación. El encuentro con la chica quedó registrado en ese negativo, revelado al día siguiente con un proceso químico que deja cierto aroma en las manos durante horas. Revelador, paro, fijador y humectante posibilitan el milagro de la fotografía. Puede ver el proceso en el vídeo que acompaña a este reportaje.

Hoy ha comido una ensalada: lechuga, tomate y pimiento rojo. «No tengo ganas de comer, solo de salir de aquí». Ayer se hizo patatas. «Por eso el suelo está así de sucio; qué vergüenza». Pudo comprarlas con la ayuda de un vale de 50 euros que le facilitó Cruz Roja. «Son las únicas personas que han estado a mi lado escuchándome, cuidándome y ayudándome en los últimos dos meses». El día se le hace eterno, desde las siete levantada. «Me lo paso metida en la cama, mirando la tele y jugando con el teléfono». A las diez se queda dormida, justo cuando se lava el pelo y termina la serie que está viendo. «El lunes es el último capítulo».

¿Qué es lo más duro de vivir aquí? «Estar sola, me da miedo. ¿No ves qué puerta tengo? Con hilos. Puede entrar quien quiera. Pero pongo trampas: sillas, el agua, pongo cosas ahí y con eso cierro». Tiene una garrafa de cinco litros con la que hace pesas.

No mantiene ningún contacto con su familia. «No saben en qué situación vivo. Yo con mi madre no hablo desde hace años». Ha trabajado en clubs y en la calle, pero también de camarera. «Y hasta de encargada, pero cerraron». Ha estado amenazada y vigilada. «Los chulos me daban la comida, me compraban la ropa, me quitaban el dinero, me pegaban, me amenazaban con matar a mi familia». Durante siete años tuvo un novio. ¿Y sabía a lo que te dedicabas? «Sí, pero no le importaba porque me quería. Y de algo teníamos que vivir».

Los perros reclaman un paseo. Jade derrocha amor en cada caricia. Se le acercan ansiosos, eufóricos, celosos. A falta de una red de apoyo, los cuatro animales son su pasión, su desahogo. Jade se sube a un montículo de tierra desde donde divisa una bonita panorámica. Para llegar arriba debemos esquivar algunos agujeros. «Son de las ratas, que se meten ahí». Arriba, el cielo; abajo, la peste. «Son las ocho, ¿aplaudimos?».

Jade se relaja paseando junto al río y se pierde entre la maleza y las plantas, tocándolas, apartándolas para avanzar con un cuidado maternal que ralla la emoción. Es su evasión, y ahí se vuelve invisible, aún más. Solo por unos segundos deja de sentir miedo y tristeza. ¿Volvemos? No te quiero entretener. «No te preocupes, por lo menos me haces compañía; ¿tú sabes lo que es estar aquí sola?».

Al regresar a casa el cielo ya es azul oscuro, muy oscuro. ¿Con qué sueñas? «Con estudiar. Estudiar, hacer algo, no sé qué. Pero tener algo. Me gustaría estudiar inglés y francés; los entiendo pero no sé responder. Y el chino». Ha refrescado. ¿Qué es peor el invierno o el verano? «Las dos cosas». Reconoce que le gustaría vivir en Málaga, en Palma o en Palencia. «Allí tuve otro novio. Yo lo quería, pero no quería amarlo. Desde entonces ya no he tenido otro, no me fio de nadie. Yo me muero vieja y sola».

La chimenea es el único elemento que aporta calidez a su hogar. Echa tres bolsas enormes de plásticos y aquello prende en segundos. Nos quedamos frente al fuego, en silencio. ¿Este es tu momento favorito? «Sí. Y en el río. El río y la chimenea. Me encantan».

Miro el reloj. Son más de las diez. Ponemos el televisor, pero su serie ya ha acabado. Lo siento, te has perdido el capítulo. «Qué más da. Lo pasé bien. Me desahogué un poco hablando. A veces es importante que alguien te escuche». El perro pequeño sigue moviendo la cola en el umbral de la puerta. Quiere pasar. Jade se levanta, lo coge y lo coloca en su regazo, frente a las llamas. La habitación por fin respira algo de calor.

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