Cuando de niño, en Zarzal del Valle, se iba a dormir cada noche, tras horas de trabajo en el campo, nunca imaginó que su vida acabaría asentándose a 8.000 kilómetros de su padre y de su madre. Nació en una familia numerosísima, con 13 hijos y una sola chica, la más pequeña. «Mi padre trabajaba duro, aprendió a leer y escribir empíricamente, mi madre nunca tuvo la oportunidad», explica mirando al cielo, «yo empecé a ir al colegio tarde, quería aprender y ser químico o agrónomo, pero llegué a sexto de Bachillerato y después me fui a la mili».

Encargado del rancho, recuerda esos 12 meses como «una experiencia maravillosa que no supe apreciar en su momento, pero que me sirvió para formarme como persona y adquirir disciplina, para valorar el esfuerzo de mis padres y compartir con los amigos». A los pocos meses, murió su padre y él se fue con su tío a la ciudad de Cali para intentar prosperar. «Me conseguí un trabajo de guardia jurado en una empresa de seguridad en la que estuve once años, hasta que quise aventurarme y venir a España». Como él lo cuenta, en su decisión tuvo que ver mucho las expectativas de futuro que se abrían para los que habían probado. «En esa época, el año 2001, estaba el boom de España y yo era un pijo pobre al que le gustaba vivir bien, pero mi sueldo allí no me permitía mucho».

Freddy era «un padre soltero de veintipico años con tres hijos», relata, pero eso no le impidió salir de Colombia. «Me vine solo y luego intenté traerme a los niños, pero su madre no quiso», cuenta, «ahora tengo a mi mayor aquí». Cogió un avión y se plantó en España sin conocer a nadie más que al hijo de una amiga que lo recibió en Madrid. Una vez en España, empezó a limpiar la piscina de un señor y hacer trabajitos aquí y allá hasta que le ofrecieron ingresar como interno en una finca. Como casero de distintas propiedades de Sevilla y Cádiz pasó varios años. Entretanto, conoció a la que ahora es su mujer, Gloria. «Ella es de un pueblito de Cali que está muy cerca del mío, vino a España el mismo año que yo, en el 2001, es curioso que allí nunca nos viéramos estando tan cerca y nos encontráramos acá en España, a miles de kilómetros, la vida». Se conocieron en una discoteca latina donde él salía de vez en cuando a bailar. «Yo soy muy bailongo», asegura siempre sonriente, «como no conocía a nadie, me iba solo y un día ella fue con un grupo de amigas y nos miramos». Le preguntó qué estaba tomando y él le dijo que una Cola porque «el alcohol no ha sido mi fuerte nunca». Y desde ahí empezaron a charlar y a bailar. «Ya llevamos 16 años y estamos felizmente casados».

El matrimonio de ambos llegó después de un duro golpe que marcaría un antes y un después en la vida de Freddy. «Ocurrió que mi madre murió en Colombia y eso afectó muchísimo, fue inesperado, sufrió un ictus y se fue, yo no pude ir a su entierro y me sumí en una profunda tristeza». En ese estado de depresión, un día se levantó y se fue al campo. «No sé si lo hice a propósito porque no lo recuerdo, pero estaba devastado e ingerí ácido sulfúrico», recuerda sincero, «aquello me destrozó irremediablemente el esófago y el estómago». En ese momento, trabajaba en Jerez y acabó hospitalizado allí. «Me sedaron y le dijeron a Gloria que no saldría, que me daban 24 horas de vida», comenta, «estuve más de veinte sedado en la cama hasta que me despertaron y me programaron la cirugía para reconstruir el esófago». Estando en la UCI, le llegó la carta de despido de la casa en la que había estado contratado.

Luego le dieron el alta y le dijeron que la operación se haría en Madrid o Córdoba y fue entonces cuando eligieron instalarse aquí. «Ingresé un 27 de noviembre en Reina Sofía, he de decir que encontré un equipo médico maravilloso, ustedes no son conscientes de la suerte que tienen con la Seguridad Social». En diciembre del 2006 se sometió a cirugía y le reconstruyeron el esófago a partir del intestino delgado. Ese año pasaron toda la Navidad en el hospital. «Mi mujer no se apartó de mi cama en todo el tiempo, los médicos nos advirtieron de que íbamos a necesitar mucha paciencia». El estómago no se pudo reconstruir y ahora se apaña para comer con dificultad. Salvó la vida, pero necesitó ayuda psicológica y psiquiátrica. De 72 kilos, Freddy se quedó en 40. Ahora pesa 51. «El psiquiatra le dio a Gloria unas pastillas y ella me dijo: o te hundes o salimos de esta con la ayuda de Dios, y salimos gracias a la fe, estoy convencido», señala, «no me tomé las pastillas, pero a cambio nos encontramos a gente maravillosa en el camino, antes iba por libre en el tema de Dios, pero lo que vivimos me cambió».

Cuando acabó la pesadilla, con un 33% de minusvalía, se apuntó al SAE y lo llamaron para trabajar en un grupo especial de empleo como seguridad en varias obras. La última fue la construcción del edificio de Sama Naharro. Acabada la obra, fue contratado para seguir allí como portero por la adjudicataria. Ahora Freddy es el portero amigo de los mayores. «Me llaman de todo, Freddy, Federico, Jefry, a veces rubio, a veces moreno», cuenta entre risas, «me gusta mi trabajo, son gente muy buena». Además de trabajar, estudia Derecho en la UNED. «Voy despacio», dice, «quiero ser abogado para ayudar a quienes no tienen medios, asesorar a los mayores, porque están indefensos ante muchos abusos», asegura. Se le nota que disfruta con lo que hace, siempre atento a cualquier necesidad de los vecinos, siempre servicial y, sobre todo, alegre. «Las personas mayores necesitan alegría lo que más».