La situación de Córdoba es de inmutabilidad. Córdoba, sus defectos y sus virtudes cambian poco. Los diagnósticos sobre Córdoba son siempre los mismos y subrayan los mismos problemas (estancamiento demográfico, debilidad empresarial, dependencia del turismo y de la administración, etc.) y ensalzan las mismas fuerzas potenciales (patrimonio único, infraestructuras viarias, etc.). Córdoba cambia poco. Sólo envejece.

Los problemas de Córdoba son los típicos de una provincia de interior de la Península que ha entrado en un bucle: estancamiento de la población por la emigración de sus jóvenes a Madrid y la Costa del Sol; ausencia de medianas empresas en casi cualquier sector que sostengan un mercado de trabajo de media cualificación; prevalencia de pymes que operan en el mercado local, con baja productividad por ocupado y salarios bajos; alta tasa de paro estructural por la marginalidad y, en las zonas rurales, por los círculos viciosos de las ayudas; y, finalmente, baja renta per cápita. Renta baja que lleva a la emigración y realimenta el bucle.

El reto de Córdoba es también inmutable, pues es el mismo desde hace décadas: romper el bucle de la inmutabilidad. Y, para ello, lo primero que ha de hacer Córdoba es aceptar su situación, poblacional y territorial, y mirar al futuro, no al pasado, aceptar lo que no puede ser y definir lo que quiere ser en el siglo XXI. Córdoba necesita un nuevo relato de sí misma, contar su futuro de otra forma. Y, para ello, apostar por características que guíen la acción de todos sus agentes: ser una sociedad inclusiva y cohesionada (todos somos Córdoba), sostenible (medioambientalmente comprometida), abierta y cosmopolita (en sentido amplio, y no solo por el turismo, sino por la internacionalización de sus empresas y redes institucionales), integrada en su territorio (esencialmente con las grandes áreas metropolitanas de Sevilla y Málaga). Y, sobre todo, dinámica. Pues contra el pecado capital de la inmutabilidad, la virtud del dinamismo.