A fuerza de batallar por reivindicar la figura paterna, de invertir trabajo y dadivosidad en dejar bien colocada la obra de aquel pintor de alma tierna sobre el que alguien escribió que en sus lienzos se oía cantar a los pájaros, es mucho lo que sabemos de Rafael Botí padre, pero muy poco de Rafael Botí hijo. Tan solo que de niño jugaba entre los lienzos y pinceles de Vázquez Díaz, los hermanos Solana y otros grandes artistas amigos de la familia; que desistió de pintar él desanimado por su progenitor (me dijo: "Mira, niño, dedícate a otra cosa que Dios no te ha llamado por ese camino", recuerda riendo) y que trabajó como director de banca antes de jubilarse. Bueno, también que la Academia cordobesa lo nombró académico de honor y que él y su esposa están tan enamorados de Córdoba que reparten su tiempo entre Madrid y esta ciudad. Y que es una buena persona.