Soy un optimista empedernido. También empresario y emprendedor, ahora con foco en el desarrollo de tecnología para resolver problemas complicados a grandes organizaciones, y antes en proyectos con cierto componente de innovación. Me he tenido que adaptar a la economía digital, que crece cada año y genera empleo de calidad. Hay muchas otras empresas y emprendedores en nuestra provincia que también lo han hecho. Aunque dedican mucho más tiempo a sus clientes que a conseguir reconocimiento público local.

El mundo ya se ha vuelto muy pequeño, y la tecnología ya lo ha cambiado todo. En pasado. Y es difícil imaginar un futuro con menos comunicación y conocimiento.

Lo realmente nuevo tiene que ver con las tecnologías cognitivas y las nuevas estructuras sociales. Por un lado, las nuevas tecnologías cognitivas, como la inteligencia artificial, están provocando transformaciones sociales y económicas muy aceleradas. Vendrán más, aún más profundas y más rápidas. Por el otro, la sociedad se está estructurando alrededor de unas relaciones digitales más ágiles, consistentes y estables que las físicas, y una nueva forma de hacer los cosas, crear empresas u organizarse civilmente.

El problema es que hay una inmensa parte de la sociedad cordobesa que no es consciente de las oportunidades de la digitalización. Y cuando no eres consciente de la principal fuerza de cambio social de la década anterior, es aún más complicado afrontar la siguiente.

El reto será trasladar la sensación de urgencia para adaptarse al nuevo contexto, porque vamos a tener que hacerlo mucho más rápido si queremos mantener nuestra calidad de vida en Córdoba. Tendremos que olvidar los remilgos, correr riesgos y romper cosas por el camino. La alternativa es que una gran parte de nuestra sociedad se quede descolgada para siempre. Este no es un problema que afecte a todos, a no ser que queramos implicarnos y pensemos como comunidad.