Cerca de 2.000 cabezas de oveja merina recorrieron hoy las calles de Córdoba en su tradicional travesía estival a la campiña. Su objetivo, aprovechar los granos de las rastrojeras que se diseminan en las márgenes del Guadalquivir. Es el viaje que cada año realizan las reses de la ganadería Las Albaidas, la llamada trasterminancia, algo así como la hermana pequeña de la trashumancia, ya que los desplazamientos no sobrepasan los 100 kilómetros de distancia. El destino final es una finca de Guadalcázar, donde permanecerán hasta finales de septiembre o principios de octubre para, de nuevo, regresar a los campos cercanos a la capital.

El responsable de esta tradicional expedición es Felipe Molina, ganadero por verdadera vocación. A los 18 años se dio de alta como autónomo agrario y lo hizo la misma semana que se estrenaba como estudiante en la Universidad de Córdoba, donde se licenció en Ciencias Biológicas.

Su pasión por el pastoreo le viene de herencia porque con él son seis las generaciones de su familia que ininterrumpidamente se han dedicado a cuidar de las ovejas merinas y de las tierras que atraviesan.

Molina subraya los grandes beneficios de la ganadería extensiva, tanto para el animal como para el entorno y para el consumidor final. Esta modalidad de cría es, por ejemplo, «el mejor plan contra incendios» ya que, si durante el invierno y la primavera las ovejas se van alimentando de monte y pastos, las hierbas no crecerán «más de 10 centímetros».

Por otro lado, la trasterminancia, que, como explica Molina, es el modo de trashumancia más común en Andalucía y que recorre las vías pecuarias que van desde Andújar a las marismas de Huelva, se realiza en busca del bienestar animal. Así, los desplazamientos de la ganadería extensiva trashumante proporciona a las reses «un mejor alimento» porque durante sus desplazamientos van en busca de los mejores nutrientes. Pero a su vez hacen posible la regeneración vegetal de las tierras que ocupan y posteriormente abandonan.

Las ovejas, por el Puente de Andalucía. SÁNCHEZ MORENO

En este sentido, Felipe Molina pone de manifiesto que puesto que las ovejas siempre dejan «una pequeña película de pasto» en los terrenos, se consigue reducir la erosión de los suelos y conservar la humedad y las semillas necesarias para que «cuando lleguen las primeras lluvias de octubre retoñe rápidamente la hierba y el suelo nunca se quede desnudo». Por todo ello, subraya, «es importante mantener tradiciones como esta», ya que «damos grandes frutos a la sociedad» y al medio ambiente, a pesar de que la ganadería extensiva, en su opinión, sea poco reconocida.

En busca de una marca

Molina cree imprescindible que se reconozca «con una marca o una etiqueta de ganadería extensiva trashumante a los productos que conseguimos, la carne o la lana», porque «el día que el consumidor sepa que vienen de ese tipo de ganadería hará que se mantengan tanto esta modalidad como las razas autóctonas».

En su opinión, ayudaría, además, a frenar el despoblamiento, algo que se consigue «dejando que haya ganaderías tradicionales, las de toda la vida, con pastores y gente trabajando en el campo. Porque el que haya una ganadería en un pueblo -añade- significa que está el ganadero, el que le va a comprar, el que le suministra cosas, el de Correos que va a llevarle una carta, el panadero... Si tú tienes varias ganaderías en un pueblo, lo mantienes vivo».

Junto a ello, se ayudaría a preservar una raza autóctona como la merina, «una de las más antiguas de la Península. originaria de la Bética», como revelan algunos restos arqueológicos encontrados a los pies de Sierra Morena.

«La oveja merina -explica el ganadero- es una de las más rústicas que existen y la que mejor se adapta al valle del Guadalquivir porque aguanta muy bien el calor y el frío». Por eso, en esta zona de Andalucía «tenemos una buena producción de cordero de muy buena calidad, pero también una lana excelente», ya que «la mejor que existe en el mundo es la del merino».

Precisamente, en los últimos tiempos se ha dado una importante recuperación de este textil, después de que ganaran terreno propuestas más modernas como el poliéster y otros sintéticos. Ahora, como relata Molina, cada vez se demanda más «lana buena para hacer tejidos de buena calidad», aunque sus precios son elevados. Eso ha hecho que «cada vez más ganaderías comiencen a invertir en genética y en conservar animales con muy buena calidad de lana». Así que «si un producto se vende, ese producto se conserva. Si quieres conservar una raza, haz que se venda».

Por este motivo, Molina cree oportuno que se dé mayor difusión a los productos procedentes de la ganadería extensiva trashumante, especialmente por parte de las instituciones públicas, aunque «ninguna Administración toma en serio estas cosas» porque «no hay un apoyo directo».

Sobre esta cuestión, considera que más que el respaldo económico de las administraciones sería necesario que «facilitaran la burocracia y el papeleo, que no pongan muchas pegas cuando vamos a hacer cosas, por supuesto, dentro de la legalidad». Y para ello cree que sería bueno, por ejemplo, «una marca reconocida en la que el Ministerio de Agricultura certifique el tipo de ganadería que es, para que cuando el llegue el consumidor lo vea».

Y mientras llegan estos cambios las merinas de la ganadería Las Albaidas continúan con su periplo veraniego por los campos de Córdoba, recorriendo los mismos caminos que sus ancestros y los del pastor que guía sus pasos comenzaron a transitar cada mes de julio hace varios siglos.