Se cumplen 32 años desde aquella nefasta madrugada del 26 de abril de 1986, cuando, tras la violación de al menos doscientas normas del Reglamento de Seguridad de la Unión Soviética, el reactor 4 de la central nuclear de Chernobyl estalló por los aires liberando a la atmósfera una cantidad de partículas radioactivas aún inestimable. Los sacrificios humanos y las víctimas de la hecatombe siguen siendo incontables; en su memoria, la Plataforma Internacional por Chernobyl (ICN) realizará actos hasta el 27 de abril en diez países europeos.

En Córdoba, la asociación Anida organiza una serie de conferencias y actividades en las que prevén entrevistarse con distintas autorirades y realizar encuentros en institutos y universidades, fieles a su labor de concienciación antinuclear y en reinvidicación del papel heróico que protagonizaron los liquidadores que mitigaron las consecuencias de la catástrofe atómica en 1986 y 2011.

Este año cuentan con la participación de Tatyana Samenchuck, evacuada de la ciudad de Pripyat (erigida para alojar a los trajadores de la central), fundadora y directora de la organización Vilchansky, y la de Andrey Robkov, ingeniero destinado a las inmediaciones de la planta, con la épica misión de medir la contaminación y elaborar un mapa de radiación que permitiese delimitar con mayor rigor la zona de exclusión. Ambos se dieron cita ayer en el Consistorio para revivir su historia, alrededor de una mesa que contó con la moderación del portavoz munipal de Ganemos Córdoba, Rafael Blázquez, y José Antonio Domínguez, fundador y miembro de Anida.

«Actualmente la población vive en un desierto lamentable con pensiones mínimas (60€ al mes apróximadamente), y el porcentaje que sufre enfermedades oncológicas es muy alto», apuntó Samenchuck, mientras Robkov recuerda a sus ocho compañeros muertos tras las tareas de medición y llama al cierre de las seis plantas atómicas existentes en España, entre ellas Garoña, que no tiene prevista su desmantelación total hasta el 2033.