Córdoba no ha logrado recuperarse de la grave pérdida de empleo y del deterioro económico que sufrió durante la crisis. Los factores que la hicieron débil entonces persisten hoy: gran dependencia de sectores que generan poco valor añadido y que están fuertemente influenciados por la climatología y la estacionalidad -agricultura y servicios-, tejido industrial escaso, gran atomización de las empresas y escasez de inversión pública (con los déficit energéticos y de comunicaciones que genera), entre otros.

No son pocos ni baladíes los retos que debemos asumir quienes gobiernan, empresariado, personas trabajadoras y todas aquellas cansadas de ver cómo Córdoba se empobrece. La concertación y el diálogo son el primer, y yo diría más importante, reto que debemos encarar. Es primordial para idear y ejecutar los proyectos que han de promover el desarrollo económico, la riqueza y las oportunidades.

Juntos hay que fomentar la creación y la modernización de la industria agroalimentaria junto a la internacionalización de las empresas. Promover la cooperación empresas-instituciones investigadoras y administraciones públicas sin que las empresas se sientan «compradas», y ahondar en las condiciones que pueden hacer atractiva Córdoba a nuevas firmas: acceso a suelo, ayudas, infraestructuras logísticas, etc.

De nada sirve atraer empresas si no cuentan con mano de obra adaptada a sus necesidades reales. La formación para el empleo debe estar orientada a la empleabilidad. No se trata de cambiar las titulaciones sino de apostar por el reciclaje de las personas trabajadoras a lo largo de su vida laboral y de ofrecerles cursos de especialización que les permitan mejorar su empleabilidad o su situación laboral.

La lucha contra el fraude -que no beneficia a nadie y perjudica a todos-, la apuesta por un empleo de calidad y estable que permita a las personas desarrollar un proyecto de vida e impulsar el desarrollo de la economía local son también cuestiones que hay que acometer sin dilación.