«Alabo al verdadero Dios, llamo al pueblo, congrego al clero, lloro a los difuntos y ahuyento la peste». Esa es la inscripción que puede leerse en la campana mayor de Santa Marina, colocada en 1754, que da cuenta del temor que entre los cordobeses provocó siempre la enfermedad que llegó en oleadas a lo largo de los siglos.

[Sigue aquí en directo las últimas noticias sobre el coronavirus en Córdoba]

La historia de Córdoba ha estado jalonada de numerosas epidemias que la han asolado y diezmado su población. Echar una mirada al pasado puede ayudar a «desdramatizar» la pandemia del coronavirus o al menos a ponerla en su lugar, reflexiona el periodista y escritor Francisco Solano Márquez, que se acercó en su libro Córdoba insólita (editorial Páramo) a algunas de esas epidemias. «Mi principal referencia en este capítulo fue la obra de Teodomiro Ramírez de Arellano, Paseos por Córdoba, que tanto se recrea en las desgracias que azotaron la ciudad», relata. Así recoge algunas de esas epidemias, principalmente de peste, de los años 1398, 1458, 1459, 1506, 1535, 1580, 1581, 1582, 1590 o 1601. «Unas veces eran epidemias de landre o carbunclo y otras de peste, agravándose a menudo sus efectos por causa de las sequías que mermaban la producción de los campos».

El historiador Manuel García Parody repasa también algunos de estos momentos de la vida de la ciudad, como aquella peste que duró seis años (entre 1347 y 1353) y que se llevó por delante a 25 millones de personas en todo el mundo incluidos dos monarcas europeos: Alfonso XI y Margarita de Dinamarca. «De aquella peste tenemos enterrada a una víctima ilustre en Córdoba: Alfonso XI, que murió en Gibraltar en 1350 y después de estar enterrado unos años en Sevilla, acabó por deseo expreso en Córdoba, como su padre, en la Real Colegiata de San Hipólito, que había sido fundación suya».

«Epidemias había cada dos por tres y lógicamente la higiene y las infraestructuras sanitarias no eran las mismas que las actuales», afirma el historiador, que también recuerda la peste que hubo en 1398, donde algunas fuentes cifran en 70.000 los cordobeses que murieron entre los meses de abril y junio.

La historiadora Mercedes Cabrera, que ha estudiado las enfermedades en la Edad Media, apunta que con la peste que dejó sitiada Córdoba en 1488 se registraron tantos fallecimientos que los notarios no daban abasto. Hasta tal punto que si en un año normal se hacían entre 5 o 6 testamentos, en aquel mes de junio de 1488 los notarios dieron fe de un total de 129 y en julio, de otros 73.

Un poco más tarde llegó la peste que inspiró la serie de Movistar y que sufrió Córdoba entre 1648 y 1652, años durante los que se perdió aproximadamente un 48% de la población. Entonces no existían los cementerios a las afueras de la ciudad y los muertos se enterraban en las parroquias, lo que a su vez provocaba mayor mortandad. Cuenta Francisco Solano Márquez que en 1785 hubo que cerrar al culto Santa Marina «pues fueron tantos los cadáveres en ella sepultados, que empezaron a exhalar tantas miasmas, que se creyó perjudicaría a la salud».

De forma habitual, las epidemias iban acompañadas normalmente de crisis económicas y grandes penurias y hambrunas, que provocaban disturbios como el motín del barrio de San Lorenzo en 1652, y que se repitió en ciudades vecinas como Lucena, Sevilla o Écija. «Es en esa época cuando se generaliza la devoción en Córdoba a San Rafael»,

«La falta de salubridad y de agua corriente, así como lo rudimentario de la medicina y los hospitales provocaban entonces verdaderos colapsos sanitarios infinitamente superiores al que pudiera darse hoy», reflexiona García Parody.

Además de la peste, Córdoba ha sufrido también plagas, como una de tabardillos (1736) que mató a 15.000 cordobeses; fiebre amarilla (1804), con la que murieron 1.500 personas en la ciudad, o la que se conoció, sin haberse originado en España, como gripe española (1918). «A partir del 1810 decrece la intensidad de las epidemias porque empezaron a mejorar las condiciones de higiene, fruto de la existencia de un ayuntamiento afrancesado que creó los cementerios extramuros de la ciudad».

Además de hospitales y mejoras de la salubridad, los cordobeses del siglo XIX recurrían a la fe y a la medicina dei para contrarrestar las enfermedades. En 1856, Córdoba sacó en procesión a San Rafael, junto a la Virgen de la Fuensanta y las reliquias de los Santos Mártires, con tal éxito que cuatro años más tarde, los sevillanos pidieron a los cordobeses la imagen de Alonso Gómez de Sandoval de San Rafael para sacarla también en procesión. «Los cordobeses no se fiaron de ellos y pensaron que si les dejaban a San Rafael la ciudad se quedaba como sin mascarilla y por ahí no iban a pasar», concluye García Parody.