Córdoba no tiene un barrio de casas señoriales, todo el casco histórico tiene ejemplos destacados de viviendas principales que datan de entre los siglos XIII y XVIII y que desafían al tiempo, algunas de ellas camufladas tras fachadas austeras que esconden tesoros arquitectónicos fascinantes. Lo dice Manuel Ramos Gil, notario de profesión que lleva trece años adentrándose tras los muros de hasta 70 casas señoriales de la ciudad para, acompañado por el fotógrafo Juan Sánchez, recopilar historias y fotografías que ahora verán la luz en un libro dividido en dos volúmenes que ha sido editado por la Diputación. «La obra empezó a tomar forma a raíz de la rehabilitación de mi casa, en Santa Marina, cuando conocí al arquitecto y restaurador Arturo Ramírez», explica, «que me inició en el fascinante mundo de las casas señoriales». Se dio cuenta entonces de que no había un catálogo con las casas importantes de Córdoba ni sobre «el arte doméstico cordobés», concepto que emplea para referirse a todo lo que rodea al modo de vida que rodea a las casas patio de Córdoba. «En Córdoba, todo lo que se hace es un arte, hasta el vivir», señala convencido antes de señalar el patio como seña de identidad y elemento diferenciador de Córdoba. «Durante siglos, el patio ha mandado tanto en la casa de un marqués como en la de un zapatero», si bien la riqueza ornamental, el tipo de vegetación o la calidad de la arquitectura distinguen unas casas de otras. La presencia de restos arqueológicos y elementos del arte musulmán, mudéjar o romano es otra constante en las casas señoriales, muchas de las cuales han perecido víctima del abandono o del maltrato ejercido por restauradores, en opinión de Ramos, ignorantes del valor intrínsenco de este modelo arquitectónico. Especial atención merecen los conventos que, destaca, han sabido conservar con muy pocos recursos y apenas intervenciones la esencia primigenia de las casas que fueron, incluidos sus huertos. Y es que, para el autor, «Córdoba es una caja de sorpresas» gracias, en gran medida, al carácter de sus habitantes, poco dados al exhibicionismo y amantes de su intimidad, que han reservado sus tesoros de puertas adentro.