«He sido camarero 22 años y ahora tengo una discapacidad funcional por temas de circulación que no me permite trabajar en lo mío, así que he hecho un curso para buscar empleo como asistente de personas discapacitadas», explica Manuel, de 52 años. «He trabajado siempre de cara al público, pero el hecho de tener una discapacidad yo mismo creo que me ayuda a empatizar con otras personas que pasan por algo parecido». Manuel es una de las 30 personas que ayer recibieron el título acreditativo de su formación de manos de Antonio Hermoso, presidente de Codisa-Predif, la presidenta de Fepamic, Sara Rodríguez y Alberto Vaquero, jefe de departamento de la Fundación ONCE, financiadora del proyecto.

Raimundo era electricista hasta que un trasplante de corazón le ha obligado a dejar su trabajo y ha optado por buscar otras opciones. «He estado tantos años cuidando a mi hermano que tenía una base, pero creo que es una profesión muy bonita que te enseña a ayudar a personas que lo necesitan». La asistencia personal a personas con discapacidad es una figura novedosa que está en alza. Según fuentes de Codisa, «no solo es una salida profesional a personas con discapacidad sino una necesidad social creciente, ya que cada vez hay más personas que no tienen familia y que requieren ayuda profesional para realizar su vida diaria». Según José Antonio Quintana, que realizó el curso el año pasado y ahora está trabajando en Fepamic, «no solo hablamos de acompañar a personas con discapacidad intelectual o física al médico o al banco sino a actividades de ocio a las que no tienen acceso de otra forma». Fepamic ofrece actualmente la posibilidad de contratar a asistentes personales formados para atender a personas discapacitadas de cualquier edad ya sea por horas, días o para realizar actividades concretas, una fórmula que facilita la conciliación en muchas familias. También garantiza la igualdad de condiciones de muchos alumnos en el ámbito escolar y universitario. Cuando el servicio no está concertado y se solicita de forma privada, el precio por hora ronda los 14 euros, en los que se incluye la cotización del empleado a la Seguridad Social. Elena, de 25 años, tiene una discapacidad intelectual y es dinamizadora social y asistente personal. «Hemos aprendido desde primeros auxilios a cómo hacer tralados, a usar una grúa o ayudarles a comer y ahora estamos deseando trabajar en lo que nos han enseñado», afirma sincera. Nadie más capacitados que ellos para ayudar.