El Zoo abrió ayer sus puertas sin la elefanta Flavia por primera vez en casi 43 años. «Era muy inteligente, muy buena, no tenía nada de agresividad, ni un mal gesto», contó muy triste ayer su cuidador desde hace diez años, Javier Blanco, quien reconoció que la muerte del animal «ha sido dura», aunque eran conscientes de que no le quedaba mucho tiempo, algunos meses, «no pensábamos que iba a ser tan rápido». Blanco y Fran Ruiz Centella eran los cuidadores de Flavia en el Zoo. Si algo le consuela a Blanco es que «no ha sufrido, ha tenido una muerte natural», porque así se mueren los elefantes, se tumban al fallarles las fuerzas. «Le encantaba que la ducharas en verano, que le rascaras con un cepillo... Todos los días la voy a echar en falta a partir de hoy. Me reconocía la voz y los pasos», aseguró Blanco.

Para Mercedes Peña, que llevó un ramo de flores al recinto de la elefanta, es cierto que Flavia era capaz de reconocer quien era la persona que se acercaba o le estaba hablando, ya que eso les pasaba tanto a su padre, que era vigilante en el Zoo, como a su tío, que era cuidador en el parque. Otro rasgo del carácter de Flavia era su delicadeza y el «cuidado que tenía para no hacerte daño sin acercarse a la verja, porque era muy consciente de su volumen, peso y fuerza», recordó Blanco.

Para Juan Rafael Rodríguez, de educación medioambiental, Flavia formaba parte de su historia personal, porque la conocía desde la infancia. «Es como si fuera parte de la familia. Su muerte ha sido un palo».

Numerosos niños visitaron ayer el Zoo y su comentario al leer el cartel sobre la muerte de Flavia era casi siempre el mismo: «Pobre elefanta». Una abuela intentó quitarle yerro a la situación y le explicó a su nieta que «se ha tenido que ir a África de viaje, ya la veremos cuando vuelva». ¡Buen viaje, Flavia!