El mejor medio para hacer buenos a los niños es hacerlos felices. La educación pasa por atender las necesidades individuales de los menores incluyendo sus motivaciones en relación con sus habilidades». Con esta frase de Óscar Wilde empieza el relato de desencanto de Gema, madre de un niño cordobés con altas capacidades. Otro padre, José, inicia su exposición con una cita de Walter Isaacson: «La ventaja competitiva de una sociedad no vendrá de lo bien que se enseñe en sus escuelas la multiplicación y las tablas periódicas, sino de lo bien que se sepa estimular la imaginación y la creatividad».

1.390 alumnos de la provincia de Córdoba están incluidos en el protocolo previsto dentro del plan de actuación para la atención educativa al alumnado con necesidades específicas por presentar altas capacidades intelectuales, un plan que busca identificar en los menores la sobredotación intelectual, los talentos simples y los talentos complejos que presentan para ofrecerles los refuerzos necesarios que les permitan potenciar sus capacidades y evitar que caigan en el fracaso escolar. Esa es la teoría aunque, según un grupo de padres que se han constituido en la asociación Actívate por la Inclusión, «ni las pruebas que se llevan a cabo son fiables, ni se aplica la ley en toda su extensión ni las medidas previstas de adaptación curricular o flexibilización escolar (salto de curso) se llevan a cabo de forma eficaz para conseguir ese objetivo porque identificar a estos niños supone un problema porque no hay recursos para atenderlos». Según la experiencia de estos padres, «al final, todo depende de la buena fe y la formación del profesor, tutor u orientador que le toque a tu hijo».

Dulce es ejemplo de ello. Madre de mellizos, sus hijos tenían cinco años cuando fueron propuestos para hacer los tests que buscan identificar las altas capacidades antes del inicio de la Primaria. Pasa el curso y las pruebas se posponen. «En septiembre de primero de Primaria, la nueva profesora nos dice que no se van a hacer los test porque ella cree que no hay ningún niño que pueda pasarlos». Finalmente, acceden a realizar los exámenes y uno da positivo y el otro no. En ese momento, empieza la carrera de los padres por informarse de lo que deben hacer en estos casos. «Acudimos a una empresa especializada privada y el resultado fue que mi hijo (el que había dado negativo en el test de Educación) tenía precocidad intelectual y un coeficiente de 147».

En el colegio, afirma, ignoraron este informe por ser privado acusando a los padres de «buscar el dinero de la beca y de querer presumir de tener dos hijos con sobredotación». Las recomendaciones del orientador del colegio, según Dulce, «no tienen desperdicio», ya que les indicaron que llevaran al niño «más al parque, a practicar deporte y visitar museos porque nuestra percepción equivocada estaba afectando al desarrollo del menor». Varios años después, con el niño ya en quinto curso, un cambio de dirección y la jubilación del antiguo orientador ha permitido iniciar el proceso. «En ese momento, el niño tiene reconocidas altas capacidades y ya se está trabajando con él».

¿ALTAS CAPACIDADES? // Para iniciar la historia, conviene tener claro en qué consiste el concepto altas capacidades, sobre todo, porque no hay un patrón común más allá de que a la mayoría de los padres les suele pillar por sorpresa. Salvo excepciones, la mayoría no tiene referentes con los que comparar y se da cuenta de que algo pasa porque alguien de fuera, un conocido o un profesor, les enciende la luz. Según Javier Touron, catedrático de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación y experto en la materia, cada niño es único e irrepetible. Sin embargo, se puede intuir que es necesario evaluar a un niño ante signos como que presente «un estado de alerta inusual ya en la infancia, capacidad para retener mucha información y relacionar ideas con rapidez, muy buena memoria y un vocabulario inusualmente amplio, así como una comprensión avanzada de los matices de las palabras, de metáforas e ideas abstractas, su gusto por la resolución de problemas de lógica y acertijos, por el ajedrez, porque leen y escriben ya en edad preescolar y, en muchos casos, por presentar una inusual sensibilidad y profundidad emocional». En estos niños, impera habitualmente «el idealismo y el sentido de la justicia y una gran preocupación por temas sociales y políticos, suelen soñar despiertos y a veces presentan un inusual sentido del humor, sobre todo, con juegos de palabras».

Ana Esther es madre de dos hijos, fundadora de la asociación y de una academia donde está intentando ofrecer, primero a su hijo y ahora también a su hija, la formación que demandan y que el sistema no les ofrece. «En primero de Primaria, la profesora de mi hijo le obligaba a leer ma me mi mo mu en el tiempo récord de una hora cuando en casa leía a Tolstoi». En su opinión, «hay mucho desconocimiento sobre la sobredotación, se supone que los niños no tienen problemas en el colegio, pero el 60% fracasa en Secundaria porque no están motivados, se aburren en clase y muchos se vuelven vagos o rebeldes al sentir que no encajan».

Su hijo llegó a tener depresión infantil con 5 años, «no quería ir al colegio, lloraba y repetía que el cole era su cárcel» por el aburrimiento que le causaba la escuela y la frustración que le generaba su ansia insatisfecha de conocimiento. En la unidad de Salud Mental Infantil de Córdoba confirmaron las sospechas de los padres. «Su hijo está mal porque su sobredotación no está siendo atendida», le indicaron. De vuelta al centro escolar, un orientador aseguró que el menor no tenía altas capacidades. «Ambos documentos, el que dice que sí y el que no, tienen el mismo sello, la Junta de Andalucía», se queja esta madre. Aún tuvo que esperar varios meses para que el niño volviera a ser valorado y se le reconociera como superdotado de nivel alto, «pero aún así no están haciendo nada». Se planteó la medida de flexibilización para él y también se le negó. «Dicen que tendría problemas sociales al pasarlo de curso porque es muy pequeño cuando él, afortunadamente, tiene una red de amigos fuera y lo que quiere por encima de todo es aprender». La historia de su hijo se repite ahora con su hija. «Solicitamos la evaluación psicopedagógica de la niña y, antes de nada, nos presentan una resolución diciendo que el equipo docente no ve indicios de altas capacidades, ignorando a la familia, lo que constituye una patada a la norma». Después de tantos años, esta madre parece conocer la ley mejor que los propios docentes y da la impresión de que eso no suma a su favor.

El programa de la Junta para niños con capacidad intelectual da derecho a una beca de unos 900 euros con destino finalista, es decir, el dinero solo se puede utilizar para programas específicos complementarios a la educación reglada homologados, un gasto que los padres deben justificar después. Según estos padres, muchos de esos programas no responden a los intereses de los niños. Por eso, Ana Esther ha acabado por crear su propia academia. «Me cuesta el dinero, pero sé que estoy haciendo lo que mi hijo y ahora mi hija necesitan».

Charo recuerda con pesar la frase que ha oído mil veces en boca de su hijo: «No quiero ir a clase, allí no me enseñan nada». Su hijo empezó a hablar más tarde de la cuenta. «No articulaba palabra, pero conocía a la perfección los números y las letras, aprendió a leer y a escribir solo y cuando empezó a hablar, con dos años y medio, era capaz de regatearle a su padre el número de cucharadas de potito que se iba a comer, jugaba a las damas con su profesora en Infantil de cuatro años, comprendía el concepto de número negativo con cinco y el de número infinito y se reía a carcajadas ante la orden que se daba a un robot de dividirse por cero como arma para destruirlo», explica. «Me sorprendía, pero al ser primerizos no teníamos con quién comparar». Su profesora de Infantil, afirma, supo ver e improvisó una adaptación curricular, «le dio lecturas de niño mayor, le dejaba su ordenador, dirigir juegos y no dejaba de contestar a sus preguntas constantes». En su opinión, «la táctica de muchos profesores y de Educación es negar y ocultar las altas capacidades, hablan del bien del menor, pero un niño así les genera más trabajo del que pueden asumir». En su opinión, la sociedad tampoco entiende el problema. «Muchos te dicen, ¿pero de qué te quejas si tu hijo es muy listo?, no comprenden el sufrimiento que les genera, que lo que nos preocupa es que crezcan felices». Las pruebas no detectaron las altas capacidades, pero un cambio de comportamiento del niño («empezó a estar triste, desanimado, rebelde») y la sugerencia de una amiga le llevó a repetir las pruebas en un gabinete de psicólogos que confirmaron la sobredotación. El informe fue ignorado hasta que, tras acudir a inspección, el colegio claudicó. «Lo incluyeron en el programa de enriquecimiento, que consiste básicamente en darle más tareas, ya no quiere ir».

Según María José Morales, psicopedagoga especializada en altas capacidades, «hay niños con este perfil a los que se diagnostica un trastorno de hiperactividad, algo que, en mi opinión, puede ser también un síntoma de sobredotación». En su opinión, «cada vez nacen más niños en una fase evolutiva más avanzada que no encajan con el actual sistema educativo», demasiado homogéneo para dar respuesta a la diversidad. El problema, señala, es que «identificar las altas capacidades no basta, es necesario que, una vez se tiene constancia de ello, haya recursos para desarrollar el potencial de los niños». Conocedora de muchos casos, cree que «el modelo educativo está desfasado» y las adaptaciones curriculares que se ofrecen a los menores «en muchos casos se limitan a saturarles con más tareas repetitivas y no a fomentar su creatividad». Para estimular estas mentes, «que siempre están maquinando», recuerda a los padres que «es necesario abrirles puertas en áreas como las artes, la lectura filosófica, el ajedrez, los juegos de estrategia o las matemáticas».