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REPORTAJE

Pensar a lo grande, mirar a lo pequeño

Los premios Averroes de Oro Ciudad de Córdoba distinguen al escritor Mario Vargas LLosa, al microbiólogo Francisco Juan Martínez Mojica, al cardiólogo cordobés Amador López Granados y a la Asociación Española contra el Cáncer

Pensar a lo grande, mirar a lo pequeño

Pensar a lo grande, mirar a lo pequeño / A. J. González

Araceli R. Arjona

Araceli R. Arjona

¿Qué tienen en común un premio Nobel de Literatura, un ilustre cardiólogo del Reina Sofía, una eminencia en microbiología y la Asociación Española contra el Cáncer? Todos ellos son capaces de pensar a lo grande poniendo la mirada en lo más pequeño. Quizás por eso a ninguno le duelen prendas, por más grandes premios que hayan recibido antes, cuando se trata de acudir a la llamada de una entidad como el Círculo Cultural Averroes, que agrupa a los informadores técnicos sanitarios de una ciudad pequeña como Córdoba, para recoger un premio sin dotación económica cuya aspiración consiste en reconocer el talento de quienes hacen que el mundo avance.

Especialmente emotiva resultó la intervención del doctor López Granados, ovacionado por el público. Abrumado por el cariño que lleva días recolectando, según confesó, reivindicó el oficio del médico que es capaz de ayudar, de consolar «y si se puede, curar» y que es parte de un engranaje que funciona gracias a todas las piezas que lo componen. Un cardiólogo que demostró ser todo corazón.

Como buen microbiólogo, Francisco Juan Martínez Mojica, un casi Nobel de Ciencias, acostumbrado a mirar muy adentro de la materia, ofreció una breve clase magistral en términos asequibles sobre la trascendencia de sus hallazgos sobre el genoma humano y la memoria de las bacterias, que van camino de revolucionar la medicina tal y como hoy la entendemos, con fármacos a la carta capaces de matar de forma selectiva a las células malas. Y lo hizo con pellizquito incluido a los movimientos antivacunas, que a diferencia de las bacterias olvidan el sentido protector de la comunidad que persigue tal medida.

La vicepresidenta de la AECC, Inés Entrecanales, recordó la razón de ser de la entidad, «sustentada sobre el trabajo de 23.000 voluntarios y 1.000 profesionales», que en sus 65 años de existencia «ha tenido como objetivo aliviar el dolor de las miles de personas que a diario se levantan para plantar cara al cáncer». Una lucha titánica que ha evolucionado con los años y que ha permitido ofrecer un hombro al enfermo, tratamientos que no podía pagar o fondos para que se investigue.

El Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, que horas antes tuvo la oportunidad de visitar la Mezquita y perderse entre su bosque de columnas, puso el colofón a la gala con su intervención. Pausado y reflexivo, planteó al auditorio la gran proximidad que existe entre la literatura y la ciencia, «que están mucho más cerca de lo que muchos creen y, de hecho, muchos de los hallazgos de la ciencia son tan extraordinarios que se acercan a la mejor ficción que haya producido la literatura». Pero Vargas Llosa aprovechó también para ir contracorriente y, en un mundo dominado por el entretenimiento fácil, lanzar un alegato en favor de la lectura. «Quizás la gran diferencia es que los beneficios de la ciencia son evidentes y los de la literatura pasan más desapercibidos», comentó, antes de recordar el placer de quien vive otras vidas a través de los libros y la importancia de sembrar el espíritu crítico en las sociedades democráticas a partir de la literatura. «El mundo real está siempre por debajo del que somos capaces de imaginar, por eso la literatura es tan importante, porque crea seres inquietos e insatisfechos que buscarán formas para que el mundo progrese», insistió, «la literatura nunca puede ser prescindible ni inútil».

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