«Oiga mozo, ¿y no sería más fácil que en lugar de intentar meter mi baúl en el camarote, metiera mi camarote dentro del baúl?». Sirva esta frase de los hermanos Marx para evocar la tórrida inauguración el jueves de la sede del PSOE de Valdeolleros, donde también era más fácil meter el local en el baúl, que un baúl en el local. Calculen ustedes mismos. En 40 metros cuadrados, dos ministros del Gobierno, dos secretarios de Organización, cien afiliados socialistas, 50 cargos orgánicos, el alcalde de Montilla recién llegado de Fitur con dos portatrajes, el presidente de la comunidad de vecinos, la vecina del quinto y un puñado de periodistas. Y pudo ser peor, porque faltaron dos o tres.

¡Cámara, acción! Los socialistas demostrándose camaradería y unidad. Ya vendrán los congresos, ya vendrán, pero de momento a disfrutar, les dijo el ministro Ábalos, encantado de inaugurar una casa del pueblo, pero molesto con la prensa --de la que se zafó metiéndose en el local contiguo a la sede que, menos mal, era un bar y no una mercería o un salón del reino-- por haberle preguntado por Venezuela. «Nadie me pregunta por la subida del salario mínimo interprofesional», se lamentó ante el auditorio.

En la escena capitular, se ha sentido esta semana el frío de Gloria y la ausencia de quienes han ido a trabajar a Fitur. Y digo bien, porque aunque usted no lo crea, en Fitur no todo es jamón y folleto. En Madrid, la cosa empezó de cine, en Callao, bueno, perdón, no. La cosa de Fitur empezó antes, en el Ayuntamiento, con el plante de la oposición, Vox incluido, que exigió a Isabel Albás más información y transparencia sobre la oferta que llevaba Córdoba a Madrid.

La primera teniente de alcalde de Turismo respondió a las críticas con corte y confección: «En Fitur lo vamos a bordar», dijo, y se fue a la Diputación a presentar los proyectos con el presidente de aquella institución, Antonio Ruiz. Pasado el berrinche, la oposición ha dicho que, bah, que lo de Córdoba en Fitur no ha sido para tanto, que se ha hecho lo de todos los años y que bordar, bordar, tampoco. A lo que el gobierno local ha respondido que de eso nada, que fíjate lo de los chefs, que si mira las DO, que la agenda de trabajo ha sido superior y que se han cerrado contactos y negocios a tutiplén. Un éxito medible como la Magna, o sea, en big data.

Los datos, encima, aportan más relativismo aún a esta situación comprometida para el análisis, porque son buenos, qué digo buenos, buenísimos, para todos. En el 2019, por poco, rozamos el millón de visitantes en Córdoba. Récord. Y como en el 2019 han gobernado todos (PSOE-IU hasta junio y PP-Cs desde entonces), pues que se repartan el éxito como buenos hermanos de Corporación y santas pascuas, digo yo.

PP y Cs andan también estos días en una carrera desesperada para atar los cabos del presupuesto municipal, un documento económico de 302 millones que debía estar aprobado antes el 31 de diciembre, según el plazo que se fijó el propio gobierno (nota mental: no dar fechas que no se puedan cumplir). El alcalde se ha llevado ya dos sofocones con ellos: uno a cuenta de las ordenanzas fiscales (pudieron ser declaradas nulas, pero un informe in extremis impidió al secretario municipal emitir su dictamen, ejem, ejem) y otro, esta semana, a cuenta del Imtur, que pinchó en su convocatoria al consejo asesor. Por no ir a la reunión no fue ni la presidenta, Isabel Albás, que tendrá que decidir entre aprobar las cuentas de su instituto sin la opinión del consejo asesor, o con ella y retardar aún más la aprobación de los presupuestos.

De Fitur nos hemos traído también un nuevo plan turístico de grandes ciudades, cuando no hemos terminado de ejecutar el primero (faltan las reformas del Templo Romano y el Convento Regina). Se nos acumulan los planes igual que las mesas de trabajo (el PP criticaba a Ambrosio por crearlas, pero ellos le han cogido el gustillo). Y con todo, lo difícil no es constituirla --no hay más que ver la promiscuidad con la que se reproducen-, sino darles contenido y rematarlas. Esta semana, el alcalde ha creado cuatro más (industria, logística, formación y digitalización), que serán la avanzadilla de las ya constituidas para elaborar el nuevo plan estratégico. Lo de las mesas fue la excusa para firmar la paz con los sindicatos, que vuelven a los consejos de las empresas municipales con voz pero sin voto (¿se conforman?), y con CECO, que entra por primera vez en ellas (¿conflicto de intereses?).