Poco a poco, la capilla de Villaviciosa se fue llenando de fieles, hermanos y cofrades que se unieron ayer a la celebración de los 400 años de la llegada a la ciudad del Cristo de Gracia, el popular Esparraguero.

Todo lo que allí aconteció era único, extraordinario. Por un lado, la celebración en la capilla de Villaviciosa de la Catedral cordobesa y, por otro, la imponente imagen del Crucificado en su paso procesional pero en solitario, una acertada decisión de la hermandad que acentuó aún más el carácter extraordinario de la celebración.

El Cristo de Gracia es de esas imágenes que calan, que llegan, que sobrecogen allá por donde pasan. Al mirarlo «debe de surgir una oración profunda», como señaló el deán de la Catedral, Manuel Pérez Moya, encargado de oficiar la celebración religiosa.

Tras la eucaristía se fue formando el cortejo que llevaría al Cristo de Gracia hasta su sede canónica, en la parroquia de Nuestra Señora de Gracia (Padres Trinitarios).

Puntualmente la cruz de guía estaba en la calle. Tras ésta un nutrido número de hermanos de luz y cuerpo de mantillas que acompañaron el caminar del Crucificado trinitario, asimismo se pudieron ver representaciones de algunas de las hermandades del Jueves Santo.

La comitiva tomaba literalmente el Patio de los Naranjos mientras el Cristo de Gracia estaba enmarcado en la llamada «Puerta de las Cofradías», ya que por sus dimensiones no entra por las Puerta de las Palmas, donde poco después quedó quieto ante la contemplación de cientos de fieles que llenaban el Patio de la Catedral.

Sonó el martillo, Curro, el capataz, llamó a su cuadrilla y en breve el paso del Cristo comenzó su característico caminar a los sones de la agrupación musical Santísimo Cristo de Gracia, que dejaron momentos para el recuerdo como la interpretación en la Catedral de La Misión o poco después con La Cruz del Nuevo Mundo, esta última compuesta y estrenada para la ocasión.

Las campanas de la Catedral doblaban a gloria y el Cristo de Gracia cruzaba la Puerta del Perdón para reencontrarse con la ciudad.

A la par su agrupación continuaba con sus marchas de siempre, que empastaban a la perfección con el paso del Crucificado, que lució exornado con rosas moradas y un calvario con las características sterlitzias o popularmente llamadas aves del paraíso, flor que suele exornar este paso en su salida del Jueves Santo.

En cuanto al Cristo, lució el nuevo sudario bordado en oro sobre tisú de plata, así como el broche regalo del grupo joven de la cofradía, muestras del cariño y la devoción que la imagen profesa entre los suyos. Una devoción que trasciende al pueblo y así se pudo ver ayer con calles repletas de público para contemplar el paso de este característico Crucificado que lleva cuatrocientos años en la ciudad derramando su gracia.