Esperanza Zamora y Javier Pérez son un matrimonio con tres hijos que está promoviendo un debate para que los niños puedan salir puntualmente del confinamiento por la crisis del coronavirus. Ellos, vecinos de la calle Ceuta, han empezado lanzando una iniciativa en su bloque --aún no cuentan con todo el apoyo de sus vecinos-- para que los más pequeños puedan utilizar unos minutos al día las zonas comunes para poder hacer un poco de deporte y salir del claustrofóbico espacio de un piso de 70 metros y un pequeño balcón.

La iniciativa la emprendieron después de que algún vecino llamara a la Policía Local cuando bajaron un rato a los niños al jardín interior. «Nos fuimos a casa con una mezcla de indignación y preocupación por si estábamos poniendo en riesgo a los demás», reconoce Esperanza.

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Precisamente, desde su balcón lanzaron un grito de SOS al mundo en forma de vídeo, que han colgado en sus redes sociales, en el que explican su posición y reivindican una postura intermedia al confinamiento con niños, que están llevando a cabo países como Bélgica o Francia. Sin embargo, con el video les están «lloviendo las críticas» porque hay muchas personas que no entienden ni comparten lo que piden. En cualquier caso, están promoviendo un debate que defienden algunos sociólogos, pedagogos y psicólogos, y denostan otros. El psicólogo Antonio Agraz recomienda establecer rutinas diarias «y que los niños se amolden a la vida de los adultos».

Este matrimonio no quiere entrar en confrontación con nadie, pero pide empatía para quienes, por ejemplo, han entendido que hay que poder pasear a las mascotas o que las familias monoparentales puedan llevar a los niños a la compra. «Solo pido igualdad de derechos para todos y mirar por los derechos de los niños, por los que nadie ha mirado». Tampoco entienden cómo los abuelos, la población de mayor riesgo, pueden bajar a la calle y no pueden hacerlo los pequeños. Aquí, como en casi todo, hay un dimensión económica que se agrava cuando menor es el sitio del confinamiento. No es lo mismo estar con dos niños en un pequeño piso de tres habitaciones, que en una casa de 200 metros y jardín. «El hecho de que no les pueda dar ni siquiera el sol y el aire puede tener efectos hasta en el sistema inmunológico», apunta. Por último, Esperanza lamenta que algunos conviertan a los niños «en unos monstruos» por el hecho de que puedan portar el virus y contagiarlo sin sufrir la enfermedad