Veo una Córdoba centrada en sectores tradicionales que absorben la mayoría de las escasas inversiones. Son recursos insuficientes que no consiguen modificar la mala situación económica y los dramáticos datos de desempleo que condicionan todo análisis de la ciudad.

Aún así, es también una ciudad más dinámica de lo que parece, con interesantes iniciativas en diversos campos, como el emprendimiento, la cultura o el consumo responsable pero que escasamente consiguen captar la atención de la ciudadanía.

Por tanto, para mí se pueden hacer dos balances. Por un lado, el de una ciudad que queda ejemplificada en el modelo que supone la Mezquita-Catedral: un legado excepcional, que nos remite al pasado, que no conseguimos ni superar ni mejorar y que además en demasiadas ocasiones nos enfrenta. Por otro, una constelación de pequeñas e interesantes iniciativas que buscan su espacio y aún se desconoce si llegarán a ser relevantes y permanecer.

Me preocupa que no haya una estrategia clara para salir de la imagen anterior. Se elaboran planes, se realizan acciones, se escribe y reescribe sobre los mismos renglones torcidos de la realidad económica y ciudadana sin buscar una palanca que nos aúne y nos lleve a otro lugar. La inversión se concentra en lo que ya funciona, en lo que puede tener un retorno inmediato y en lo que supone un escaso riesgo. Las décadas pasan y continuamos más o menos en el mismo lugar.

Hay que mejorar el apoyo a toda iniciativa que contribuya a superar el relato dominante y secular de esta ciudad. Con apoyo quiero decir recursos, financiación, espacios, facilidades, todo aquello que incentive realmente al desarrollo y sostenibilidad de nuevas realidades. Esto no implica desasistir los sectores que aportan empleo o «rentabilidad». Pero urge ir más allá de lo económico, añadir matices a Córdoba, enriquecerla con la diversidad y construir un nuevo discurso de qué Córdoba somos.