A principios del siglo XX Córdoba era una ciudad con una economía eminentemente agrícola. Con un casco urbano que finalizaba por el oeste en el Paseo de la Victoria, buena parte de su entorno estaba rodeado de plantaciones y huertas, como la de la Marquesa, la Cardosa o la del Rey, que aún tardarían décadas en urbanizarse.

En dirección a Almodóvar del Río, por la carretera que unía la ciudad con Sevilla, todo eran extensiones agrarias. Pero la iniciativa de una nueva sociedad económica transformaría el entorno y dotaría a la ciudad de nuevos recursos económicos.

En 1917 se creaba en Madrid la Sociedad Española de Construcciones Electromecánicas SA (Secem). El 3 de julio de ese año El Defensor de Córdoba informaba desde sus páginas de la constitución de esta empresa gracias a la unión de «fuertes entidades industriales y bancarias de Francia y de España» y al esfuerzo del ingeniero francés Mr. Massenet, «un señor muy católico, muy activo y muy emprendedor» que comenzará las obras de la fábrica «este mismo verano» y que «dará ocupación a 1.500 obreros».

En febrero de 1918 el director técnico de Secem, el señor Kuntz, instalaba las oficinas de la sociedad en Gran Capitán, en el edificio que ocupó el hotel Oriente. El mismo periódico anunciaba que «muy en breve comenzarán las obras para la fábrica en los terrenos que tiene adquiridos entre las vías de Sevilla y Málaga».

«La nueva sociedad», según la información que ofrece el grupo Cunext, heredera de la primitiva Secem, «eligió Córdoba para la instalación de su factoría por la relativa proximidad a los recursos mineros de la zona de Riotinto (Huelva) y de la fuente de energía que representaba la central de Peñarroya que también se encontraban entre el accionariado. Su llegada significó la transformación de la industria cordobesa, muy centrada en las pequeñas empresas dedicadas al sector agroalimentario y metalmecánico».

En este sentido, el doctor en Arqueología Juan Manuel Cano Sanchiz señalaba en su artículo Arqueología industrial en Córdoba. La Sociedad Española de Construcciones Electromecánicas, publicado en 2008 en la revista Anales de Arqueología Cordobesa, que «Secem configuró en Córdoba un gran sistema de relaciones espaciales, adquiriendo terreno agrícola y dotándolo de nuevos usos: industrial y urbano. Asimismo, su proyección territorial fue muy importante, y a ella se debe en gran medida la articulación del extrarradio occidental».

La fábrica, dedicada a la electrolisis y a la metalurgia de transformación del cobre, entre otras líneas productivas, comenzó a funcionar a pleno rendimiento en 1921, en un momento, señala Cano Sanchiz, en que «la industria española se estaba incorporando aún a la electricidad, por lo que los materiales eléctricos, también producidos en la fábrica de Córdoba, eran altamente demandados».

La Letro abrió sus puertas en un momento en el que Córdoba tenía mano de obra disponible, tras el cierre de las instalaciones mineras de Cerro Muriano en 1919, y por ello absorbió buena parte de aquellos trabajadores para su fábrica. Y Secem creó para ello un espacio urbano, formado por tres barrios, que dieron lugar a la actual Electromecánicas.

En 1918 la sociedad levantó «unos pabellones para el alojamiento de sus trabajadores». El historiador señala en su artículo que Secem «concedía una única habitación para los solteros o matrimonios y dos en el caso de las parejas con prole». Después el arquitecto de la compañía, Francisco Gay, diseñaría el barrio y las casas definitivas: 70 para obreros y 6 para empleados. Los barracones se destinaron para los obreros recién llegados, en espera de lograr una vivienda mejor.

Junto a estos barrios, Secem creó servicios para sus trabajadores (llegó a tener 4.000), como el economato o la escuela, siguiendo la moda del movimiento urbanístico de Ciudad Jardín de la época, ideado por Ebenezer Howard a finales del siglo XIX.

Secem se transformó y finalmente desapareció como tal. Pero hoy su huella sigue presente en Córdoba en compañías como Cunext Cooper, Peninsular del latón y ABB.