La candidatura como Capital Cultural Europea para el año 2016 marcó el renacimiento cultural de la ciudad durante las dos primeras décadas del siglo XXI. Pero pocos emprendimientos, de los realizados para tal ocasión, encontraron verdadera estabilidad. Podría destacar el caso de Cosmopoética, convertido hoy en un referente para el mundo literario a nivel nacional. Algunos eventos se han sumado a otros de larga tradición, como el Festival de la Guitarra, pero, en cambio, muchas de las iniciativas planteadas entonces se quedaron en anécdotas o se diluyeron bajo el peso de los años. En algunos aspectos culturales, sobre todo aquellos ligados al patrimonio, Córdoba se presenta como una potencia nacional. Los cordobeses somos propietarios de un tesoro material e inmaterial, algo que cualquier otra ciudad desearía tener en su haber. Somos garantes de tradiciones y festejos que motivan la visita de cientos de miles de visitantes cada año. Deberíamos estar orgullosos de ello. Lo estamos. Aunque no tiene mérito dejarse arrastrar en exclusiva por el valor del pasado. No es nuestro mérito. El arte es una flecha que como el tiempo viaja en dos direcciones: hacia atrás y hacia delante. Por lo tanto, el viejo arte de nuestra tierra no debería eclipsar al que está por venir, al que vendrá. Somos responsables. Siento que, con frecuencia, la administración se olvida de la creación contemporánea. Si hablo de artes escénicas, plásticas o audiovisuales, por ejemplo, andamos lejos de ciudades hermanas como Málaga, capitales que, en los últimos años, no solo quieren acoger obras artísticas sino que también desean convertirse en focos de producción, quieren además realizarlas. Hacer industria es el primer paso. Luego tendremos que acompañar al público. A pesar de las voces críticas, la cultura es industria y genera riqueza para la comunidad (social, pero también económica). El reto del cambio residirá en si tenemos el deseo de ser una ciudad-motor y no una ciudad que espera.