No fue un joven con una vocación clara, de los que trazan milimétricamente su futuro en un mapa de deseos. De hecho, se licenció en Filología Inglesa por la Universidad de Granada como podía haber elegido otra cosa, pero el cine y sus periferias se le cruzaron en el camino, allá por los años noventa, y desde entonces vive entregado a la fábrica de sueños de celuloide, ya sea como director, guionista y, sobre todo, productor. En cualquiera de estas facetas imprime Antonio Hens Córdoba su toque personal, que es el de un cine que aborda temas serios, muy serios (llámense terrorismo, homosexualidad y otros terrenos sensibles), en un tono lúdico y provocador que a veces ha llegado a levantar sarpullido entre parte del público, mientras la otra parte y los festivales lo iban colmando de premios. Pero este cordobés de la cosecha de 1969 tiene la piel dura, y ni se achica ante las polémicas ni se crece con los halagos de una industria donde el mayor éxito consiste en sobrevivir. Con su última producción, el documental Cántico, rinde homenaje a la poesía y a su tierra.

-¿Qué le llevó a producir ‘Cántico’, no siendo usted, como ha confesado, alguien especialmente inclinado al verso?

-Yo soy un gran lector, pero no de poesía. Sin embargo, el grupo Cántico ocupa un primer nivel en la literatura española del siglo XX, y en concreto considero a Pablo García Baena uno de los poetas más importantes. Creí que no se había contado de manera audiovisual la literatura que hacían; eso era lo que me interesaba, más que los detalles de su vida, que podían ser algo mucho más anecdótico. La poesía fue la válvula de escape para situarse en el mundo estos cordobeses, y pensé que estaba bien que lo contara otro cordobés. Siempre me ha unido a los miembros de Cántico la dificultad de encontrar nuestro sitio como creadores.

-Pero no quiso dirigir el documental y se lo encargó a Sigfrid Monleón. ¿Por qué?

-No es que no quisiera, es que actué urgido por la edad de García Baena. Como soy un corto lector de poesía, si hubiera tenido que hacer una larga labor de documentación antes de entrevistarlo habría tardado mucho tiempo. Y era muy importante tomar su testimonio directo, y también el de Ginés Liébana, los dos supervivientes del grupo. Por eso se lo encargué a Sigfrid, gran conocedor de la poesía de los cincuenta a raíz de la película que hizo sobre Jaime Gil de Biedma, El cónsul de Sodoma. Además yo era consciente de la dificultad de unir cine y literatura, porque aunque son artes muy emparejadas, una no se soporta a la otra. Y Sigfrid tiene una sensibilidad especial para ello, como muestra el documental.

-Todo él gira en torno a la figura de Pablo García Baena, con quien, con lo reacio que es a una simple entrevista, habrán tenido que desplegar sus mejores dotes de persuasión para convencerlo de hacer cine, ¿no?

-Sí, efectivamente. Al faltar los gestores de Cántico, que fueron Juan Bernier, que unió a sus miembros, y Ricardo Molina que promovió la revista, todo se hacía muy complicado. Nuestro propósito no era hacer un reportaje informativo, sino extraer la vida que todavía pudiera quedar de ellos a través de las palabras de Pablo, y él no estaba muy por la labor. No sé si porque se ve ya mayor y no tan brillante como antes o porque su personalidad le hace querer pasar desapercibido y en silencio. Más de tres veces vinimos desde Madrid a entrevistarlo sin conseguirlo, hasta que le expliqué la seriedad con la que queríamos abordar el documental, apoyado por Canal Sur y el Ministerio de Cultura, y ante eso y mi persistencia acabó cediendo.

-¿Le gustó al poeta el resultado?

-Sí, en general le gustó, aunque manifestó que llegaba tarde, porque al haber fallecido los demás, él que es tan modesto se veía excesivamente protagonista del documental.

-Sin embargo, no acudió a su proyección en la Filmoteca, una ausencia justificada por algunos en que el documental no oculta la homosexualidad de la mayoría de los componentes de ‘Cántico’, lo que no habría hecho ninguna gracia a alguien tan discreto como Pablo.

-No sé, eso habría que preguntárselo a él, a quien le proyectamos a solas el documental. No le gustó que se contara que había sido objeto de deseo de Juan Bernier, pero eso ya lo contó éste en su Diario y está publicado.

-El documental ‘Cántico’ no es precisamente un trabajo comercial, rentable para un productor. ¿Qué recorrido le aguarda?

-Ya se ha emitido en televisión y, bueno, hay dos recorridos para este tipo de productos, que son los festivales y los institutos. De hecho, ha sido adquirido por un programa de la Junta de Andalucía que se llama Aula de Cine, destinado a llevar películas a los centros docentes. Y es curioso que en los institutos que ya se ha proyectado, lejos de aburrir a los alumnos, les ha encantado. Porque aunque sea un señor de 94 años el que habla sobre Cántico se refiere a las inquietudes e ilusiones de los jóvenes que eran entonces.

El documental sobre el grupo poético que puso luz y belleza a la Córdoba oscura de la posguerra debe de ser uno de los trabajos que menos disgustos han dado a este hombre alto, fuerte y provisto de una sonrisa desencantada que está acostumbrado a no dejar a nadie indiferente con sus realizaciones. Como director de largometrajes su carrera comenzó en el 2007 con una gran polémica en torno a su película Clandestinos, un guirigay que él ahora se toma con toda calma, aunque no duda en considerarlo «una tergiversación» del contenido de la cinta. «A mí aquello no me supuso un disgusto para nada -replica negando la mayor-. Cuando uno hace algo a nivel nacional tiene que saber que siempre tiene consecuencias, y mucho más si se trata de un tema político candente. Lo peor no es eso, lo peor es que te manipulan tu discurso y dicen que has dicho cosas que no has dicho».

-Hombre, es que mezclar terrorismo, Guardia Civil y homosexualidad de una tacada era un poco arriesgado, ¿no cree?

-Bueno, era un poco arriesgado, pero ahí está la obra de teatro Burundanga, un poco inspirada en lo mismo, que es hacer comedia sobre el terrorismo de ETA y la policía, y lleva más de cuatro años triunfando en Madrid. Es verdad que mi película se hizo cuando ETA decidió volver a actuar y a lo mejor no fue el momento más indicado para hacer comedia sobre eso. Pero da igual la película que hagas, como ha pasado con La reina de España de Trueba; cualquier película que hable de los sentimientos nacionales va a ser polémica sí o sí. A mí la polémica, que duró quince días, no me supuso un disgusto; las cuestiones económicas sí.

-¿No ayudó el revuelo creado a la promoción del filme?

-Podría haber ayudado muchísimo, pero el distribuidor no tuvo ganas de aprovechar la promoción gratuita que se le dio gracias a sus detractores.

-Su segunda película, ‘La partida’, del 2013, también tenía temática homosexual, poniendo en cuestión la masculinidad en el mundo del fútbol. ¿A qué se debió esa reincidencia?

-Pues a que para mí la homosexualidad es un tema recurrente desde diferentes puntos de vista. Cántico también lo es, claro. Hay muchos temas en cuanto a la tentación sexual en general que no se han abordado por motivos morales; eran temas tabús en este país que ha sido hasta hace poco ultracatólico. Gracias a que hubo una revolución sociocultural que yo realmente no hice, pero en la que participé a finales de los ochenta, las cosas han cambiado mucho. Cuando yo empecé a abordar el tema ocurrieron dos cosas: primero que me demandaban más películas y segundo que éstas estaban muy reconocidas.

-O sea, que el cine gay, que puede considerarse un subgénero como otro cualquiera, está de moda.

-Yo debuto con un cortometraje que además dio nombre a mi empresa de producción, que se llama Malas Compañías, un corto que tiene como tema la homosexualidad. Luego vino la dirección de los largometrajes Clandestinos y La partida, y he producido Azul y no tan rosa, dirigida por Miguel Ferrari, que gana un Goya en el 2014 y trata de la homofobia en Latinoamérica; también un documental sobre escritores homosexuales en Cuba que se llama Seres extravagantes... En fin, yo me he especializado en cine gay. En parte por vinculación personal, porque yo hablo de lo que sé y me emociona; y en parte por razones comerciales, porque he visto que había muy poco cine homosexual y si yo lo hacía conseguía venderlo. La partida, rodada en Cuba, ha tenido un recorrido que muchas producciones supercomerciales ya quisieran; se ha estrenado en EEUU, Alemania, Francia e Inglaterra con gran éxito. Habrá cine gay mientras existan la homofobia y la intolerancia.

-¿Cómo fue su experiencia de rodar en Cuba?

-Muy positiva. Yo he rodado mucho en Cuba. Rodar allí es muy fácil, tienen unos equipos técnicos divinos y gente muy volcada en el cine. Por otro lado, como productor he producido tres películas en Venezuela.

-¿Cómo se compaginan las tareas de producción y dirección? ¿Usted mismo se riñe para no pasarse del presupuesto?

-Soy un productor pequeño, y tengo que desdoblarme en muchas funciones. Cuando soy director y productor a la vez contrato a una persona que administre los recursos que yo antes he buscado. Y escribo la historia buscando más o menos personajes y figuración, más o menos decorados en función de lo que podemos permitirnos. Pero también son directores-autores-productores Almodóvar, Trueba, Colomo, García Sánchez... Es algo muy extendido. En Francia hay incluso un sindicato de directores-autores-productores.

Al cine, cuenta Antonio Hens, llegó de manera casual, cuando entró en una escuela granadina de Imagen y Sonido pensando matricularse en Fotografía y terminó estudiando Televisión y rindiéndose a la narración de historias a través de la imagen. («Si la generación de Cántico hacía poesía, en los ochenta hacíamos cortos», dice). Poco después obtenía una plaza fija de realizador en Canal Sur, que para Hens fue su gran escuela. Hasta que sintió la llamada del cine y se marchó a estudiar a Madrid, donde se quedó. «En Madrid -afirma- intento consagrarme a hacer películas».

-Se ha calificado su cine de irreverente y poco convencional. ¿Usted cómo lo define?

-(Se lo piensa un rato). El cine es una extensión de mí mismo, de las cosas que me interesan. Los de mi generación somos producto de la posmodernidad, que es el cuestionamiento de los valores y de los cánones establecidos, por eso mi cine tiene una mirada diferente y nada complaciente con las directrices de la industria. Es cierto que he podido ser provocador en algunas películas, pero en otras lo soy y lo seré bastante menos.

-¿Su siguiente película será más comercial y ‘normalita’?

-Sí, es una comedia blanca comercial que cuenta la historia de una vieja rockera que recibe en la residencia de ancianos la visita de su nieto.