Mercedes Ruiz, de nombre artístico Mercedes de Córdoba, en honor a la ciudad que la vio nacer y en la que ha vivido buena parte de su vida, es uno de los nombres más conocidos y respetados de la danza flamenca. En el 2013, y tras emprender su carrera en solitario, se hizo con el primer premio del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba en la categoría de baile.

Comenzó a bailar a los cuatro años y siendo aún una niña la reclamaron para incorporarse a una gira por Francia junto a Javier Latorre y Eva Yerbabuena. Ha estado en la compañía de ésta última más de una década y ha compartido escenario con casi todas las grandes figuras del flamenco. Ahora, desde Sevilla, donde reside, monta sus propios espectáculos junto a su pareja artística y vital, el guitarrista Juan Campallo. Está en plena gira con su última propuesta escénica, Ser... ni conmigo ni sin mí, estrenada el pasado año en Córdoba. Su última actuación fue ayer, en la Noche Blanca del Flamenco de su ciudad natal.

-¿De dónde viene su amor a la danza?

-En mi familia no hay nadie dedicado ya no solamente al flamenco, sino al arte en general, pero a mi madre sí le ha gustado siempre muchísimo. Todo empezó porque ella estaba aprendiendo sevillanas para la feria de Córdoba, lo típico, para bailar con sus amigas en las casetas. Venía una amiga a casa a darle clases y un día se le atrancó un paso de la segunda. Yo tenía entonces unos 3 años y medio y estaba por ahí jugando con mis juguetes, y al rato me levanté con media lengua y le dije «mamá, ¡qué torpe eres! Es así» y lo hice. Se quedaron sin palabras y me llevaron a la academia de Antonio Mondéjar. Cuando a Mondéjar le dijeron mi edad señaló que era muy pequeña, pero le pidieron que, por favor, mirara cómo bailaba. Me aceptó con 4 años y ahí empezó todo, un poco por aquella anécdota con mi madre.

-Y después vino el Conservatorio de Danza.

-Sí, tengo la carrera con sobresaliente. Pero también estudié con Araleo Moyano, en ballet clásico, o con Antonio Mondéjar y con María del Mar, La Chata. Luego, gracias a Dios, yo pillé una época muy buena porque estaba Maica Moyano con la escuela privada y traía a muchísimos maestros de fuera. Venían Manolete, Milagros Mengíbar… y yo allí que iba de pequeña. Después vino Javier Latorre a Córdoba y cogió a la gente de mi generación y nos llevó por buen camino. Empecé a estudiar con Javier, me llamó y me llevó a Francia a bailar con Eva Yerbabuena. Le dijo a mi madre «que me llevo a la niña», y allí que iba yo, inconsciente con mis 12 años.

-Parece que tuvo una infancia peculiar.

-De mi infancia no recuerdo mucho salir a la calle y cosas de esas. Para mí jugar era bailar, aunque tampoco era un juego, porque lo sentía como una responsabilidad. Nos íbamos de vacaciones y yo decía que no podía irme una semana o dos porque perdía la flexibilidad. No quería irme y dejarlo mucho tiempo, ya fuese invierno o verano. Salía del cole, me iba a bailar y volvía a las diez de la noche a hacer los deberes. Un poco sacrificado, pero con gusto, porque ahí me dí cuenta de que eso no era una actividad extraescolar. Tenía 9 años cuando entré en el conservatorio, la edad mínima, y recuerdo llorar de agobio pero, claro, no lo dejaba. Con esa edad me tenía que estudiar la vida de Beethoven mientras que en el colegio eso no lo hacían. No le correspondía ese nivel a la edad que yo tenía entonces.

-Ha tenido grandes maestros, ¿de quién guarda mejor recuerdo?

-¡Ay, qué difícil! Guardo mucho cariño de la etapa en la que entré en la Compañía Andaluza, con 17 años, con el maestro José Antonio. Tuvo que firmar el contrato mi madre. También guardo muy buen recuerdo del maestro Granero. Pero sin duda lo que más me ha marcado ha sido el paso por la compañía Eva Yerbabuena. Eso ha sido un antes y un después.

-Explíquese.

-Bailé con ella con 12 años. Fundó su compañía cuando yo tenía 17 y entré con 18 y con ella me he tirado 13 o 14 años. Empezó siendo mi segunda mamá y, como cuando creces la diferencia de edad no se nota tanto, luego pasó a ser como mi hermana. Me vine para Sevilla, lejos de la familia, pero vivimos cerca y la relación ha sido mucho más íntima, ahora es una amiga. La marca más grande ha sido la de Eva Yerbabuena y también la de su marido, Paco Jarana, musicalmente hablando. Es que he visto todas sus superproducciones de cerca, no solamente como cuerpo de baile. Mi generación esta marcadísima por ella. Cuando sale y hace algo nuevo marca siempre la diferencia.

-Hablando de diferencias, usted le da al baile flamenco su toque del siglo XXI y una estética muy moderna. ¿Cómo lo hace?

-¡Ay, no sé, me sale de forma natural! Yo soy muy, muy musical. Gracias a Dios tengo en mi casa un pedazo de músico que es Juan Campallo, mi pareja artística y personal. De los jóvenes músicos para el baile están Paco Jarana, que es para mí el mejor, y después Juan Campallo. No es porque sea mi marido, es que lo veo así y si no fuese así no lo diría.

-Precisamente con él ha montado varios espectáculos.

-Empiezo las creaciones en el sofá. Tengo estudio en casa y monto las cosas con él. Lo monto de manera musical y los movimientos vienen después y vienen solos. Primero siento y después me muevo. Voy escuchando la música y de repente fluyen, y fluye el brazo, y se mueve ahí porque se tiene que mover. Es algo orgánico: el cuerpo habla solo, por las vivencias y por lo que has estudiado. Creo que en todo movimiento se cuentan cosas, no solamente en un espectáculo. En cada baile intento contar historias, sensaciones que me da la música. Si hago una escobilla por hacerla me aburro y por eso cuando meto los pies intento hacer música con ellos y contar algo mientras estoy zapateando. Ya hay cierta edad y cierto compromiso conmigo misma y lo único que me importa es sentir para poder, dentro de mis posibilidades, hacer sentir.

-En su último espectáculo, ‘Ser... ni conmigo ni sin mí’, desnuda sus emociones, hace un viaje hacia el interior.

-Sí, he contado la lucha interna, pero no solamente mía. Yo me baso en mis vivencias, pero cualquier persona que lo vea puede sentirse identificada en cualquier aspecto de su vida porque hablo mucho de los miedos. En mi caso, en el caso del artista, por miedo a la exposición. Porque hablan de nosotros, bien o mal, y eso a veces es difícil de digerir. Hablo de la lucha interior, porque este mundo es muy difícil, ya no en el flamenco, sino en la vida en general, y en mi caso de la lucha interior cuando Mercedes no quiere ser bailaora y se cansa de este mundo porque es bastante duro. Y hablo de la mochila con la que cada uno tenemos que cargar y seguir adelante. Durante una época de mi vida he cargado con la mochila de una Mercedes que quería ser bailaora y la otra no, y esa pelea me ha costado quebraderos de cabeza, pero ahora sé que era por algo y que necesitaba contarlo. Ha sido como liberarme y decir «bueno, a mí me ha pasado esto» y no tengo miedo de contarlo. Y no solo me ha pasado a mí. Esto lo he hecho con mis vivencias pero también por las cosas que escucho entre mis compañeros.

-Cada palo tiene una forma de expresar los sentimientos, ¿pero cuál es el más especial para usted?

-En Ser... ni conmigo ni sin mí el primer palo que está es el taranto, que fue lo primero que bailé de pequeña en un solo. Lo hice con 8 o 9 años de edad. Y después por el destino, o por energía, llámalo como quieras, ha marcado mucho mi carrera porque cuando más o menos me desvinculé un poco de las compañías me presenté con él al concurso de La Unión y quedé segunda. Y ese mismo año gané el Premio Nacional. Así que cuando volví a la carrera en solitario, a agarrarla por los machos, ese baile fue la primera cosa especial que monté con Juan Campallo. La gente, la verdad, es que habla bastante de ese taranto, de ese montaje. Bailé dos bailes más, pero yo noto que ese Premio Nacional lo gané por ese taranto. Por eso para mí es muy especial.

-¿Cómo le influyó ese Premio Nacional?

-Cuando lo gané, la verdad, se me vino un poco el mundo encima. Soy demasiado independiente, y aunque no lo parezca, un poco reservada. Y claro, gané el Nacional, y al día siguiente todo el mundo hablaba de mí, bien y mal. Para mí ganar este concurso supuso una alegría grandísima, pero por mi forma de ser me encerré un poco en mí misma. No quería esa sobreexposición.

-Ayer volvió a los escenarios de Córdoba, a su Noche Blanca ¿Qué sentimientos le provoca trabajar en su tierra?

-Me encanta. Siempre ir a la tierra hace ilusión, pero a pesar de que en ella te quieren más te crean unos nervios especiales, aunque ya a Sevilla también la tengo como mi tierra. Pero con Córdoba pasa una cosa, y esta entrevista me hace mucha ilusión, porque cuando gané el Premio Nacional me preguntaron si De Córdoba era mi apellido o si yo era de allí. Yo amo a Córdoba, pero es verdad que Córdoba no ha cuidado mucho, no ha apostado mucho por sus artistas. Pero últimamente parece que se está siendo más consciente de que ha habido y hay gente que nos fuimos de allí. Lo deberían de haber cuidado más, eso sí lo siento. Se ha hecho poco eco de nuestras carreras, no hablo de la mía sino de Olga Patricia, de Antonio Ruz, de Mónica Tardáguila, de gente que ha dado que hablar fuera y que en su tierra creo que no se la ha valorado como debiera. Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero bueno, parece que ahora se va avanzando en este sentido.

-Hablando de caminos, ¿en qué anda liada ahora?

-Ahora estoy a muerte con Ser. Vender un espectáculo cuesta trabajo porque es una compañía más o menos grande y hay que mover gente, pero estamos muy ilusionados. Y además tengo 1.200 cosas en la cabeza y estoy loca por ahorrar y hacer otro. Estoy con ganas de mucho.