"No olvidéis el niño que lleváis dentro". César Bona, uno de los 50 mejores profesores del mundo según los Global Teacher Prize (una especie de premio Nobel de los maestros), se dirigió así a los cientos de futuros maestros y maestras que abarrotaron ayer el salón de actos de la Facultad de Ciencias de la Educación de Córdoba. Por la tarde, este maestro aragonés de 43 años también mantuvo un encuentro en la Biblioteca Central, dentro del ciclo Conversaciones en La Central , con el profesor de Sociología de la Educación Jaume Carbonell, con el mismo éxito de público. Su método pedagógico se considera revolucionario, aunque él insiste en que la receta es muy sencilla. "No hago nada extraño, solo me divierto en clase. Si no sois felices no podréis hacer felices a los niños", afirma este docente, licenciado en Filología Inglesa y diplomado en Magisterio, para quien un factor elemental es no perder la pasión por la docencia. En realidad, aunque la charla iba dirigida a los futuros docentes, algunas de sus conclusiones --salpicadas de sentido común, ternura y humor-- bien podrían aplicarse a cualquier profesión. "Deberíamos recuperar la ilusión, las puertas de los colegios deberían estar abiertas para que las ideas de los niños salieran y transformaran el mundo", dijo. En la charla, este maestro, que da clase en el colegio público Puerta de Sancho de Zaragoza, contó algunas de las experiencias que ha desarrollado, como la grabación de una película de cine mudo en un colegio rural con seis alumnos, de los que dos no se hablaban entre ellos; o dejar que fueran los alumnos quienes les enseñaran a él lo que sabían hacer (tocar el cajón o bailar flamenco) en un centro con altas tasas de absentismo.

Durante su conferencia, César Bona invitó además al auditorio a hacer un doble viaje al interior de cada uno y a su pasado para recordar a aquellos profesores que hubieran marcado sus vidas. Bona repasó algunas de las características comunes que reunían esos maestros especiales, de los que dijo suelen ser "líderes en positivo". Así, y ahí va la receta, los buenos maestros hicieron sentirse a los niños únicos, los animaron a intentarlo siempre, tenían ilusión, eran respetuosos con los alumnos, provocaban la reflexión, escuchaban la opinión de todos --a su juicio, en España, "rara vez se ha escuchado a los alumnos"--, ayudaban a superarse y tenían sentido del humor.