Veinte años han transcurrido ya desde la muerte de Rafael Botí Gaitán, aquel pintor y músico --se ganaba la vida tocando la viola en la Filarmónica de Madrid-- que ha quedado en la historia del arte por sus paisajes llenos de frescura y candor, en los que Córdoba, su ciudad amada en la distancia, está tantas veces presente. Para que esta efemérides no pase de largo su hijo, Rafael Botí Torres, que ha dedicado su existencia a mantener viva la obra del padre, ha editado un lujoso libro de gran formato que la recuerda. Y que se suma a la reciente inauguración, tras más de una década de espera, del Centro de Arte que lleva el nombre del pintor. Todo ello gracias a la perseverancia de este caballero discreto, residente en Madrid pero cada vez más cercano a las raíces familiares, que suele bromear con que "no pinto nada", pero a cuya generosidad se debe buena parte de la dinamización cultural de esta ciudad.

--Cualquier ocasión sigue pareciéndole buena para promocionar la obra de su padre.

--Sí, claro. Yo tenía preparado otro libro, distinto a este, que iba a titularse La Córdoba de Rafael Botí , pero no ha podido ser. Y como no quería que se acabara el año 2015 sin un recuerdo a los 20 años que hace que se fue, he hecho este. No sé si habrá salido mejor o peor, pero te puedo asegurar que está hecho con mucho cariño.

--Llama la atención que un libro tan costeado no haya sido editado por ninguna entidad pública sino a sus expensas.

--No importa. Es que como no acababa de cuajar el que teníamos preparado desde hace tiempo en la Fundación (se refiere, claro está, a la Fundación Botí), no quise ponerme pesado ante la Diputación y lo hice por mi cuenta. He querido que los amigos tuvieran un recuerdo de esta fecha. Es que mi padre se merece todo. Fue un cordobés enamorado de su Córdoba y Córdoba se ha portado muy bien con él, así que estamos obligados.

En el volumen se reúnen testimonios de personajes de la cultura española y entrevistas, se hace inventario de las muchas distinciones cosechadas por el pintor a lo largo de su carrera y se aportan numerosas fotografías, además de reproducciones de las obras. Todo debido al esfuerzo de este hombre meticuloso que guarda cuanto cae en sus manos --y lo que no lo rastrea como un sabueso hasta encontrarlo-- si está relacionado con su progenitor. "Lo he guardado siempre, sí, pero últimamente tengo un desorden tan grande que me he dejado cosas en el tintero --lamenta--. A mi edad, 85 años, a uno le va fallando la memoria. Y además me dio un ictus hace tres años".

--Pero nadie diría que tiene esa edad. Se ve que ha heredado la longevidad y los genes de su padre, fallecido a los 95 años.

--Eso quisiera yo, parecerme en algo a mi padre. Bueno, físicamente sí que me voy pareciendo a él, y para mí es un orgullo a pesar de la tripita. También pienso que en algo del carácter nos pareceremos, aunque me dejó el listón muy alto. Todo el mundo era bueno para él, no hablaba mal de nadie... era una excelente persona. A mí tampoco me gusta faltar a nadie, aunque hay cosas que no me gustan.

--¿Cómo cuáles?

--Me ha disgustado que no haya un catálogo de la exposición con la que se inauguró el Centro de Arte Rafael Botí. Y sobre todo unas declaraciones de Salvador Fuentes cuando lo visitó días antes con la prensa en las que dijo que la obra de Rafael Botí "es lo de menos". Eso explica por qué no fui invitado al acto.

--¿Tendrá después el centro obra de su padre expuesta permanentemente?

--Pues no lo sé, a mí me gustaría que en la salita de entrada a la derecha, la más pequeña, se colgara obra suya, aunque hay tanta que podría irse renovando cada equis tiempo para que hubiese un recuerdo permanente del artista que da nombre al centro. Alberga 62 cuadros que he donado de mi padre, y unos 30 de otros pintores como Vázquez Díaz, Pedro Bueno, López Obrero... Hay por ahí un catálogo donde están todos recogidos.

Y es que, mecenas generoso, este hombre elegante pero sin envaramiento, amigo de sus amigos y hasta de los que no lo son, no ha cesado de regalar arte desde que en junio de 1998 un Pleno de la Diputación, entonces presidida por José Mellado, diera luz verde a la creación de la Fundación Rafael Botí. Desde entonces ha sorteado con paciencia vaivenes políticos, desilusiones y demoras hasta ver por fin abierto el pasado mes de junio el centro de arte rotulado con el nombre de su padre, cuya primera piedra se había puesto otro junio, diez años antes.

--¿No le da pena desprenderse en vida de lo que más quiere?

--No, yo lo hago con todo el cariño del mundo para el pueblo de Córdoba. Y estoy muy agradecido a la Diputación, que ayudó a mi padre desde muy joven pensionándolo en Madrid y luego, en 1929 y 30, en París para ampliar estudios. También el Ayuntamiento se portó muy bien, lo hizo Hijo Predilecto y puso una plaza con su nombre. He querido que su obra esté en buenas manos. Me interesa que esté representado y que haya siempre un recuerdo de él. Y además todo lo que nos queda irá a parar a Córdoba, que es la idea que él tenía y que yo cumpliré. Ultimamente he hecho donaciones al Museo Taurino y al de Bellas Artes; quisiera hacer también otra donación al C-4 cuando se ponga en marcha.

--Supongo que de momento guarda lo que más tirón sentimental tengan para usted, ¿no?

--De Córdoba guardo solo tres obras, aunque también tengo paisajes de otros sitios de España. Pero naturalmente jamás voy a vender. Todo lo contrario, he ido comprando en subastas cuadros, sobre todo de la primera época, que yo ni conocía.

--O sea, que sigue paseando por su casa madrileña, como solía, contemplando los lienzos llenos de alegría de vivir que cuelgan de las paredes.

--Claro que sí, disfruto haciéndolo. Y en diciembre montaré una exposición en el Ateneo de Madrid con obras de las que tengo en casa; no he querido pedir nada a nadie para no molestar.

--¿Ha merecido la pena esperar tanto para ver abierto el Centro de Arte Rafael Botí? ¿Le gusta cómo ha quedado?

--Sí, me gusta la labor de los arquitectos Juan Aparicio y José Antonio Romero, personas que se han volcado con arreglo al presupuesto. El emplazamiento en la Judería es extraordinario, y los restos arqueológicos aparecidos, que retrasaron las obras dos años, enriquecen el conjunto. La pena es que el edificio es pequeño, no sé cómo van a quedar los cuadros que ahora hay y los que vendrán después.

--Como consejero que es de la fundación tendrá voz y voto...

--Ja, ja, permite que me ría. ¡Ay, Dios mío! (suspira). No, no todo se ha hecho como yo hubiese querido. Y a punto ha estado de inaugurarse el centro, según supe por la prensa, con una muestra de pintores vascos, teniendo en Córdoba unos artistazos si es que por lo que sea no se quería abrir con la obra de mi padre. Al final los vascos dijeron que como el edificio estaba recién hecho saldrían humedades y descartaron la idea, o sea que hemos inaugurado de carambola.

--¿Qué hubiera pensado su padre al ver un diseño tan moderno y minimalista?

--No sé... Quizá le hubiera gustado más algún edificio antiguo de los que se contemplaron al principio. Uno de ellos fue el Palacio de Orive, pero había que invertir mucho dinero en su adaptación. De todas formas, mi padre habría disfrutado viendo su centro de arte contemporáneo y su fundación.

Otra pena que arrastra Rafael Botí es que su padre no haya llegado a ver la vivienda que él adquirió en Córdoba, junto a los jardines de Los Patos, muy cerca del palacete que perteneciera a Manolete, "con lo que a él le gustaban los toros". "Por cierto --añade--, que a ver si ponen una plaquita donde se diga que en esa casa vivió el torero, y antes el filósofo Ortega y Gasset".

--No sé si a usted también le gusta la fiesta nacional, pero sé que de joven posó como torero para varios retratos de Vázquez Díaz. ¿Cómo le fue?

--Sí, posé mucho para él desde el año 50 al 55, los domingos por la mañana. En su estudio yo lo pasaba de maravilla. Lo había frecuentado mucho con mi padre, que de niño me llevaba a todas partes; iba de su mano a los estudios de todos sus amigos. Aunque yo no pinto nada, he vivido rodeado de arte y de artistas. Llevo el arte dentro, y prueba de ello es que hice una colección importante de la obra de don Daniel, porque heredé de mi padre la admiración y el cariño hacia él, y eso me ha llevado a promover muchas exposiciones de sus cuadros.

--¿Hubiera sido su vida distinta de no ser hijo único?

--Posiblemente, porque al serlo he estado siempre muy cerca de mi padre. En cierta forma ha sido una pena no tener hermanos, y sobre todo no tener hijos. Con tanto sacrificio como hemos hecho Dely, mi mujer, y yo, no hay una descendencia directa que recoja los frutos. Por eso, como no he tenido hijos, mi hija va a ser Córdoba. Hasta mi mujer, que es del Norte, está enamorada de la ciudad.