¿Seguro que todo esto no habrá sido una pesadilla? ¿En serio hay que estar dos semanas encerrados en casa, con los niños, sin trabajar? Esa ha sido la sensación con la que miles de cordobeses se han despertado el primer lunes laborable post Estado de Alarma por coronavirus.

Tras un extraño y cálido fin de semana de confinamiento, la ciudad se ha levantado con una especie de resaca profunda de la que será difícil salir de momento. Tras la fase de negación del duelo, afrontamos ahora la etapa de ira o desesperación, acrecentada en este caso por la sensación de claustrofobia que supone el aislamiento.

Pese a la gravedad de la situación, a primera hora de este lunes, aún quedaban por ahí valientes (o descerebrados) empeñados en desafiar a la norma establecida que se han lanzado a las calles a verlas venir, cual exploradores. «¿Adónde va usted en el coche con otra persona?», ha sido una de las preguntas repetidas por la policía a los conductores. «No, yo es que he ido a echar gasolina», ha dicho alguno, a ver si colaba, antes de enfundarse en el bolsillo la correspondiente multa por no llevar el ticket de la compra realizada. Aviso a navegantes. La cosa está muy seria.

«No, yo es que he ido a echar gasolina», ha dicho alguno, a ver si colaba. FOTO: SÁNCHEZ MORENO

Lo saben bien multitud de empresarios, trabajadores por cuenta ajena y autónomos, que llevan noches sin dormir pensando en la que se les viene encima. Pilar García, asesora jurídica,ha vivido este lunes un día «terrible», por la incertidumbre que amenaza al sector. «Los autónomos están esperando el paquete de medidas anunciado para este martes antes de darse de baja, a ver si supone algún alivio para sus negocios, mientras hay empresas que están optando ya por el ERTE o por el despido de trabajadores ante la asfixia que prevén», indicó, «si los gobiernos no lo hacen bien, lo que nos espera es catastrófico».

En el otro lado, otros cientos de trabajadores se han iniciado este lunes en el nuevo mundo del teletrabajo, una palabra que viene a significar conexión 24 horas y conciliación cero. «Tengo a los niños en casa mientras trabajo, ¿cómo se supone que me voy a concentrar en lo mío si además tengo que hacer de maestra?», se ha lamentado este lunes una madre, horas después de despedir a su marido, empleado de banca.

En las oficinas, abiertas solo para urgencias, la cosa ha estado tranquila, según las fuentes consultadas, ya que el mensaje lanzado a los empleados fue el de incentivar el uso de los cajeros, recargados una y otra vez de cash. A los trabajadores pobres, a los que la crisis aún no les había dejado respirar, no les ha quedado otra que camuflarse entre la población para seguir currando, a puerta cerrada en muchos casos, para sacar adelante encargos que aún no saben si podrán cobrar. «Si no trabajo, no cobro y no comemos, nosotros vamos al día», ha explicado una limpiadora, que estos días apura los ahorros que guardaba para la comunión de su hija. «Si no hay dinero, no podrá hacerla», ha sentenciado con voz temblona, «maldito virus».

Por las calles, entre vacías y siniestras

Por las calles, entre vacías y siniestras Por las calles, entre vacías y siniestras tras el cambio de tercio meteorológico, se ha visto a multitud de caminantes solitarios de mirada inquieta y perdida en busca de supermercados, estancos o quioscos abiertos donde saciar sus necesidades. ¿Cuántas series de televisión se inspirarán en lo ahora acontece? También se ha visto circular a muchos repartidores de comida a domicilio, entre ellos, los contratados para asistir a quienes tienen problemas de movilidad. Por la tarde, el Ejército se hizo presente en la ciudad, como prueba fehaciente de que el coronavirus hace tiempo que dejó de ser un bichito lejano para convertirse en un monstruo peludo de esos que tanto miedo dan. El aluvión de memes y chistes, al principio ingente, se tornó ayer en simple goteo, roto a media tarde por el aplauso colectivo que se ha convertido ya en el grito de esperanza de los encarcelados en sus propias casas. «En cuanto salga, solo quiero una cervecita fresca en el bar de la esquina», confesaba una compañera por whatsapp, «fíjate cómo ordenan los desastres las prioridades».

En semejante mar de desesperación, me viene a la cabeza un cuento recogido por Milena Tusquets que un amigo me ha recordado: «Érase una vez que en un lugar muy lejano, tal vez China, había un emperador poderosísimo y listo y compasivo, que un día reunió a todos los sabios del reino y les dijo: «Quiero una frase corta, que sirva en todas las circunstancias posibles, siempre.» Los sabios se retiraron y pasaron meses y meses pensando. Finalmente, regresaron y le dijeron al emperador. «Ya tenemos la frase, es la siguiente: «También esto pasará». Lo dicho. También esto pasará.